Alicia Haber recibió a Dossier en su cálido apartamento en Pocitos, a pasos de la rambla, con una vista hermosa y privilegiada. Su mirada segura y serena transmite tranquilidad y paz. Nos esperó con la mesa tendida y servida con té, café, agua y galletitas de limón, todo acomodado con dedicación y amabilidad. Concedió con gusto la “visita guiada” por su hogar, en el que puede apreciarse, a cada paso, mucha cultura, arte, historia, libros, tecnología, instrumentos musicales y el verde de sus plantas, que se destaca en el balcón.
Por Sofía O’Neill.
Alicia es una mujer visionaria, precursora, sabia vanguardista, multifacética, artista, moderna y extremadamente culta. También es políglota: habla inglés, francés, hebreo, italiano y portugués, lo que le permite relacionarse más allá de las fronteras.
Su padre era polaco y su madre –entrerriana– emigró al Uruguay en una de las crisis de Argentina. Ambos tenían estudios universitarios bastante avanzados, se conocieron en Uruguay, se casaron y tuvieron dos hijos: Alicia –cuarta generación en América Latina del lado materno– y su hermano, odontólogo de profesión.
Se enamoró y se casó muy joven con el arquitecto Leopoldo Porzecanski y dio a luz dos hijos varones. Es abuela de una niña y cuatro varones. Sostiene que la maternidad ocupa un lugar muy importante en su existencia y ser abuela le cambió la vida.
Según Haber, no siempre fue fotógrafa, pero siempre fue curiosa y le atraía el tema: “Soy intuitiva y espontánea en la fotografía. Es verdad que mi ojo está entrenado”.
¿Qué cosas te gustaban de niña?
A mis nueve años comenzó mi amor por la música, el cine y la literatura. En mi casa había pocos cuadros y las artes visuales no eran un tema fundamental. Era un hogar cultivado. La música clásica era esencial. Compartí ese amor con mi familia, en que la vertiente entrerriana y el folclore argentino también fueron muy relevantes. No sólo participaba de veladas familiares, también me encerraba en mi habitación –me gustaba y me gusta mi privacidad– a leer y escuchar música barroca. Mi papá me compró un tocadiscos de 45 revoluciones y Misas, de Bach. Mi abuela entrerriana pasaba seis meses por año en Montevideo y dormía en mi dormitorio. Compartíamos muchos intereses: la música clásica, filmes, teatro independiente, la Comedia Nacional, el folclore argentino, las historias de los gauchos judíos de Entre Ríos, historias de la que era parte. Yo valoraba lo que se hacía en mi familia –particularmente las actividades con mi abuela Natalia y mi mamá–. Pedía para ir a esas actividades; quería ser como ellas. Fui nerd [risas], devoradora de cultura desde muy chiquita, aunque sin demasiados conocimientos. Muy pequeña, vi obras de Chéjov. En la época liceal empecé a ir sola o con alguna amiga al Cine Club y más adelante a Cinemateca. Vi excelente cine y teatro entonces y más adelante.
Además de música, mucho teatro, cine y literatura…
Tuve siempre un gran amor por el teatro uruguayo y también por lo que viniera del extranjero, lo veía en cualquier idioma, aunque no lo entendiera. También miraba películas muy complejas de adolescente, que me sacudieron emocionalmente. Me dejaron una huella imborrable. Sigo siendo cinéfila, encuentro en el cine un placer muy especial y me evado mucho de la realidad gracias a los buenos filmes. Lo visual tuvo una gran relevancia en toda mi vida. Por su parte, la literatura ocupa un lugar muy importante en mi vida.
¿Qué formación seguiste?
