Adagio agitato.
Por Carlos Diviesti.
Lydia Tár es hoy la directora musical de la Filarmónica de Berlín. Casada con Sharon, concertino de la orquesta, tienen en común una hija adoptada, Petra, que considera que Lydia es la persona más hermosa que conoce en el mundo.
Tár, además, tiene una secretaria-confidente, Francesca, que no solo está con ella por amor y admiración, sino también por cierto interés en ocupar el puesto de Sebastian Brix, el director asistente. Francesca es quien también filtra los mensajes que Krista Taylor le envía a Tár mensajes que se preguntan por qué Krista no puede conseguir trabajo en ninguna orquesta y que la llevan a tomar una drástica determinación, para sí y para Tár. Porque Tár, aunque se crea poderosa, tiene cosas que esconder y en verdad carece de esa enjundia que pretende detentar.
¿Qué le pasa a una persona cuando se invierten los factores que creyó haber estabilizado para siempre? ¿Y qué ocurre entonces cuando el talento y el genio no alcanzan para superar las diferencias de clase? Todd Field, el realizador de En el dormitorio y Secretos íntimos, ofrece con Tár el impiadoso retrato de una persona –poco importan aquí el género o el sexo– cegada por el narcisismo al tiempo que, de manera inversamente proporcional, se erige como una de las artistas más maravillosas de su tiempo.
El acoso y la violencia, tanto sexual como laboral, son apenas las resultantes de algo mucho más profundo y más complejo: Lydia Tár (cuyo verdadero nombre es mucho más ramplón que el que la hizo famosa) es un bellísimo edificio (tan bella y asépticamente fotografiado) cuyos cimientos están en ruinas desde el comienzo, que hace lo indecible para mantenerse en pie (hasta enciende velas y susurra mantras), y que cuando lo sorprenda la debacle se refugiará en aquello que siempre lo ha conmovido, porque la música no dejará de conmover a Lydia Tár, toda la música, hasta la del más banal de los sonidos. Y ver a Cate Blanchett dejarse ocupar por el eco de cada vibración es observar la gloria de una artista impar (la suya y la de Tár), desagradable, frágil, única, incluso cuando le robe el bolígrafo a un músico asustado que está por perder su lugar en el mundo, y se guarde en el bolsillo toda aquella podrida disonancia.