La triste agonía de un pájaro azul.
Por Bernardo Borkenztain.
“Hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad.
Hay mujeres atadas de manos y pies al olvido.
Hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad.
Hay mujeres veneno, mujeres imán.
Hay mujeres consuelo, mujeres puñal”
Joaquín Sabina
Génesis
“¡Que se haga ya la oscuridad!
Deténgase la sucesión.
Es una ausencia tan brutal
que es uno mismo el que no está.
Y no quiero sentir ningún dolor
es lo que duele más”.
(Todos los epígrafes son estrofas del ‘Tango de la muerte’, de la opereta criolla Lo que me costó el amor de Laura (1997), de Alejandro Dolina)
La nueva temporada de la Comedia Nacional –bajo el lema “La Comedia Nacional arde”– está marcada por una sucesión de aciertos de Gabriel Calderón a la hora de elegir los equipos en los que confiar para poner en sus manos el activo más valioso de la institución: el elenco de actores que ponen sus cuerpos y su arte a disposición de estas propuestas. Al momento de escribir esto se han estrenado cinco de las seis primeras propuestas y son todas magníficas.
En el caso que nos ocupa, el equipo base son dos personas con mentes distintas, de una originalidad extraordinaria, que terminan sublimándose en una obra diferente, en un registro difícil y con una historia áspera de contar sin caer en simpleza o golpes bajos.
Carla Zúñiga es una dramaturga chilena a la que hay que seguir si uno ama el teatro, este es el primer texto que vimos de ella y para muestra alcanza y sobra. En 2013, con Javier Casanga fundó la compañía La Niña Horrible y desarrolla una carrera de teatro profundamente político, pero en el sentido de denunciar lo que realmente infecta y pudre nuestras polis, la sociedad actual. Como toda persona inteligente, Zúñiga desconfía de etiquetas que fosilicen las poéticas, pero podemos afirmar que su dramaturgia es teatro feminista en su mejor expresión. Al igual que el de Marianella Morena, no recurre a baratijas como usar palabras como empoderar, patriarcado o el lenguaje inclusivo fuera de contexto, que en el discurso de barricada tendrán su utilidad, pero en el teatro no tienen ni un ápice del poder de la representación. Y poder le sobra a la creación de esta mujer multipremiada.
Domingo Milesi, por su parte, es un actor y director egresado de la EMAD y, al ser local, nos es más conocido, ya sea por sus puestas con el colectivo La Carnicería, como Lo que los otros piensan o su reciente Bette Davis, ¿estás ahí?, con una investigación con un sistema biaural inmersivo de audio.
Lo esencial en esta puesta es que Milesi es un gran director de actores, y más que dirigir pareciera que cada personaje es una escultura que él crea con la materia prima del cuerpo y la voz expuestos del actor. La entrega del elenco a ese proceso es total.
El título de la crítica lo tomamos de un cuento de James Tiptree Jr., seudónimo de Alice Bradley, quien debió hacerse pasar por hombre para poder publicar ciencia ficción, sobre un inmemorial linaje de mujeres que son invisibles a los hombres, hasta que eligen a uno que nunca volverán a ver para usarlo como reproductor y dar a luz una hija. Esta será la que llevará adelante el linaje de estas mujeres que no pueden tener lugar, como la autora, en un mundo regido por la violencia de los hombres.
Como estas mujeres, las Parsons, Ema y Nina tienen solamente una hija que crían solas, pero no por elección, sino por el abandono y desamor de sus contrapartes masculinas; son, sin desearlo pero literalmente, las mujeres que los hombres no ven.
El libro de Esther
“Yo soy mucho más fuerte que la vida.
Yo soy la última rima del poema.
Mi voz en todo acorde suena.
Y con cualquier camino yo hago esquina”.
Es trivial afirmar que todos queremos sentir que en la vida las historias son como aquel ‘Romance del amor más poderoso que la muerte’, pero las verdaderamente trágicas, las que presentan la obvia verdad de que la muerte es como la hizo cantar Alejandro Dolina, “mucho más fuerte que la vida”, esas, las que nos hacen enfrentar nuestra mortalidad, no las queremos, por interesante que sean, pero son las que eligen los artistas valientes para contar.
La anécdota, esa suerte de mínima anatomía forense de un texto, es fácil de resumir: Ema y su hija Nina viven vidas oscuras, abandonadas por los únicos hombres que amaron, cada una con su hija, pero Paula, la última de la lista, ha fallecido por un problema cardíaco.
