Por Liliana Carmona.
El Hotel Casino Carrasco, Monumento Histórico Nacional desde 1975, satisface ampliamente lo requerido a los bienes culturales para esta declaración: es representativo de una etapa de la vida nacional y escenario de hechos significativos; como obra de arquitectura testimonia una fase de su desarrollo siendo además un ejemplo singular. Tuvo origen en una época de liberalización de las costumbres y formas de ocio, simbolizando esa Belle Époque de la alta sociedad montevideana culturalmente europeizada. Hasta fines del siglo diecinueve, el descanso estival y de fin de semana de las familias acaudaladas se desarrollaba en las casa-quintas del Prado; pero con la expansión urbana de ese período comenzó la colonización de terrenos costeros y el relacionamiento lúdico con el río.
El impulso lo dieron las empresas tranviarias que tendieron sus líneas y equiparon las terminales con establecimientos balnearios, propiciando el ocio de sol y playa (Ramírez en 1871, Pocitos en 1875). Pronto se volvió un entretenimiento masivo, frente al cual los sectores de altos recursos sintieron la necesidad de una alternativa al bullicio y “confusión de clases” de las playas urbanas. La respuesta la dio el perseverante y soñador Alfredo Arocena, que al egresar del bachillerato en 1889 conoció los lujosos balnearios europeos y se propuso crear algo similar en Montevideo. En 1907 Arocena inició la compra de terrenos en Carrasco, zona de médanos y bañados pero con playa de arenas finas y oleaje suave, accesible únicamente con transporte propio. En 1911 formó la Sociedad Anónima Balneario Carrasco, cuyos objetivos eran adquirir más tierras para formar un balneario, mejorar los terrenos con calles, saneamiento, alumbrado, bosques, jardines, obras de embellecimiento y construir un gran hotel casino y chalets. Sería un balneario modelo, con los servicios de la vida moderna “sin faltar lo bello y lo artístico que recrea el espíritu”.
Para su trazado se contrató en 1912 al reconocido arquitecto paisajista francés Charles Thays, que tenía trabajos en Montevideo y era director de Paseos de Buenos Aires. Ese mismo año se hizo el primer remate de solares por invitación, en el Hotel Lanata de la Ciudad Vieja, pagándose altos precios en mensualidades a cinco años. Con lo recaudado y el capital de la Sociedad Anónima se iniciaron las obras de urbanización dirigidas por el ingeniero Federico Capurro: terraplenado de médanos, relleno de bañados, forestación y enjardinado del espacio público. El acceso debió trazarse por el Norte, vinculado a caminos ya existentes entre chacras. Como entrada al sofisticado balneario se erigió la composición Portones de Carrasco, obra de 1912, de los arquitectos Juan Aubriot y Cándido Lerena Joanicó. No obstante, se construyó el tramo de rambla frente al balneario, equipándolo con vereda, murete con pilones y baranda de madera, jardines, terrazas y escalinatas a la playa. La rambla como vía continua de circulación recién llegó a Carrasco en la década de 1920.
El diseño de Thays, inspirado en los principios esteticistas de las ciudades jardín, dispuso la manzana del hotel como motivo generador del que parten dos ejes principales atravesados por calles curvas articuladas con rond points. Las obras realizadas por la Sociedad Anónima otorgaron al balneario, hoy barrio de la ciudad, su singular identidad: pintorescas calles curvas; espacios públicos con pinos, eucaliptos, jardines y grupos escultóricos; y los primeros chalets estilo vasco normando construidos para ejemplificar el ambiente ideado. Pronto aparecieron las villas privadas en su mayoría estilo neocolonial, proyectadas según el ideal de hogar moderno, confortable y elegante, con amplios jardines e interiores suntuosamente alhajados.
En 1912 la Sociedad Anónima Balneario Carrasco, D 51 52 D representada por José Ordeig, Esteban Elena y Alfredo Arocena, obtuvo autorización para establecer juegos de azar, comprometiéndose a construir el Hotel Casino y la rambla con explanada y a ceder al municipio sin costo, a los treinta y cinco años, las construcciones con sus terrenos. Para este emprendimiento se formó la Sociedad Hotel Casino Carrasco, de la cual fue presidente Esteban Elena. El proyecto se realizó mediante concurso de ideas, convocándose a arquitectos de ambas orillas del Río de la Plata. Las bases establecían requisitos de comodidad, funcionalidad y el carácter del edificio estipulando que “por encima del lujo y la riqueza debe predominar la armonía y elegancia sobria”. Los autores del proyecto ganador fueron Jacques Dunant y Gastón Mallet, arquitectos franceses que trabajaban en Buenos Aires. El uruguayo Félix Elena fue el encargado de adaptar los planos para afrontar el elevado costo manteniendo el objetivo de realizar uno de los mejores hoteles del continente.