Me eduqué en el sistema público. Me interesaban sobre todo las letras y las humanidades. En preparatorios en el IAVA disfruté una de las experiencias más enriquecedoras. Tuve profesores de primerísimo nivel. Allí decidí estudiar Historia y me presenté al IPA por un consejo pragmático de mi marido [hoy fallecido]. A través de él, empezó mi acercamiento a la arquitectura y el arte. Polo me orientó; le agradezco mucho esa especie de mentoría que acepté con gusto [risas]. Me recibí como profesora de Historia y casi concomitantemente me interesó la historia del arte. Me fui especializando dentro del instituto y asistiendo a cursos en las facultades de Arquitectura y Humanidades. Cuando mi hijo mayor tenía tres años, mi marido fue becado en la Universidad de Illinois, donde estuvimos un año. Polo hizo su maestría y yo aproveché para estudiar más historia y más historia del arte. Más adelante, mis hijos ya más grandes –el menor tenía siete y el mayor, que tenía quince, andaba por el mundo de mochilero o tenía sus becas [risas]–, empecé a presentarme a becas en el exterior para especializarme en historia del arte. Y luego preparé ponencias para diversos congresos de museología e historia del arte. Presenté las ponencias y muchas organizaciones profesionales internacionales me becaron para viajar.
¿La maternidad te dejó con temas pendientes?
Hay algunas asignaturas que me quedaron pendientes porque me casé muy joven y tuve dos hijos –lo mejor que pude haber hecho en la vida– y gracias a ellos ahora tengo cinco nietos maravillosos. Sobre todo, me hubiera gustado tener una maestría y un doctorado de una universidad importante. Me especialicé como pude, a mi manera, a través de estudio, becas y cursos. Tuve los mejores profesores en el IPA, aunque un grado sólo no alcanza en ningún país. Mi vida profesional la sustenté a través de becas. Viajé becada y generalmente por razones profesionales. No quería que fuese un costo familiar.
¿Tu evolución implicó desafíos, dejar atrás zonas de confort?
Siempre tuve desarrollado el espíritu cosmopolita. Fui una embajadora sin cartera y enseñé a muchos colegas del mundo a ver arte uruguayo. Está muy bien cultivar la identidad uruguaya, pero hay que mirar, a la vez, a otras culturas. Nunca dejé de trabajar por y para Uruguay. Me concentré en un tema: arte contemporáneo uruguayo. Trabajé en la enseñanza secundaria, impartí clases en la universidad, trabajé para el Ministerio de Educación y Cultura, la Intendencia de Montevideo, el diario El País y otras instituciones uruguayas. Lo hice con mucho gusto toda la vida.
¿Por qué empezaste a estudiar fotografía?
Soy hiperactiva. Nunca se me fue la curiosidad. Quería hacer fotografía. Fueron cuarenta años de trabajo. Necesito cambiar un poco porque la vida es una sola. Me jubilé, tomé clases con Armando Sartorotti [ex editor de fotografía del diario El Observador]. Es un fotógrafo realista, documental, un profesional con una destacada trayectoria de cuarenta años. Me aconsejó que me comprara otra cámara y me compré una Sony Alpha y algunos lentes (hasta ahora no la he cambiado). Al poco tiempo, Sartorotti me dijo: “Vos tenés medio camino hecho”. Se refería a mi ojo entrenado por las artes visuales. Armando me dio libertad total. Hoy es un amigo con mayúscula.
¿Tenés otros mentores en la fotografía?
Permanentemente busco otras cosas, mi inquietud artística es muy grande [risas] y creo que mi hobby más importante es el conocimiento. Me contacté con gente en el exterior que me abrió un panorama impresionante. Tengo dos o tres consejeros. Hay algunas presencias importantes: Leanne Staples –artista, docente y guía de fotógrafos, de Nueva York–, quien me dijo: “Usted es artista, tiene que enfrentar la fotografía como tal, no como fotógrafa realista”. Me propuso hacer ejercicios, que sacara sólo fotos abstractas de arquitectura y urbanismo, que son temas que me interesan. En Montevideo, conocí a Ximena Echagüe, argentina que vive en Bélgica y en el mundo, gran fotógrafa, docente y curadora, cuya especialidad es la fotografía callejera. En pocas horas me dio el un, dos, tres de cosas muy valiosas. Probé, pero no me sentí tan cómoda sacando sólo un tema, quiero hacer de todo; estoy demasiado grande para encasillarme. Trato de tener un lenguaje propio. El mío podría definirse por el color, el gusto por la ambigüedad, el interés por las connotaciones, el subtexto, el misterio. Me interesa la fotografía abstracta o semiabstracta, subrayar la presencia de las siluetas, sombras, reflejos.
