Valentín Trujillo, director de la Biblioteca Nacional.
Por Nelson Díaz.
A dos años de haber asumido como director de la Biblioteca Nacional, Valentín Trujillo recibió a Dossier para realizar un balance del camino transitado y de los desafíos para su gestión.
Usted proviene del mundo del periodismo y la literatura, ¿con qué se encontró al asumir como director de la Biblioteca Nacional?
Me encontré con un mundo que no me era totalmente desconocido, porque yo había sido muchos años usuario de la Biblioteca. Conocía la institución desde el otro lado del mostrador, como investigador que vino cientos de veces a consultar libros y diarios. Las razones fueron básicamente por dos libros. El primero fue el que escribí a cuatro manos, con mi esposa, Elena Risso, Nacional 88: historia íntima de una hazaña. El segundo fue por una investigación de Real de Azúa [se refiere a Real de Azúa. Una biografía intelectual, publicado en 2017, con el cual obtuvo el Premio Bartolomé Hidalgo] por el que vine muchísimas veces y conocí algunos funcionarios. Por un lado, tenía en la balanza, era consciente, de los tesoros maravillosos que alberga la Biblioteca Nacional y, por otro lado, como usuario veía algunos problemas o, por lo menos, algunos puntos a mejorar en cuanto a atención, organización y sobre todo en comunicación.
Asumió casi en pandemia.
Claro, llegué aquí el lunes 2 de marzo de 2020 y no tenía idea de lo iba a ocurrir pocos días después. Once días después ocurrió lo que ya sabemos. Ese viernes 13 va a quedar marcado en la memoria emotiva de Uruguay. Lo primero que hicimos en esos días, cuanto todavía no sabíamos que se venía el cierre, el caos y la pandemia, fue aplicar un nuevo plan de comunicación. La Biblioteca era un yacimiento de diamantes gigantesco y poca gente sabía lo que sucedía aquí adentro, cómo funcionaba y las joyas que tiene. Además, veníamos con una cultura no diría del secretismo, pero sí de trabajar puertas adentro, medio endogámica, monacal. Tenemos una de las fachadas emblemáticas de Montevideo y poca gente se enteraba de lo que sucedía aquí adentro. Pensamos que ahí había una responsabilidad. La Biblioteca Nacional es una de las instituciones más antiguas de Uruguay. Tenemos 205 años de vida, cuando Uruguay tiene 192. Había mucho para comunicar y la responsabilidad que tiene la Biblioteca con todos los ciudadanos que la financian, pagando sus impuestos, es muy grande y estaba muy poco explotada. Lo primero que hicimos fue ordenar y marcar las vías de comunicación: la página web y las redes sociales. Y tuvieron crecimientos exponenciales. Irónicamente, la pandemia también fue como una rampa, potenció todo esto. La gente estaba en sus casas, tenía mucho tiempo libre. Leyó y compartió los contenidos que nosotros, estábamos posteando y además digitalizando. En muy poco tiempo la comunidad virtual, no así la presencial porque las puertas de la Biblioteca estaban cerradas, creció muchísimo.
Hay dos posturas en torno a lo digital. Quienes afirman que terminará con la lectura tradicional –el libro físico– y aquellos que dicen que ambos soportes, el físico y el digital, pueden combinarse y convivir perfectamente.
Para que tengas una idea, la Biblioteca no tenía Instagram. ¿Esto es fundamental para la institución? Obviamente que de acuerdo a sus objetivos clásicos la respuesta es no. Pero hoy, en estas circunstancias, a través de una cuenta como la de Instagram, tenemos un nivel de penetración masivo grande. Es una gran arma de comunicación y de información, sobre todo entendiendo que, a través de esa forma de comunicar, la Biblioteca tiene un poder de llegada y de cercanía muchísimo mayor. Estamos haciendo un esfuerzo grande con todo el equipo. Esto no es una cuestión solo de la dirección. Es un equipo de unas setenta personas, en distintas áreas y en diferentes funciones. Hemos realizado un trabajo intenso, poniéndole garra y cariño en su justa medida. De pronto la Biblioteca apareció en la agenda, apareció en los informativos y crecieron las notas, pero no solo como un fenómeno comunicativo, lo que sería bastante vacío y falso. En realidad, estamos compartiendo contenido. Pusimos sobre la mesa las efemérides. Ahora la gente entra en contacto con nosotros y ve que hay una grilla con distintos tipos de actividades relacionadas con una fecha específica, que van desde digitalización de obras, una exposición virtual, una exposición presencial, la reedición de un libro, un coloquio y una Arena de Debate. En 2020, en el centenario de Idea Vilariño, se publicaron los poemas recobrados, se hizo una investigación liderada por Ana Inés Larre Borges, dentro del grupo de investigadores de la Biblioteca. Fue el centenario de Mario Benedetti y de Julio César da Rosa. En este caso, la Biblioteca tuvo una acción de coedición, junto con Banda Oriental, de Mundo chico. Este año se conmemora el centenario de Carlos Maggi, María Esther Gilio, de la poetisa Orfila Bardesio, el de China Zorrilla (que será conmemorado el Día del Patrimonio), de Antonio Taco Larreta y los 150 años del nacimiento de Carlos Vaz Ferreira, por lo que habrá muchas y variadas actividades.
¿Cómo se relaciona, interacciona, la Biblioteca Nacional con el resto de las bibliotecas públicas?
