Por Carlos Dopico.
Luis Ara es un realizador con diecisiete títulos y un vínculo envidiable con las plataformas que dominan el mercado. Su secreto: “Tengo un buen olfato para elegir historias y la capacidad para discernir cuándo son viables”.
Luis Ara es probablemente uno de los realizadores locales con más títulos en su filmografía personal. En su vínculo con el cine acostumbra no solo a dirigir los proyectos en los que se involucra, sino también guionarlos y producirlos, buscando cada día una mayor proyección global. Desde su primera película logró establecer una financiación independiente y una distribución internacional poco común para proyectos locales. Desde entonces, se ha posicionado con una relación envidiable con plataformas como: Netflix, HBO, Amazon o Disney. Tiene 42 años y diecisiete producciones con su firma al momento en que fue hecha esta entrevista (entre largometrajes y series televisivas).
Mayormente, la temática que recorre va del deporte a los viajes por zonas geográficas latinoamericanas y sus culturas, con historias que en buena medida son atravesadas tanto por la tragedia como por la hazaña.
Su productora se ubica en el barrio de Palermo. Su oficina es una habitación vidriada, cuya intimidad resguardan cortinas de enrollar. Tiene dos ventanas a la calle Salto, un escritorio amplio que mira al oeste y una pizarra repleta de anotaciones que se aprietan con tal de entrar en la agenda. Los apuntes se prolongan en garabatos indelebles en los vidrios sobre la puerta de entrada.
En el mismo espacio, un sillón de dos cuerpos y otros dos individuales rodean una pequeña mesa ratona que soporta muchos más papeles que los que debería.
No hay casi registros personales, y aunque tiene todos los afiches de sus obras impresos, aún duda exhibir en su propio espacio tal cosecha autorreferencial. Curiosamente, el único póster que cuelga de las paredes es ajeno, se trata de Relatos salvajes, la película coral de desbordes y finales sin salida que fuera el pasaporte a Hollywood de Damián Szifrón y, a la vez, la película argentina más taquillera en Uruguay, cuya distribución hizo el propio Ara.
En medio de la planificación de la segunda mitad del año; la programación de los estrenos internacionales que ocuparán sus próximos días; el cierre del montaje de proyectos en etapa final, Ara se hace un tiempo para conversar. Es puntual. A la hora convenida comienza una charla franca, honesta y generosa, sin regatear datos o estrategias que puedan servir a los demás.
Luis nació en EEUU pero muy tempranamente se radicó en Uruguay. Él y su hermano ‒seis años mayor‒ conforman la tercera generación de una familia que desde los ochenta distribuye títulos de Warner Brothers en Uruguay. Su abuelo había fundado Dispel, una distribuidora de películas que tempranamente heredó su madre y que a él, tras su fallecimiento, le tocó pilotear. Gracias a las tareas cotidianas en esa empresa, pudo ver centenares de largometrajes, conocer la dinámica administrativa y entender el negocio de la distribución por dentro.
¿Cuánto perfiló tu carrera como realizador el lugar de entrada que tuviste al cine?
Tenía seis años y me pasaba jugando con el merchandising, los posters y los carretes de las películas. Tenía un vínculo muy físico y tangible. Podía ver todo de primera mano. Yo hacía las conexiones [risas], algo que mucha gente no sabe ni qué es. Cuando las películas llegaban en 35mm, muchas veces era tan cara la copia, que se usaba la misma cinta en dos salas diferentes. Mientras que en plenas vacaciones, en el cine California corría el rollo 2, de cintas como El rey león o Pocahontas yo corría hasta el Trocadero para comenzar la proyección del rollo 1. Eso lo hice muchas veces en mi adolescencia. Al tiempo, con diecisiete años, hacía controles en las salas para verificar que coincidiera con lo que los cines reportaban de venta. Ahí empecé a entender mucho de cifras; sabía de memoria cuántos entraban en una sala y qué gente había. Cuando cumplí dieciocho años ya me encargaba de la facturación y liquidación del bordereaux. A los veintiún años, mi madre me dio firma en la empresa y al poco tiempo, desgraciadamente, falleció.
