Por Bernardo Borkenztain.
El frío.
La obra tiene un título toponímico, ya que designa el lugar en el que transcurre, al menos en lo que en la historia sería “el tiempo presente”, porque este es el tipo de narraciones en las que los personajes conviven con los fantasmas de su pasado, y todos sabemos lo que implica convivir con los remordimientos de los pecados propios, sus consecuencias y el pensamiento más invasivo del ser humano: “¿Y si hubiera?”, ejemplo de la escasa valoración de la propia insignificancia de cada ser humano que habitó este planeta. El susurro del camino no tomado es, sin dudas, peor que el regreso del padre del príncipe danés.
El lugar
Los escalofríos del remordimiento son una suerte de paralelismo psicocósmico con el clima helado del invierno en esa suerte de finis terrae que es Ushuaia. La etimología del nombre pertenece al lenguaje yagán, del que quizás haya sido el pueblo más pobre de la historia humana, tanto que en su extraño lenguaje incapaz de simbolizar (no tenía universales como “árbol”, por ejemplo, solamente los nombres para cada especie) no tenía palabra para “abuelo”, porque nadie vivía tanto como para conocer a los hijos de sus hijos. Sin caer en la falacia etimológica, este es un signo proléctico del dramaturgo, porque dicho pueblo fue exterminado por el contacto con los europeos, no por guerras, sino porque el mero contacto con sus enfermedades y diferentes formas de explotar los recursos los hicieron molestos para sus majestades. Hoy quedan apenas unas pocas comunidades de descendientes.
El dispositivo
Martín Siri ha hecho un trabajo superlativo con una sala que no es de las más gratas para intervenir como la Zavala Muñiz, por su forma particular, por más que esté provista de la excelente estructura técnica del Solís.
Al llegar, el espectador encuentra la sala en formato frontal, con un “oculus” (¿un álef?) que proyecta al fondo un bosque invernal sacudido por el viento, que susurra creando la sinestesia de frío en el público sensible.
En el piso, un gran círculo de arena es flanqueado por un piano a la izquierda del espectador, tocado por Matthäus (Franco Rilla), que a su vez canta en alemán corregido agresivamente por Mateo (Fernando Rodríguez Compare) desde el sector derecho, dispuesto como un lugar de trabajo/habitación, con un escritorio atestado de objetos, una silla, un perchero con ropa y pocos elementos más.
La duplicación de ambos elementos circulares toma una nueva dimensión cuando el del piso se utiliza para proyectar escenas de Moby Dick, símbolo universal de personajes con una historia del pasado que no pueden dejar atrás.
Los humanos
En estos bosques se ha refugiado Mateo, un inmigrante alemán que vive una existencia de ermitaño y a cuya casa ha llegado por la promesa de un empleo Nina (Raquel Diana), un personaje extrañamente fuerte (para alguien que ruega por un trabajo en, literalmente, ninguna parte) que logra imponerse al carácter atrabiliario del anciano.
Por otro lado (en un sentido metafórico y también literal, por la construcción del dispositivo escénico), Matthäus vive en otro tiempo y su contraparte es Rosa (Agustina Vázquez Paz), una judía sefaradí (judíos expulsados de España por los reyes católicos que se refugiaron en el Imperio Otomano) cuya familia ha encontrado su hogar en Grecia. Rápidamente se revela que Matthäus es nazi y su relación con una mujer judía no puede ser más que un problema.
Al igual que el elemento circular duplicado se vuelve uno triple, hay un personaje que rompe la simetría, la chamana Selk’nam (Susana Anselmi) que no interactúa con nadie, permanece en la periferia de la acción (salvo al llegar el espectador a la sala) y representa las fuerzas primordiales de la naturaleza y la magia atávica, la escenificación de las energías que llevan a los personajes a su conflicto y eventual resolución. Es decir: el teatro.
Los autores
Alberto Conejero es un intelectual de respeto, no solamente por su extenso conocimiento de idiomas como el griego clásico o por su doctorado en ciencias de las religiones, sino por su comprensión profunda de la interacción del lenguaje con el alma humana (por no hablar de los personajes, que al momento de crearlos son solamente lenguaje) y logra mezclar en esta obra griego, alemán y el nada común ladino, una suerte de español arcaico que hablaban los judíos españoles expulsados en el siglo XV y que en la diáspora evolucionó de manera divergente al local de su madre patria, la añorada Sefarad.
Sergio Luján es un director conocido en el medio, no muy frecuente en salas céntricas como la Zavala Muñiz, pero conocido como docente y puestista, y tiene una cierta tendencia al énfasis excesivo, algo que engrosa el trazo de su poética, pero esto no necesariamente es algo malo, es un rasgo. Por decir algo, una proyección de más de dos minutos de la Marcha del Silencio por los desaparecidos es algo excesivo escénicamente, por más que el mensaje no pueda cuestionarse. El público entiende con menos. Algo similar pasa con Moby Dick, se habla del libro, se lo lee y se proyecta la película. Nuevamente, el público entiende con menos.
En fin
Sin analizar los aspectos anecdóticos del argumento para no arruinar la experiencia de ver la obra, podemos decir que los temas profundamente humanos como el pasado que se niega a irse, los remordimientos y la necesidad imperiosa de saber dónde están los muertos que se perdieron son temas de profunda humanidad muy bien tratados. Los actores realizan un trabajo excelente, conformando uno de los mejores elencos del año (un año con varios conjuntos escénicos muy buenos), y con –una vez más– Franco Rilla desplegando un talento superlativo mientras actúa, toca el piano y canta en alemán (idioma para el que se entrenó porque no lo habla), en simetría con Agustina Vázquez Paz que canta en ladino.
Raquel Diana y Fernando Rodríguez Compare se simetrizan en las dos polaridades que generan la tensión escénica: el custodio del secreto del pasado y quien lo busca, ambos con la necesidad existencial de poder, para sobrevivir, matar esa ballena blanca que los acosa desde las profundidades de la bahía del fondo (ese es el significado de “Ushuaia” en yagán). Por último, las fuerzas ominosas de la naturaleza y del destino los rodean y observan desde lo liminar entre lo escénico y lo obsceno, encarnadas por Susana Anselmi. No cabe duda, las temporadas ultracortas y a días corridos son nefastas para el teatro y el público, porque no hace falta decir que no da el tiempo de recomendar nada, pero esta obra ya está planificado que vuelva.
Pero no se equivoque, estimado lector, si usted tiene un asunto pendiente con el pasado, ir a verla no es opcional.
Dramaturgia: Alberto Conejero.
Dirección general: Sergio Luján
Elenco: Fernando Rodríguez Compare, Raquel Diana, Franco Rilla, Agustina Vázquez
Paz, Susana Anselmi.
Diseño de escenografía y realización: Martín Siri.
Diseño de iluminación y proyecciones: Fernando Scorsela.
Diseño de sonido: Andrés Guido.
Diseño de vestuario: Agustín Rabellino.
Diseño de vestuario: Eugenia Ciomei.
Realización documental y edición de imágenes: Manuel Negreira.
Fotografía y registros: Reinaldo Altamirano.
Traducción e instrucción del idioma alemán: Oriana Irisity.
Traducción e instrucción del idioma griego: Dionysía Kyriakopulou.
Prensa: Rodrigo Llambías.
Producción: Intermedios Producciones y Leonardo Urrutia.