Al momento de iniciar la obra, Nina vuelve de perder su trabajo por los imperdonables pecados de llorar y orinarse en público y trata de liberar a Esther, el pájaro azul que es lo único que les queda de la hija muerta. Ese pájaro es el único hilo conductor, junto con un altar del que sale un sonido ominoso de ultratumba, el vínculo final con la vida, con la hija perdida y su agonía es la de Nina.
Fracasada en todo lo que la sociedad exige a las mujeres: ser hermosa (no lo es), ser madre (murió su hija) y exitosa en el trabajo (fue despedida), y al ser invisible fuera de su círculo más íntimo, decide suicidarse, no como impulso sino como toma de postura ante la vida, y el viaje será que los demás acepten su decisión y la respeten en lo que queda del tiempo. Ahora que llegó a la mitad del viaje de su vida, ha elegido huir del infierno que le tocó.
Domingo Milesi, sin embargo, realiza una maniobra de birlibirloque de vestir una comedia de tragedia. Nina (Florencia Zabaleta) sabe cuál es su camino y lo que le lleve transitarlo será el tiempo mágico entre la primera luz en el escenario y la caída del telón.
Una de las cosas más llamativas de esta temporada es lo parejo del nivel de cada elenco en las puestas. Si se destacara a un actor o actriz quedaría la sensación de estar siendo injusto con algún otro. Este caso no es diferente, actores de la Comedia Nacional y becarios no se distinguen en la calidad del trabajo, y suponemos que para estos últimos debe ser una experiencia memorable la posibilidad de compartir el escenario con estos artistas excepcionales.
Milesi, como dijimos, diseña cada personaje de acuerdo con lo que el talento de cada uno de los actores y actrices trae, y realza lo físico en Alejandra Wolf y Camilo Ripoll, lo vocal en Claudia Rossi y Natalia Chiarelli o la caricatura en Cristina Machado, Lucía Somer, Gal Groisman y Sebastián Malán. Roxana Blanco aparece sobreactuada y melodramática (esto funciona como una advertencia en la puesta: Roxana Blanco despliega una fuerza escénica enorme, pero jamás sobreactúa), mientras que Florencia Zabaleta y Diego Arbelo presentan actuaciones más sobrias. Soberbias, pero sobrias.
Miguel Grompone y Cecilia Souto componen un equipo que desarrolla una dramaturgia visual paralela al plano de los actores, filmando y proyectando sobre una parte del dispositivo escénico que se desdobla en pantalla en varios puntos. Esto plantea una visión dirigida de ciertos aspectos de lo que ocurre (el director de audiovisual fija la visión del espectador, algo que el teatral no puede hacer, por más que ocurra una explosión en una punta del escenario igualmente el público puede mirar a otro lado). Al mismo tiempo, significa una dificultad extra para los actores, que deben cambiar su rango de expresiones faciales para alternar entre la cámara y la escena, pero por otro lado permite que Zabaleta y Arbelo desplieguen sus armas letales: la sonrisa de la primera y la mirada del segundo.
Por último, el manejo de las luces y del sonido es sobrio, pero con intervenciones de música que incluyen canciones originales de Enrique Pera y Gustavo Fernández, con las interpretaciones de Alejandra Wolf (debe ser una tentación para los directores utilizar a una de las voces emblemáticas del rock nacional como cantante) y de Lucía Somer.
Hechos de los personajes
“Yo juego con la carta más segura
no importan los vaivenes de la suerte
aquí donde me ve, yo soy la Muerte.
El precio de la última aventura”.
Zúñiga plantea que ya no es posible que el teatro político tenga solamente personajes heterosexuales y cisgénero, por eso rompe esa normatividad, pero riéndose de las etiquetas que solamente fijan los significados antes que liberar a las personas. Y Milesi entiende que eso es una oportunidad para desplegar el absurdo como una forma de dorar una píldora amarga.
Porque los personajes de esta obra están todos dañados, a todos les falta algo que desean o les sobra lo que no soportan, pero hay algo que es innegable: en este pequeño universo íntimo que rodea a Nina no hay hombres cabales, no están presentes esos hombres que no ven a estas mujeres frágiles que se refugian en esas mentiras que hacen soportable la vida.
Con acierto, la filosofía de Jon Elster llamó a estas fantasías íntimas “preferencias adaptativas”: si no puedo satisfacer mis deseos profundos, me autoconvenzo de que amo las razones por las que no puedo. Como Ema (Roxana Blanco), que declama grandilocuencia y con aspavientos de telenovela cuánto ama a Nina mientras le pega o la insulta repetidamente.