El 18 de mayo de 1913 se colocó la piedra fundamental y comenzaron las obras con capitales ingleses. Pero un año después, al iniciarse la Primera Guerra Mundial, la inestabilidad detuvo la venta de solares, los capitales ingleses se retiraron, la Sociedad Anónima se desfinanció y paró las obras. En 1915 la Sociedad traspasó al Municipio por una suma ínfima el edificio del hotel en etapa de albañilería, su terreno, doce hectáreas destinadas a parque público y la concesión de los juegos de azar. Cuando la Intendencia retomó las obras los planos tenían algunos cambios realizados por el arquitecto Eugenio Baroffio. El edificio mantuvo las pautas de composición de la École de Beaux Arts de París, con dos ejes perpendiculares organizando los volúmenes puros (prismas y hemiciclos), asignados a cada actividad. Su ordenamiento tripartito consta de basamento o piano nobile (“piso noble”, principal de una gran residencia) para las actividades sociales, el desarrollo definido por los pisos de habitaciones y el coronamiento con cornisa y balaustrada. Dos torres con cúpulas facetadas dan al conjunto mayor esbeltez y visibilidad. La ornamentación exterior, sobria pero no austera, es ecléctico-historicista. Las fachadas realizadas con revoque piedra París imitan los muros de los palacios renacentistas y adquieren mayor relieve con pilastras, columnas jónicas, molduras, cornisas, frisos denticulados y las balaustradas de los balcones y el remate. En el piano nobile la ornamentación es más intensa, destacando la herrería de las puertas.
A fines de 1920, el edificio fue amueblado y decorado. El hall circular impactó por su opulencia, con pisos y columnas de mármol de Carrara, cúpula con vitral bordeada de yesería dorada y sustentada por columnas apareadas, escalinata de dos ramas con baranda de bronce y la decoración con araña de cristal y grandes jarrones de Sévres. El Salón Imperial era el ambiente de mayor jerarquía, espacio oval para bailes y conciertos decorado por la Nordiska Kompaniet de Estocolmo, con un entrepiso para orquesta abierto a la sala por tres balcones, ornamentado con vitrales, gobelinos, catorce arañas de cristal, muebles de cedro y caoba de Inglaterra y el servicio de mesa de platina de Suecia. El comedor con capacidad para quinientas personas se diseñó como los Hoteles Ritz de Londres, con decoraciones de cielorraso y paredes estilo Luis XV, arañas de bronce y cristal de Baccarat y cortinas de seda bordadas. Completando el piano nobile, el salón circular destinado a juegos se equipó con muebles de caoba tapizados en cuero de búfalo.
Al terminarse el hotel, el balneario ya tenía todos los servicios, la arboleda despuntaba en los espacios públicos en los que se habían instalado en 1916 los grupos escultóricos en mármol de Carrara (calcos de originales) traídos por Arocena de Francia e Italia y se levantaba la iglesia Stella Maris donada por los primeros pobladores, obra del arquitecto Rafael Ruano, de 1918. La playa ya tenía su prestigio y gracias a los cambios culturales se habilitaron zonas de baños mixtos.
El hotel fue inaugurado el 4 de febrero de 1921, y sus lujosas instalaciones y excelente atención lo posicionaron entre los de mayor categoría en América del Sur. Para la cena y baile de apertura se contrató una afamada orquesta húngara radicada en Buenos Aires y asistió la alta sociedad montevideana engalanada y expectante. Así empezó su vida este centro de atracción del turismo, principalmente rioplatense. Desde la gran terraza frente al mar, bajando la escalinata de mármol y cruzando la rambla, se llegaba a la playa, donde se construyó un quincho de cuarenta metros de largo, equipado con reposeras y con servicio de mozos y bañeros. La prensa documentó ampliamente el éxito de público en las tardes de verano tomando el té en las terrazas y por las noches en el comedor, salas de juegos y de fiesta, donde se bailaba el tango con prestigiosas orquestas. Complementando las actividades del hotel, la Sociedad Anónima organizaba exhibiciones de aviación, carreras de automóviles, equitación y deportes náuticos.
En sus tiempos de éxito, el hotel tuvo varias ampliaciones. En 1930 y 1938 se expandió sobre la terraza sur. En 1935 se agregó un piso de habitaciones al cuerpo central y a los hemiciclos laterales quitando esbeltez al conjunto, esta intervención se distingue por las ventanas con dintel recto a diferencia del último piso original con ventanas en arco de medio punto. En 1949 se amplió la terraza norte para instalar en el basamento la maquinaria del aire acondicionado.
El hotel tuvo sus visitantes ilustres, como Federico García Lorca que llegó en el verano de 1934 buscando un ambiente tranquilo para terminar su obra dramática Yerma. Pero con el tiempo, la falta de adecuación a nuevos requisitos de la hotelería y los cambios en los gustos lo llevó a su decadencia. Los trabajos de restauración, realizados en 1975 al declararlo Monumento Histórico Nacional, no lograron frenar su obsolescencia. A mediados de los ochenta la prensa registró el disgusto de la banda de rock Sumo por el estado de las instalaciones y el ambiente lúgubre, que en los años noventa sirvió de escenario para el rodaje de la película 8 historias de amor. Por esa época se procuró reactivar el hotel y mejorar su rentabilidad con nuevas actividades, como bailes de máscaras, pero el déficit se acumulaba y la Intendencia resolvió cerrarlo en 1997. El edificio emblemático en desuso perdió significado y se volvió un elemento negativo para su entorno.
