Por Eduardo Roland.
Con tres funciones a sala llena y un destacado elenco de cantantes, se presentó en el Solís el segundo título de la Temporada de Ópera 2022. La obra elegida fue Pagliacci (Payasos), el gran hit que el napolitano Ruggero Leoncavallo (1857-1919) aportó al canon operístico, una pieza de carácter realista que se cuenta entre las preferidas y más representadas en los principales teatros del mundo. Y desde ya que, tanto por la calidad de la partitura como del libreto, bien merecido tiene ese lugar de privilegio.
El tema no es novedoso en el ámbito de este género que en sus contenidos se parece demasiado a lo telenovelesco: un drama pasional motivado por los celos que termina de forma sangrienta. El diferencial de Pagliacci estriba en un argumento que incluye el teatro dentro del teatro, dándole a la ficción dos niveles paralelos que le otorgan al director de escena un campo propicio para crear una dramaturgia que les dé dinámica y espesor a las acciones. Algo que la argentina Florencia Sanguinetti logró con creces, jugando con ambos planos, apoyándose en una ingeniosa estrategia escenográfica que además aportó calidez por su colorido y sencillo diseño.
La trama se desarrolla en dos actos, precedidos por un prólogo en el que el cantante/actor que va a representar el papel de Tonio (el gran barítono Darío Solari) pide permiso y atraviesa el telón aún bajo, interrumpiendo la introducción orquestal que había dado inicio a la obra. Así Tonio se presenta ante el público (real) para anunciar el drama que comenzará en pocos segundos, a la vez que reflexiona acerca de la relación entre el teatro y la realidad, ensayando un parlamento que vale como credo del “verismo”, tendencia que revitalizó la ópera italiana sobre fines del siglo XIX, cuando el predominio francés y alemán era ostensible.
Una vez que se levanta el telón, la música se vuelve circense y vemos cómo una compañía de teatro ambulante llega ‒en clave carnavalesca‒ a un pueblo o a un barrio “con bombos y platillos”, causando la excitación de la gente del lugar, que los recibe de manera efusiva. En este inicio del primer acto (como también sucederá al inicio del segundo) interviene el coro, cuyos integrantes, incluyendo muchos niños, están dispersos por el escenario, representando la gente del pueblo. La compañía anuncia varias veces, a viva voz, que la función será “a las 23 horas”, es decir tarde en la noche de ese caluroso día de verano. Dicha función (el teatro dentro del teatro) abarcará todo el segundo acto de Pagliacci, en cuyo final los dos planos de ficción coinciden y se confunden cuando Canio/Pagliaccio asesina a Nedda/Colombina.
Durante lo que queda del primer acto se sucederán escenas de la intimidad de los actores itinerantes en los momentos previos a la presentación de una obra en la que encarnarán los personajes típicos de la Commedia dell’Arte (Pagliaccio/Pierrot, Arlequín, Colombina, etcétera), expresión popular nacida en el siglo XVI. Allí queda planteado el conflicto: la joven actriz Nedda engaña a su esposo Canio (actor y jefe de la compañía) con Silvio (en el libreto original, “un campesino”); a la vez que “el tonto” Tonio desea a Nedda de forma no correspondida y como venganza le revela a Canio que Nedda lo engaña.
Es justamente en estas escenas que tienen lugar los dos pasajes cumbres desde el punto de vista operístico: el dueto de los amantes (Nedda y Silvio), que se encuentran en secreto mientras Canio está en una taberna, y la célebre aria ‘Vesti la giubba’ (Ponte la chaqueta), cantada por Canio poco antes de que caiga el telón del primer acto, cuando Beppe ‒que neutraliza una pelea conyugal en la que Canio amenaza de muerte a su esposa‒ le anuncia que debe vestirse para salir a escena, mientras por dentro “el payaso” está destrozado y cegado por el engaño de su esposa.