Las tres amigas de Ema: Norma (Cristina Machado), Cecilia (Natalia Chiarelli) y Elena (Alejandra Wolff) conforman una suerte de coro trágico, en más de un sentido, porque son personajes patéticos que dialogan con Ema mientras elaboran un plan para disuadir a Nina de la decisión que ha tomado. Es algo grave, porque si Nina encontrara la salida a su angustia, sus propias mentiras protectoras podrían resquebrajarse y exponer sus propias frustraciones.
Deciden entonces impedir que Nina lleve a cabo su intención y para eso recurren a la introducción de los personajes más estrambóticos: Rodrigo (Sebastián Malán) es un chico trans al que se le paga para acostarse con Nina, porque es obvio que es la falta de un hombre (no de amor, porque ser lesbiana, por ejemplo, es una abominación para estas Euménides desplumadas) la causa del problema y eligen al menos probable de todos, uno que no se percibe como tal y que no le gustan las mujeres. La interpretación de caricatura del personaje en cualquier otro contexto sería ofensiva, pero el arte de bordador de Milesi lo hace encajar con precisión en su mecanismo y es el vehículo de las risas más sonoras entre el público.
Fracasado el intento, recurren a una psicóloga (Claudia Rossi) con menos capacidad de empatía que un torturador de la dictadura, y cuyos diálogos “analíticos” con Nina solamente subrayan la incapacidad del mundo de entenderla.
Recurren entonces a rescatar de una perrera a Julio o Julia, un ser andrógino que supuestamente se parece a Paula, la hija muerta, y que despierta los sentimientos maternales de Nina, pero no lo suficiente como para conectarla con el deseo de vivir.
Como en toda tragedia otros personajes llegan de lejos: Pilar, una indígena que llegó del mar con sus nueve hijos; Érika, la entrañable y torpe excompañera de Nina que se vuelve su única amiga, y el padre de Paula, que aparece luego de un abandono de veinte años, al decir de Nina y Ema, un hombre hermoso con un alma horrible: un payaso del circo que ha vuelto a la ciudad.
Apocalipsis
“Llegó el olvido, vencedor
y ya el saqueo comenzó.
En la memoria sin guardián
libros de viento robará.
Y de tu verso más cantor
nadie se acordará”.
Habiendo sido incapaz de conectar con ninguna de las propuestas de afecto romántico, filial, maternal o amistoso, le queda a Nina un último asunto por resolver antes de partir: el encuentro con el padre de Paula, su único amor, que es encarnado por Diego Arbelo con una maestría superlativa, componiendo un pequeño hombre patético que se aparece con su disfraz decadente de payaso vencido por la vida y que tiene el mayor diálogo sobre el desamor y la muerte con Nina. Sentados de espaldas al público la cámara de Cecilia Souto los magnifica y proyecta en ese duelo tanático entre la sonrisa de Florencia Zabaleta y la mirada de Diego Arbelo, por plantear una sinécdoque pertinente. El último recurso que podría unirla a la vida se le escapa en este contrapunto actoral y mientras interpelan ambos al público con un silencio cargado de nada, ha llegado el momento del final.
No lo develaremos. Pero si el eventual lector de estas líneas quisiera comprender lo que es un momento fáustico, ese instante de belleza absoluta por el cual el doctor Fausto vendió su alma al diablo, solo por experimentarlo, tiene que recorrer el viacrucis de Nina hasta llegar a ese preciso momento de silencio en una escalera. O no, pero no se atreva a llamarnos “Oh, capitán, mi capitán”.
Dramaturgia: Carla Zúñiga.
Dirección general y artística: Gabriel Calderón.
Dirección: Domingo Milesi.
Elenco por orden de aparición: Diego Arbelo, Camilo Ripoll (becario, EMAD), Claudia Rossi, Sebastián Malán (becario, IAM), Cristina Machado, Natalia Chiarelli, Alejandra Wolff, Gal Groisman (becaria, IAM), Roxana Blanco, Florencia Zabaleta.
Escenografía: Ximena Seara y Martín Siri.
Iluminación: Ximena Seara y Martín Siri.
Vestuario: Mavi Amigo.
Música: Gustavo Fernández.
Música compuesta: Enrique Pera y Gustavo Fernández.
Voces / canciones compuestas: Alejandra Wolff y Lucía Sommer.
Camarógrafa en escena: Camila Souto.
Diseño audiovisual: Miguel Grompone.
Traspuntes: Andrea Auliso y Lucía Leite.
Asistente de dirección: Alejandra Gregorio (becaria).
Teatro Solís