Su primer largometraje –dirigido a medias con Federico Lemos‒ fue 12 horas, 2 minutos (2012), un documental conmovedor, en el que Ara abordó varios casos de trasplantes de corazón ‒experiencia que acababa de atravesar con su madre y sin éxito‒. Aquella cinta, de presupuesto acotado y financiamiento de empresas del sector, se exhibió en cines y la compró HBO (además, logró que se promulgara la Ley 18.968, que establece que todos los uruguayos son donantes excepto que se exprese lo contrario). Esa experiencia le dejó una enseñanza: “La herramienta más importante que tuve para hacer documentales fue entender que en cines no iba a estar el negocio”.
De ahí en más, su vínculo con las plataformas fue creciendo y su producción documental alimentando el catálogo con títulos y series audiovisuales. Cuenta Luis: “Pensé que si HBO ‒que eran los reyes de los documentales en esa época, pues aún no existía Netflix‒ compraba esa película, algo bien debía tener. Ahí empecé a proyectar mi camino. La hice porque la quería hacer, lo necesitaba. Puse casi todos mis ahorros ahí. La primera estrategia que planteamos fue el crowdfunding y con eso habremos juntado un diez por ciento. Recién sobre el final, ya con el tráiler editado, encontramos la posibilidad de que la financiaran las empresas”.
¿Pensás que es la obra más autoral de tu filmografía?
Puede ser. Yo quería que la película fuera un mensaje de esperanza. Hoy hago documentales que son masivos y súper mainstream pero no le quito la cuota autoral. Mi tío, que falleció el pasado año, me dijo al ver mi sexta o séptima película: “Tiene tu sello”. Ahora estoy haciendo una película sobre Pablo Atchugarry y en una entrevista me dijo: “Cuando un artista logra que a través de su obra se lo identifique, es porque dejó parte de su alma en esa obra”. Si ves todas mis películas, todas tienen sello propio.
De ahí en más, Ara publicó Jugadores con patente, de distribución local; Gonchi, estrenada en salas locales y luego exhibida por Netflix de forma global; Teros: sueño mundial, exhibida en ESPN; Perú; tesoro escondido, distribuida globalmente por Netflix; Alexis Viera, exhibida en salas de Colombia y Uruguay y en Netflix; Por siempre Chape, estrenada en salas de Colombia y Brasil, y distribuida por Netflix; Guatemala: corazón del mundo maya, exhibida en cines de Guatemala y en Netflix; la serie “Andes mágicos, en la que, en dos temporadas, recorre de sur a norte el continente sudamericano (exhibida por Netflix), y El invierno más frío, un viaje a los campos de exterminio del holocausto (exhibida por National Geographic).
“Yo vi Bowling for Columbine (2002, Michael Moore) distribuirse en cines y que vendiera tres mil entradas. Si esa película no había vendido entradas, ¿por qué yo voy a pensar que la mía sobre trasplantes iba a vender cien mil, como Titanic? No iba a pasar. La audiencia que va a un cine no paga masivamente para ver un documental. Tuvimos la suerte de que las plataformas nos dieran una pantalla masiva y global”, reflexiona Luis.
Luego de años de abastecer la góndola de las plataformas de streaming, hoy Ara ya es parte también de la vidriera.
Hoy, si alguien busca películas de culturas en Latinoamérica, ve que ya tengo tres títulos en Netflix. Y si está pensando hacer una película sobre eso, seguramente me contacte… Hoy me está pasando de recibir dos o tres proyectos por semana. No todos son realizables, pero muchos son interesantes.
Además de esa línea de documentales, hay más del mundo del deporte y uno que le acelera el pulso al comentarlo, sobre una trascendente figura ideológica latinoamericana, aunque en eso prefiere no ahondar aún: “Tengo un buen olfato para elegir historias, espero que no se me machuque nunca. Cuento con la capacidad para discernir cuándo son viables y cuándo no”.
Lo más reciente, ya en la etapa final de producción, es Brasil 2002: La verdadera historia, un largo documental que aborda el pentacampeonato de la selección brasileña de fútbol con imágenes inéditas del vestuario y los entrenamientos. La oferta llegó, precisamente, por la vidriera en la que su nombre ya ocupa los estantes de arriba. Nos cuenta Ara al respecto: “La propuesta llegó a través de una productora inglesa, vinculada con los equipos (Collective Media Group) y una compañía que representa a los deportistas (Entourage Sport & Entertainment), que tenía el material de uno de sus representados. Giulio Beletti (lateral derecho de aquel seleccionado) con su camarita había filmado toda la interna de la selección brasileña del Mundial de 2002. Se les ocurrió hacer una película y empezaron a buscar directores en América Latina, vieron mi película sobre el Chapecoense y asociaron: fútbol, Brasil, y me llamaron. Yo les dije que dirigirla por sí sola no me interesaba. pero sí si la producíamos juntos. Fue así como terminé asociándome, escribiendo y dirigiéndola. Tiene entrevistas con Roberto Carlos, Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, Cafú, Beckham, Oliver Rolf Kahn, los que se te ocurran…
¿Qué locaciones recorrieron en total?
