Por Carlos Diviesti.
Aunque la novela de Erich Maria Remarque y las versiones de Lewis Milestone (1930, Oscar a la Mejor Película de aquella temporada) y de Delbert Mann (1979, ganadora del Globo de Oro a la Mejor Película hecha para la Televisión en 1980), se centraban más en el conflicto social y psicológico de la conflagración mundial, y aunque la presente versión de Edward Berger no soslaye estos componentes, la espectacularidad innecesaria por la que Berger opta para contar los horrores de la guerra y la desilusión por su condición apátrida, desluce el balance final para una película que no supera lo que otras (Pelotón y Nacido el 4 de Julio, por ejemplo) ya hicieron hace más de treinta años del mismo modo.
La mirada más inteligente, profunda y bella que haya dado el cine sobre la Primera Guerra Mundial, la de Jean Renoir para La gran ilusión (1937), aún no tiene quien la supere (en segundo lugar, para este cronista, está Caballo de guerra, la gloriosa película de 2011 dirigida por Steven Spielberg, y que al menos por estas playas pasó sin pena ni gloria).