En cuanto a la riqueza atesorada en el hotel, en 1967 la ‘operación limpieza’ puso a remate platería, cubiertos de Christofle y porcelanas alemanas, comprados en Europa para la inauguración. Luego de su clausura, las subastas de 1999, 2000 y 2002 prosiguieron el desmantelamiento de la platería, cristalería, mantelería, mobiliario, lámparas, espejos y artefactos de baño. No obstante, la Intendencia procuró revivir aquel gigante, actualizándolo y preservando su valor patrimonial. El complejo proceso estuvo pautado por sucesivas licitaciones para la explotación del hotel y del casino (1996, 1998, 2008), frustrada por la crisis bancaria de 2002, rescisiones por incumplimiento y litigios judiciales. Finalmente todo se encauzó con la concesión al grupo Codere-Sofitel desde noviembre de 2009. Sofitel es una empresa hotelera francesa del Grupo Accor, especializada en la restauración de hoteles con historia acorde a la tendencia actual. El casino será gestionado por Codere, multinacional de origen español dedicada a la operación de salas de juego. El proyecto arquitectónico es del estudio argentino de arquitectos AIG (Apeo, Ibarroule, Gradel). Estos grupos se integran en la empresa Carrasco Nobile SA con Guillermo Arcani como director ejecutivo.
Las obras, ya iniciadas por el concesionario anterior, fueron retomadas en enero de 2010 con un nuevo proyecto y la supervisión de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación. Para convertirlo en el hotel cinco estrellas más importante del país se priorizó mantener su identidad, restaurarlo, modernizarlo y respetar los valores del barrio minimizando su impacto. La intervención adoptó diferentes criterios aplicables a edificios de valor patrimonial, realizando la liberación (eliminación) de cuerpos agregados, como el volumen sobre la terraza sur, pero no se retiró el último piso de los hemiciclos, y el del cuerpo central fue sustituido por otro con lenguaje contemporáneo; el resto fue restaurado.
La modernización comprendió la ampliación de las habitaciones y la incorporación de spa, piscina climatizada, solarium, jacuzzi, sauna, gimnasio, salas de masajes, varios restoranes, business center, meeting rooms, sector de internet, salas de eventos, entretenimientos y espectáculos. El casino fue desplazado del piano nobile al piso inferior con acceso independiente y desde el lobby. Para no afectar paisajísticamente al entorno se hizo un estacionamiento subterráneo que implicó construir un muro de contención perimetral de doce metros de profundidad, realizado por una empresa uruguaya con tecnología italiana.
En el interior, la restauración destinada a recuperar la magnificencia fue dirigida por la arquitecta argentina Agustina Esperón, quien siguió el criterio de respetar la manufactura original recreándola con los mismos materiales y técnicas. El piano nobile, el lobby, el salón de fiestas y el restorán recuperarán sus usos y diseños originales. Para los trabajos en molduras se contrató a Renato Gobea, maestro yesero de la Escuela de Restauración de La Habana; la recuperación de vitrales estuvo a cargo del artista uruguayo Ruben Freire; en la carpintería de maderas nobles (cedro, pinotea, roble) trabajaron alumnos avanzados del Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes, quienes fueron adiestrados en varios oficios desaparecidos y que luego trabajarán en la conservación del edificio.
La restauración exterior estuvo a cargo de los arquitectos argentinos Rafael Sackman y Ángel Ficco, que trabajaron en la recuperación del teatro Colón de Buenos Aires. Se restauró el revoque con la técnica de piedra París; las molduras faltantes fueron replicadas a partir de las existentes usando técnicas artesanales y análisis de laboratorio; se restauraron los techos de tejas de zinc sustituyendo las piezas por otras elaboradas en Argentina por una empresa de origen alemán que conserva las técnicas de la época; también fueron recuperados cuatro grupos escultóricos de mármol que ornamentaban los jardines.
El acondicionamiento del entorno del hotel comprende una plaza elevada de acceso (evocando la terraza original, que se llamará Joaquín Torres García), y la transformación de la calle Rostand (que vincula el hotel con la iglesia) en el paseo público peatonal Carlos Thays.
paseo público peatonal Carlos Thays. La reinauguración del hotel rehabilitado devolverá a Carrasco parte esencial de su identidad y promoverá nuevos significados para la comunidad. La expectativa es la misma que hace noventa y dos años, cuando una larga fila de cachilas relucientes conducía a la alta sociedad montevideana a descubrir su magnífico escenario para la vida social.
Imágenes en blanco y negro gentileza del CDF. Fotos color gentileza del Hotel Sofitel Montevideo Casino Carrasco.