¿Utilizás algún programa para trabajar en tus fotografías?
Aprendí Photoshop con Santiago Petrelli, docente de la ORT. Después lo perfeccioné con Aarón Sosa, fotógrafo realista venezolano que vive acá, quien es también una referencia importante en mi aprendizaje. Comencé a hacer algunas composiciones de doble exposición, sin embargo es un arduo trabajo que no siempre realizo.
¿Qué temas que no te interesa y cuáles te motivan?
Un tema que no abordo son los niños, aunque tengo nietos maravillosos y naturalmente divinos, como decimos las abuelas. No posteo sus fotos en Instagram y no hago de ellos un objeto de arte. No saco fotos de familia, tampoco fotografío al indigente que no tiene hogar. Es un tema social y entiendo su importancia en la fotografía. Y no me gustan las selfis. Todos los grandes maestros me interesan, aunque no tengo atracción por el realismo ni el naturalismo, no es lo mío y no tengo sensibilidad para eso. Saco fotografías con lo que más me siento comprometida: una visión artística.
¿Cómo te llevás con las redes sociales?
Tengo “amigos” uruguayos y extranjeros en Instagram y Facebook. Algunos son muy buenos fotógrafos. Todos los días aprendo con ellos y recibo una especie de feedback que es importante para mí.
¿Te adaptaste fácilmente a lo digital? ¿Cómo fue le proceso?
Estaba becada en la Universidad de Texas, en Estados Unidos, en 1984, cuando vi la expansión de las computadoras. Me compré una computadora Commodore 64 y en dos semanas estaba entregando las notas a El País en papel fanfold, lo que producía grandes crisis de identidad entre algunos periodistas del diario porque decían que ahí se escribía en cartillas amarillas. Diez años después, el diario comenzó su trayectoria digital y todos los empleados debieron aprender computación. La idea de hacer un museo virtual de arte uruguayo fue mía. Tuve una recepción extraordinaria en El País, me puso un equipo de gente maravillosa: web masters, fotógrafos, arquitectos. Con ese equipo construimos dos museos virtuales. La idea sólo podía ser llevada a cabo por expertos en tecnología: yo no lo era y no lo soy. Gracias a esa realización fui invitada a congresos en muchos países para presentar el Museo Virtual de Artes y El País obtuvo setenta premios internacionales.
También aprendiste observando.
Como curadora, me fascinó trabajar con montajistas y diseñadores de los catálogos –con quienes aprendí mucho. Aprendí a mirar grandes despliegues artísticos, en el exterior y acá. A veces hay que “copiar” algunas cosas y saber adaptar. Mi trabajo cada vez fue más creativo. Creo y defiendo que el crítico –desde el mejor punto de vista– hace una tarea creativa, no usándola para criticar, sino interpretando; y fue así como la utilicé para analizar y difundir las obras.
Siempre apostaste por los artistas emergentes y los apoyaste.
Sí. Cuando empecé como crítica, lo hice escribiendo sobre artistas jóvenes. Me parecía que era una labor de apoyo a una nueva generación en una época de dictadura y luego postdictadura. Mi interés era fundamentalmente apoyar a la gente que emergía o que recién empezaba, que trabajaba con materiales incitantes, con un cromatismo arriesgado y abordaba temas nuevos. En Uruguay no se puede hablar de un gran mercado, pues es un país pequeño de poca visibilidad internacional en el arte.
¿Cómo fue tu experiencia de adolescente en Israel?
A mis diecisiete años empecé a recorrer el mundo. Tuve mi primera beca. Fui un año a Israel, donde hice todo lo que puedas imaginar: estudié, trabajé en dos kibutzim [granjas colectivas], recorrí el país y conviví con 185 jóvenes de todo el mundo. En los kibutzim, recogí repollos, hice esfuerzos físicos denodados. Cuando tenía el descanso en las tardes, leía a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir y otros autores que fueron muy importantes en mi adolescencia. Primero hacía las tareas, después salía y por la tarde me apartaba del grupo para leer. Me compraba la revista Time, que no la entendía muy bien, pero igual la leía para ir mejorando mi inglés.
¿Dirías que sos una persona dinámica?