Filmamos en Londres, Múnich, Madrid, Milán, Turquía, Marruecos, San Pablo, Río de Janeiro y Porto Alegre. Es una película muy entretenida que habla del descreimiento sobre un grupo. Hay que tener en cuenta que este fue el equipo más ganador de la historia brasileña, y la gente les pegaba porque habían perdido la final de 1998. Ellos van al Mundial de 2002 con un descreimiento total y vuelven con la copa, recibidos por el presidente.
Otra hazaña en tu catálogo.
Es verdad, otra hazaña.
Es una producción de gran presupuesto y responsabilidad, que te brindará aún más exposición. Se estrenará cerca del Mundial, probablemente en octubre y mundialmente.
Logramos hacer una distribución muy compleja: por ViX, la plataforma de Univisión y Televisa, para todo Estados Unidos y América Latina, menos Brasil –dónde estrenará por una de las grandes plataformas‒; Skydock en Reino Unido, Italia y Alemania; ByPlay en países nórdicos y FIFA Plus en Asia. Una rara distribución para lograr financiarla.
Ha cambiado tanto el mercado cinematográfico que muchas de las plataformas de streaming inauguran su catálogo, en parte, con tus estrenos. Es una plaza que se crea a la par de que vos estás fundando tu carrera cinematográfica, que no existía previamente.
¡Exacto! Era otro mundo. El documental logró tener una ventana de comercialización mayor a la distribución en cines, mucho más grande. Es muy fuerte, porque un documental como la serie Andes mágicos está disponible en 180 países del mundo. Yo tengo una audiencia –potencial, por supuesto‒ de ochocientos, mil millones de espectadores [hace cuentas muy rápidas en el aire]. Si pienso que son 250 millones de suscriptores de Netflix, cuatro por usuario, son mil millones de personas; veinte por ciento de la población mundial. ¡A sólo un clic! Con que me vea el 0,5 por ciento, implica que me podrían ver cinco millones de personas. Calculá eso a diez dólares la entrada de cine… Es absurdo. Ese es el mercado de hoy en día. Eso pasó en estos años… Mi primera película la terminó comprando Netflix, cuando comenzaba a comprar librería latinoamericana. Me la compraron por dos pesos con cinco, pero generé el vínculo. Más tarde le vendimos Gonchi, después de estrenar en salas aquí en Uruguay. La hicimos a puro corazón y la distribuyó Netflix a todo el mundo. Es muy loco, porque uno de los personajes que aparece ahí muere –como Gonzalo Gonchi Rodríguez‒ en un accidente en una carrera de Indycar, dos años después, Justin Wilson.
¿Comenzaste algún proyecto postulando a los fondos culturales locales o regionales para activar la sustentabilidad?
Quiero ser muy cuidadoso en la respuesta. Los fondos son una herramienta súper útil para la industria audiovisual. Yo no suelo utilizarlos. Utilicé los fondos de incentivo en algún momento.
¿Por qué?
Me pasa que son procesos largos y, en un punto, insuficientes; son muy poco presupuesto. Pero además, tengo mis reparos en las formas de selección. Tuve una experiencia muy mala. Diez años después de eso hice diecisiete realizaciones, entre series y películas. Nadie, absolutamente nadie acá hizo eso. El que está más cerca hizo siete. Tengo muy claro lo que quiero hacer y si no hay una posibilidad de financiarlo es porque estoy errando en el proyecto. De hecho, estoy pensando hacer un fondo yo mismo para financiar a gente que quiera hacer cosas. Al menos, estoy más cerca de eso que de salir a buscar fondos para que me apoyen. Por supuesto que utilizo todas las herramientas disponibles del mercado, como exenciones impositivas, instrumentos de producción o lo que sea para fomentar la industria nacional. En mi caso, la vida me indicó eso… que eran procesos largos, complejos e insuficientes para el tipo de presupuesto que yo necesitaba. Traté de buscar formas alternativas y, en un punto, me siento orgulloso porque le dejé espacio a otra gente.
