Por Fernando Sánchez.
Hasta hace unos años Jeanne Mandello era una fotógrafa desconocida en Uruguay, pese a haber vivido y producido parte de su obra en estas tierras. Nacida en 1907 en Fráncfort, Alemania, de padres judíos y con el nombre de Johanna, Mandello devino una de las pioneras de la fotografía moderna bajo la influencia de la Bauhaus, ese parteaguas de la historia del arte del siglo XX cuyas resonancias llegan hasta nuestros días. Como muchos artistas e intelectuales, Mandello abandonó Alemania tras el ascenso de los nazis al poder a inicios de la década de los años treinta. Así fue como recaló junto a su primer esposo en París, en donde ambos se convirtieron en fotógrafos de éxito y ella asumió definitivamente el nombre Jeanne.
De Francia también hubo de escapar después de la invasión alemana y la posterior persecución a los judíos por parte del gobierno del mariscal Pétain. A mediados de 1941, llegó a Montevideo y aquí permaneció poco más de una década, tiempo en el que Jeanne logró afianzar su obra y dotarla de una mirada moderna y femenina. En Uruguay, gracias en gran medida a su impronta europea, Jeanne encontró un terreno fértil para desarrollar su trabajo, destacado por su experimentación de formatos y temas, así como también la oportunidad de inmortalizar en retratos a grandes figuras como el pintor Joaquín Torres García y los poetas Jules Supervielle y Rafael Alberti y su hija Aitana.
La obra de Jeanne Mandello permaneció durante más de sesenta años ignorada por el público uruguayo. Gran parte de su trabajo se perdió cuando tuvo que huir de Francia y su estudio fue depredado por los nazis en 1942. Ese constante peregrinar (dejó Uruguay en 1953 para irse a Brasil y luego a España, aunque hasta su muerte mantuvo la nacionalidad uruguaya que le fuera otorgada) y el hecho de ser mujer determinaron que esta fotógrafa no fuera valorada en su justa medida. No fue sino hasta 2012 que la Alianza Francesa de Montevideo logró exhibir las fotografías producidas acá por Jeanne y su esposo Arno Mandello, así como algunas imágenes rescatadas de su etapa francesa y de su posterior vida en España.
En esta misma institución, diez años después de aquella muestra, ha tenido lugar la exposición de los finalistas de la primera edición de un premio de fotografía que lleva, justamente, el nombre de Jeanne Mandello. Creado por el Centro de Fotografía (CdF) de Montevideo y la Embajada de Francia en Uruguay, este galardón pretende potenciar y reconocer la creación de los jóvenes artistas locales, a la vez que busca reforzar los añejos vínculos de intercambio cultural entre ambos países.
Alrededor de treinta proyectos fotográficos se presentaron a la primera convocatoria del certamen, lanzada a inicios de este año. De entre ellos, los trabajos de Lucía Flores Curiel, Guillermo Giansanti, Gastón Haro, Alfredo Laguarda, Santiago Salazar y Catalina Torres se seleccionaron como finalistas y están en exposición desde fines de junio en la Alianza Francesa. Las propuestas presentan una variedad de temas y planteos estéticos.
Desarmémonos es el proyecto con el que Guillermo Giansanti busca poner en debate el uso de armas de juguete por niños y niñas en la vida cotidiana. Teniendo en cuenta que es en las etapas iniciales de la vida en donde se producen los procesos de formación del individuo, el autor se vale de imágenes y mensajes para conformar una especie de campaña que induzca a los padres a desestimar aquellos elementos lúdicos que tengan que ver con el universo bélico.
Alfredo Laguarda, por su parte, decide crear “un documento fotográfico sobre la decadencia ideológica y material de nuestro continente”. Para ello, utiliza un planteo sobrio y directo con el cual esta serie llamada Próceres de América se presenta explícita: el registro objetivo de las esculturas que aún perviven en la principal vía de ingreso a la ciudad desde el Aeropuerto de Carrasco, la Avenida de las Américas. Las figuras que integran el paseo escultórico, inaugurado en la década de los ochenta tras el regreso a la democracia, resultan en sí mismas una metáfora que Laguarda, orientado hacia estos objetos simbólicos, plasma de manera realista, fiel a la impronta de los padres de la escuela de fotografía de Düsseldorf, Bernd y Hilla Becher, de los cuales declara su influencia.
La construcción de la imagen y el objeto es el camino que toma Gastón Haro para conformar su serie Flores inventadas. Cuestionándose los límites entre lo natural y lo creado por el ser humano, este artista elige la manipulación y experimentación fotográfica para conformar sus piezas. Toma elementos de la naturaleza y, mediante un hábil empleo de la técnica y auxiliado por la tecnología, configura un universo ajeno, artificial, un mundo que para él es autosuficiente, amalgama entre realidad y ficción en donde no existe el tiempo.
Un relato temporal propone Territorio en extinción, de Santiago Salazar, proyecto que, desde una perspectiva de archivo, se erige en testimonio de la vertiginosa evolución urbanística de Maldonado y Punta del Este. Gracias a la herramienta Google Earth, el artista exhibe imágenes satelitales que evidencian los cambios sufridos en diversos puntos de la principal zona turística del país, respondiendo a las necesidades de los visitantes foráneos. Esa voraz transformación es resultado, además, de una constante especulación inmobiliaria. De ahí que Salazar plantee el problema que representa para los habitantes del lugar poder apropiarse del territorio.
Hacia el espacio íntimo gira Catalina Torres para armar un relato en donde los objetos cuentan la historia personal de su autora. En Esas cosas que me punzan el pecho, Torres vuelve a la casa familiar y lo que comenzó como la intención de plasmar el paso del tiempo, terminó siendo una búsqueda más profunda para dilucidar la relación entre las personas y sus objetos más próximos. La afectación que cada cosa tiene sobre el individuo y sobre otras cosas, la memoria que van conformando y el papel que juegan en la construcción de nuestras realidades es el sentido que persigue esta serie fotográfica.
El retorno a esa etapa de la vida en la cual aún todo está por revelarse, en donde queda atrás la inocencia de la niñez y se apresta uno a adentrarse en los derroteros que marcarán el comienzo de la vida adulta, es el deseo de Lucía Flores Curiel en La tristeza. Marcada por la muerte de su madre durante su adolescencia, esta joven artista se vale de la fotografía no como bálsamo, sino como catarsis, como herramienta para darle forma al dolor y aceptarlo mediante la evocación. Flores sana a través de esta expresión artística que asume como acicate vital y se propone que otros puedan hallar, como ella, los caminos de regreso dentro del territorio de la memoria.
La muestra de estos proyectos finalistas que inauguran el premio Jeanne Mandello quedaron en exhibición hasta finales de julio, cuando el jurado, conformado por la directora de la Alianza Francesa, Sophie Laporte; la responsable del polo fotografía del Institut Français, Sophie Robnard; y la curadora y artista visual Verónica Cordeiro, expidieron su fallo y seleccionaron el trabajo ganador: Lucía Flores, La tristeza.