Soy investigadora, pero no soy un ratón de biblioteca. Hay personas que se pasan en un archivo gran parte de su vida, gente que admiro. Uno de los escritores que más me deslumbra es Borges, el hombre de la biblioteca, la fuente de la mayor y más maravillosa literatura; pero su vida no la hubiera podido hacer porque me atraen otras cosas. Soy muy activa y dinámica. Soy hacedora.
¿Seguís enseñando o sólo estás dedicada a la fotografía y la familia?
En este momento estoy dedicada a mis nietos y a la fotografía, pero no dejo de enseñar. Cuando viene alguien no hay forma de que no esté enseñando, intercambiando. Soy docente y esa fue mi profesión; no puedo con mi condición.
¿Tenés algún proyecto o exposición en mente?
Esta etapa es muy diferente a mi vida laboral, cuando buscaba ciertas metas y planificaba. Ahora no es época de grandes planes y sí de gozar el placer de una pasión. Bienvenido lo que venga, lo que sea; dejo que las cosas fluyan, que sucedan, más allá de mi voluntad.
Algunos datos biográficos de Alicia Haber
Nació en Montevideo en 1946. Egresó del Instituto de Profesores Artigas. Estudió en la Universidad de Illinois, Estados Unidos. Se perfeccionó con diversas becas y viajes de estudio a Europa y Estados Unidos. Se especializó en historia y crítica de arte.
Fue curadora jefe del Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo entre 1988 y 2009. Ejerció la crítica de arte en el diario El País entre 1982 y 2009. Es directora del Museo Virtual de Artes de El País, desde 1996.
Como curadora realizó numerosas exhibiciones para el Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo, el Museo Zorrilla del Ministerio de Educación y Cultura, el Museo Torres García, la Fundación FIDUS de la Asociación de Escribanos, el Museum of Latin American Art de la Americas Society de Nueva York, el Memorial de América Latina de San Pablo, el Museo Cuevas de México, entre muchos otros.
Ha ejercido la docencia de Historia del Arte desde 1973 en Enseñanza Secundaria, en la Facultad de Humanidades y a partir de 1985, en el Instituto de Profesores Artigas. En 1989 dejó de ejercer la docencia para dedicarse a la curaduría y la crítica de arte, aunque ha sido invitada a dictar cursos de especialización a nivel de maestrado y doctorado en diversas instituciones de educación terciaria en Uruguay y en el extranjero y ejerce la docencia en forma esporádica para proyectos especiales.
Cabe citar sus cursos en la Universidad de Chicago, Universidad Federal do Rio Grande do Sul, Claeh Instituto Universitario, así como cursos de perfeccionamiento para docentes del IPA y sus conferencias en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República.
Ha publicado los libros Gurvich, viajes por el tiempo judío, Tola Invernizzi: el tiempo en que el arte se enfureció, José Gurvich. Murales, esculturas y objetos, Luis A. Solari. Máscaras todo el año, José Gurvich. El mundo íntimo de un artista: dibujos, bocetos, escritos y acuarelas. José Gurvich. Un canto a la vida, Blanes. El arte de Juan Manuel Blanes. Matto. El misterio de la forma.
En 2000 recibió el Premio Basilio Uribe a la trayectoria crítico latinoamericana otorgado por la Asociación de Críticos de Arte de la Argentina (Sección Nacional de la Asociación de Críticos de Arte) que, de acuerdo con las bases, se otorga al crítico latinoamericano no argentino consagrado, cuya trayectoria en el campo teórico u operativo de la crítica se considere sustancial. Significa un reconocimiento por el conjunto de su actividad y su trayectoria.
En 1988, fue elegida la mejor crítica latinoamericana del año por la Asociación de Críticos de Arte de la Argentina.
Ha hecho exposiciones fotográficas en el International Center of Photography, de Nueva York (por concurso); en el Proyecto Vasa, invitada por la curadora Ximena Echagüe, en la Galería Muro Blanco; en el Foto Club Uruguayo; en Fucac; para la Fundación Fotográficas Latinoamericanas en Le monde vu par les femmes d’Amérique Latine, Galerie Rivoli 59, en París, y en el Festival Fotográfico de Treviso.