Entender la demanda de las audiencias y la distribución según las necesidades del proyecto son dos claves que te he escuchado subrayar.
Para hacer las películas, ideas podemos tener todos, pero si no decidís llevarlas a cabo vas a quedar en un mundo de imaginación… Tenés que saber claramente por qué lo estás haciendo. Es lo que pasa en el arte en general. No hay dicotomía entre arte y mercado. No conozco a artistas que guarden sus cuadros en un placar. Te expresás para transmitir y lo querés compartir. Hacer dinero con tu obra es hacer sustentable tu expresión. En términos generales, todos los artistas venden sus obras ‒quizá haya alguna excepción‒ pero no les interesa poseerlas. Y si no les interesa el retorno, al menos se van a preocupar por la distribución.
En una charla a estudiantes de cine te escuché decirles: “El cine tiene más que ver con lo que la gente quiere que con lo que uno quiere expresar”. ¿Cuál es el punto de inflexión de esa ecuación?
El equilibrio debe estar entre el arte y el mercado, cuando lográs inventar algo que conecta con la audiencia, con lo que la gente quiere. Los artistas que logran interpretar de buena manera lo que el mercado quiere consumir la pegan en el ángulo. Muchos la inventan. Esos son los mejores, los que transgreden.
Una fórmula exitosa de toda empresa cinematográfica es producir globalmente. ¿Qué pasa con la identidad local?
Me lleva a una discusión que hemos tenido varias veces acá. Cuanto más universal el entretenimiento, mejor. Para mí es alucinante expresarme globalmente y que tras una serie como Andes Mágicos me escriban de Suiza, China, India… o cualquier parte del mundo. La identidad no tiene que ser una preocupación. El día que tenga ganas de transmitir identidad local lo haré y me ocuparé de que el mundo entero la vea. De alguna manera, una de las razones por las que me interesó producir Togo, la ficción de Adrián Caetano, fue porque era una historia universal, pero tenía una cantidad de elementos uruguayos. Le podíamos mostrar al mundo una historia que todos podrían consumir, pero con elementos de acá. Aparece el candombe, distintas clases sociales, étnicas… aparece la rambla. Para mí, transmitir la cultura uruguaya per se no es un objetivo. Pero si un día me interesa me voy a ocupar…
Togo es la primera producción de Netflix en Uruguay. Producir esa película, ¿te motivó a hacer algo de ficción?
Mi productora [Trailer Films] tiene el objetivo de que si bien podemos recibir una producción del exterior o dar un servicio de producción, no es de servicio logístico, sino creativo. Me gusta hacer las historias mías o eventualmente asociarme con otros para hacer cosas interesantes. En un punto, es todo lo mismo, contar historias. En la ficción hay una herramienta diferente. Pero sí, contestando tu pregunta, terminé de escribir un guión hace dos meses. Tiene algunos elementos autobiográficos. La escribí y estoy en proceso de ver cómo la produzco. Si todo sale bien el año próximo la voy a hacer. Pero en medio, estoy haciendo tres documentales.
¿Es un drama?
Es un drama familiar complejo, con algunos elementos policiales. Le tengo una fe tremenda a esa historia. ¡Va a generar impacto, seguro!
Has desarrollado una carrera de forma vertiginosa, trazando alianzas muy complejas, siempre de la mano del documental, una vertiente cinematográfica subestimada o no tan valorada. ¿Qué ventajas encontraste?
Creo que lo que había antes eran grandes producciones, muy buenos documentales, con muy poca posibilidad de salir a la luz. No facturaban y no generaban rentabilidad para volver a producir. No se generaba ese círculo virtuoso. Con las plataformas lo que se hizo fue generar un ambiente propicio para mostrarlo y el público dijo: “Los quiero”. Una vez hecha la demanda, las plataformas tuvieron que salir a invertir: comprar y producir. En el viejo esquema del cine, la lógica indicaba que la primera ventana donde hacías dinero era en el cine, luego el cable y más tarde en los canales de cable. En el documental, al no tener esa masividad y no poder competir contra películas más complejas nunca entraban en el circuito.
La hazaña y la tragedia están presentes en varios de tus trabajos. Puede intuirse que el de próximo estreno, sobre el surfista estadounidense de grandes olas Greg Long, va en esa línea. ¿Por qué?