Para deleite del público que llenaba la sala de nuestro histórico teatro de ópera, tanto el dúo como el aria rayaron a niveles de gran altura. La soprano argentina María Belén Rivarola encarna con autoridad el rol de Nedda, y junto con la mejor actuación que le hemos visto al barítono uruguayo Alfonso Mujica (Silvio) logran un dúo vocal magnífico, haciendo honor a las inspiradas líneas melódicas creadas por Leoncavallo hace 130 años. Cuando la escena de amor está culminando, aparece Tonio junto a un enfurecido Canio, obsesionado por saber el nombre del amante, que ha desaparecido; las acciones no dan respiro: Canio se muestra desencajado y agresivo hasta que es calmado por la llegada de Beppe, recordándole que la función está por comenzar.
Ha llegado el momento que los amantes de la ópera estaban esperando: “Ponte la chaqueta y enharina tu cara. / La gente paga y quiere reírse”, canta un atormentado Canio frente al espejo del improvisado camerino (“The show must go on”, cantaría un siglo después Freddy Mercury). Y entonces todos tomamos conciencia de que ha regresado al escenario del Solís un verdadero gigante al que extrañábamos: el internacional uruguayo Carlo Ventre, haciendo gala de una interpretación exuberante, un dominio absoluto de la técnica vocal y una fuerza dramática conmovedora. ¿Cómo no sentir empatía por el personaje, no obstante el carácter violento y despreciable manifestado en la escena anterior? A ello nos conduce, inexorablemente, la notable conjunción de pluma literaria y musical de Leoncavallo, a quien solo esta aria le hubiera bastado para ser considerado un gran artista. “¡Ríe, Payaso, / de tu amor hecho pedazos! / ¡Ríete del dolor, que te envenena el corazón!” El momento es sublime en su patetismo: la potencia vocal de Ventre se impone con asombrosa claridad a la orquesta sin perder emoción ni belleza.
¿Qué mejor debut dirigiendo una ópera podía pedir el maestro Martín García, actual director estable de la Filarmónica de Montevideo? El hermoso momento instrumental a cargo de la orquesta, que prolonga y amplifica como un eco la melodía central del aria, no desentonó con la “clase magistral” que acababa de brindar el tenor Carlo Ventre en un verdadero regreso con gloria que fue retribuido con un largo aplauso como hacía mucho no se escuchaba.
En el segundo acto ‒mucho más breve que el primero‒, luego de un nuevo comienzo envuelto en música de impronta circense, con fanfarria y coro, se desarrolla la puesta en escena de una obra de la Comedia del Arte, en donde la trama repite el conflicto amoroso que viven Nedda y Canio (ahora en los roles de Colombina y Pagliaccio). La representación, a pesar de su tono burlesco y comicidad grotesca, va ganando una tensión que solo los espectadores vemos, al igual que el personaje Silvio, quien está ubicado entre el público del teatro ambulante. Hasta que el Payaso, enceguecido por “el dolor que le envenena el corazón”, cede al impulso pasional de herir a Colombina con una puñalada que atraviesa la ficción y se hace verdadera, contradiciendo la idea que él mismo había expresado cuando la compañía llegó al pueblo: “El teatro y la vida no son la misma cosa”. Silvio, que sale desde el público para ayudar a Nedda, también es herido de muerte. El impacto es tremendo, el ingenuo público del pueblo, aún confundido ante la inesperada situación, oscila entre la perplejidad y la angustia. La risa se ha vuelto llanto. Suenan dos golpes de tambor. “La commedia è finita”. La comedia ha terminado, antes de tiempo, transformada en tragedia.
Pagliacci. Música y libreto: Ruggero Leoncavallo. Dirección musical: Martín García. Dirección escénica: Florencia Sanguinetti. Elenco: Carlo Ventre, Belén Rivarola, Darío Solari, Alfonso Mujica, Sergio Spina. Orquesta Filarmónica de Montevideo, Coro del Sodre, Coro de Niños del Sodre. Lugar: Teatro Solís Función: 22 de agosto a las 20.00.