Por Carlos Diviesti.
Baz Luhrmann intentó con Moulin Rouge, a principios de este siglo, contar los cambios acelerados que se produjeron a fines del siglo XIX en el arte y en las costumbres sociales, a través de cuadros musicales con canciones de alcance universal propias de los últimos treinta años del siglo XX. Con Elvis alcanza, en el mismo registro maximalista que lo caracteriza, dar cuenta de la carrera de Elvis Presley (que abarca menos de un cuarto del siglo pasado, pero en sus años más raudos y violentos) sin pasar por ese tamiz hagiográfico tan caro a Hollywood. Elvis, a pura metonimia, consigue que creamos que en los retazos de un sueño se esconden los hechos verdaderos de una vida dominada por el ruido y la furia.
Technicolor, pantalla dividida, maquillaje espeso, movimiento perpetuo, y el ojo atento a los detalles escondidos en los cambios bruscos, la maravillosa película de Luhrmann logra que comprendamos por qué el cine no puede contar la verdad de la Historia, pero que sí es capaz de dar cuenta de las enormes dimensiones de una historia posible.