Porque en la resiliencia se esconde el héroe que todos queremos encontrar, en uno o en el prójimo. Esas historias, si lográs contarlas desde la mitad del vaso lleno, lográs motivar. Cuando hice la película Por siempre Chape tenía claro que el punto de inflexión era la tragedia (murieron 71 personas entre jugadores, técnicos, directivos, tripulantes y periodistas), pero a mí lo que me intrigaba era cómo un pueblo de 150 mil personas, en un país de doscientos millones de habitantes, lograba salir de algo tan atroz como eso. Se murieron 71 personas en la tragedia, y había afectado a todos. Lo que pensé fue: “Si logro contarte cómo salir de eso, probablemente mañana vas a ver que siempre se puede salir del problema”. Las películas mías, incluso aquellas que no abordan la hazaña o la tragedia, hablan de la esperanza y el sentido de vivir: Andes mágicos, Perú, tesoro escondido, Guatemala, corazón del mundo maya son películas con un mensaje claro de apreciar el mundo que nos rodea. Suelo apelar a romper con el miedo al cliché. Yo elijo quedarme con la inspiración. Hay amor a la vida, a la resiliencia. Yo tuve una infancia muy compleja y eso me enseñó a que no hay que perder el tiempo. Hay que saber valorar la vida.
Quizá ahí está el sello Luis Ara, del que hablábamos más temprano.
Sí, es verdad. No hay que tenerle miedo al cliché. Quizá es porque soy un outsider del mundo del arte. Si todo el mundo va por la interbalnearia, yo llego por la ruta 8 [risas]. El ser humano, con aquellos que no son de su entorno, necesitan encasillarlo.
Y vos, ¿cómo te definís?
Mirá, en mi Linkedin puse: “Me gusta contar historias”. Eso es ser productor, guionista, y director.
Es claro además que tenés una necesidad de independencia.
Sí, tiene sus pros y sus contras. Pero ahora yo estoy en esta entrevista y hay gente editando. No necesito sentarme a editar. Ya lo hice.
En pandemia tuviste que delegar. La segunda temporada de Andes mágicos tuviste que teledirigirla; fueron equipos locales los que recorrieron las locaciones naturales.
Sí, es verdad. En pandemia aquí terminamos de editar El invierno más frío [película que recorre los escalofriantes rincones de los campos de concentración de Auschwitz, Bkernau y Majdanek, donde fueron asesinados cerca de dos millones de judíos]. Se la ofrecí a National Geographic y la compró.
Has recorrido el mundo y acumulado millas sin descanso, visitando las maravillas más grandes y también alguno de los rincones más aterradores. ¿Podrías escoger tres lugares, tres momentos, que te sean difíciles de borrar de la retina?
El viaje a Auschwitz es uno de esos. Luego de conseguir los permisos, el momento más duro fue quedarnos a filmar luego de que todo el público se fuera. Es un museo abierto, gigante y siempre hay mucha gente. Al final del día, el último lugar al que íbamos a filmar era en una de las cámaras de gas. Ale, el director de fotografía fue a recorrer el lugar buscando el plano y me di cuenta de que estaba solo en ese lugar laberíntico, cuya energía era conmovedora. Dimensionar el hecho de estar en un lugar de tanto odio y dolor fue transformador a todo nivel. A la vuelta, manejamos hasta Varsovia, bajo la nieve, y fueron cuatro horas sin hablar. Otro momento único que me vino a la cabeza fue Machu Picchu. Cuando en 2016 hice el Camino del Inca con mis amigos, pensé por qué nunca se documentó esto. Volví y empecé a planificar la película. Al año siguiente regresé con los permisos para filmar Perú, tesoro escondido. Hay muchas anécdotas. Pero otro lugar seguro que me motiva es cada vez que me encuentro en la ruta a filmar algo. En la película de los Teros, hacía lugares como Fiji, Australia; o en Gonchi, yendo a Sicilia, Bélgica o distintos destinos para encontrarme con gente increíble.
¿Cómo cerrás el año?
Me toca disfrutar de todo esto. Se laburó mucho. Se estrena Brasil 2002, Togo, Vicuña Salvation, la historia de cómo se salvan las vicuñas en el Perú. Estoy filmando además junto a Ale Berger una película sobre Pablo Atchugarry para National Geographic. Y estoy en tres o cuatro proyectos grandes nuevos para ver si puedo comenzar a filmar a fin de año o quedan para el próximo. Mi ficción está entre esas.