Se puso en pie el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas. Son ciento diez bibliotecas en todo el país comandadas por la Biblioteca Nacional, porque la institución debe ser verdaderamente nacional. Entiendo, desde la dirección, que la Biblioteca tiene responsabilidades con un ciudadano que está en el Chuy, que está en Bella Unión, en Casupá, Punta del Este o Cerrito de la Victoria. No es fácil avanzar de manera homogénea en todas esas realidades distintas, pero por lo menos tenemos algunos proyectos que estamos desarrollando. Esto no se inventó ahora. La ley del sistema la impulsó mucho Tomás de Mattos cuando fue director. Se sancionó a finales de 2009, pero nunca se reglamentó. En los últimos dos períodos funcionaba a cuentagotas, con algunos departamentos cercanos a Montevideo. Había solo una reunión anual siempre con sede en Montevideo. Nosotros comenzamos con reuniones mensuales, se cambió el organigrama, se creó una sección, que se llama Gestión Territorial, y se está trabajando de distintas formas con diferentes proyectos. Hicimos una gira, hacía mucho tiempo que un director de la Biblioteca Nacional no visitaba una serie de departamentos. Es importante ir y conocer a la gente en la medida de las posibilidades, porque con la pandemia se hizo difícil. Ahora, por ejemplo, estamos desarrollando en Rocha un programa denominado Biblioplaya. Es una experiencia piloto, si funciona bien se hará el próximo verano en otros departamentos no solo costeros. El mismo formato de Biblioplaya se puede utilizar para lugares de turismo fluvial o serrano. En esta experiencia piloto un socio fundamental es la Intendencia de Rocha. La iniciativa partió del intendente del departamento y participó el director de Cultura de Rocha, Carlos Machado.
Además de los proyectos en todo el país, coordinando con intendencias, lo estamos haciendo a nivel de la ciudad de Montevideo. Existen desde proyectos propios hasta en los barrios. Tenemos una muy buena relación con el IAVA, con la Facultad de Derecho, con algunos liceos e instituciones. Pongo un ejemplo, el año pasado se cumplieron 150 años de la Planta de Aguas Corrientes de los ingleses, la The Montevideo Waterworks que data de 1871 y es el antecedente de la OSE. Nos ofrecimos a colaborar con OSE y nos preguntaron de qué manera podría hacerlo la Biblioteca Nacional. Dijimos que teníamos los diarios del día siguiente de la inauguración y la información de lo que dijo el entonces presidente, Lorenzo Batlle. Sobre cualquier evento del país que tuvo lugar entre las Invasiones Inglesas, con La Estrella del Sur –el primer diario–, hasta hoy, la Biblioteca puede participar, porque tenemos materiales y bibliografía. Recordemos que por ley todos los impresos de Uruguay deben remitirse a la Biblioteca Nacional. Eso no significa que siempre se haga, pero es lo que debería suceder. De todas maneras, tenemos más del 90% de todo lo que se ha editado en la historia del país.
¿Qué sucede con los registros de la prensa departamental del interior del país, teniendo en cuenta que en la mayoría de los casos son de corto tiraje o de breve duración?
Tenemos un programa transversal de digitalización de prensa de cada departamento, en alianza con el Congreso de Intendentes y con cada intendencia. Hay una persona fundamental en esto que es Andrés Oberti, investigador de Paysandú. La Intendencia sanducera tiene un centro de digitalización, que se llama Daniel Vidart, y Oberti lo comanda. Estaría bueno que cada Intendencia tuviera un centro de estas características. En otros lugares hicimos acuerdos, como en Florida con el museo municipal, en San José con el sistema de bibliotecas departamental, o en Soriano con el Museo Eusebio Giménez.
¿Y en lo que respecta a digitalización en la Biblioteca Nacional?
Hay que hacer ciertas transformaciones. Las capas tecnológicas van como por acumulación. Tenemos obviamente todos los originales en papel y muchas colecciones están microfilmadas. El tema es que uno hoy habla de microfilmación y pareciera que se está hablando de un microfilm secreto en plena Guerra Fría. Es un muy buen soporte el celuloide, son los positivos de la imagen captada, y ahora estamos en un proceso de digitalizar. Si bien hay mucho diario de Montevideo digitalizado, pero no así las tres grandes colecciones. Objetivamente la historia de la prensa de Montevideo son tres grandes colecciones que pueden explicar a grandes rasgos el Uruguay. En orden cronológico son los diarios El Siglo, El Día y El País. Con ese triángulo sería un gran avance. La Biblioteca del Palacio Legislativo, que son nuestros colegas y queridos hermanos bibliófilos, avanzó mucho con la de El País. Nosotros tenemos todo El Día microfilmado y estamos estudiando el proceso para ver si es compatible que se digitalice el microfilm. Además, estamos readaptando una mesa para digitalizar El Siglo. Si esto se consigue a lo largo del quinquenio, sería un avance formidable desde el punto de vista de la fuente bibliográfica. Obviamente que también el MEC apoya proyectos interesantísimos, como Anáforas, que depende de Facultad de Información y Comunicaciones, liderado por la profesora Lisa Block, que ha hecho un trabajo formidable y tiene muchas colecciones en línea. Entre otras, está toda la colección de Marcha. Además, tienen un directorio impresionante con información de autores uruguayos.
Usted hacía referencia al trabajo de puertas abiertas, en el sentido de que la institución está presente en las redes sociales. Esto le da movimiento, dinamismo, alejado de la imagen anquilosada que suelen tener bibliotecas y museos.
No es que la Biblioteca estuviera muerta e inmóvil. Tenía un movimiento, pero no era conocido, no coordinaba mucho con otras instituciones, ni había un sentido de equipo dentro del Ministerio. Hoy la Biblioteca tiene una participación muy activa en la comisión editora de los clásicos de la biblioteca Artigas, que es cuatripartita, junto con el Ministerio de Educación y Cultura, Museo Histórico Nacional y el Archivo General de la Nación.
El acervo cultural de la Biblioteca Nacional no se agota en libros y documentos. Hay desde elementos personales de escritores hasta fotografías de la guerra de la Triple Alianza, por ejemplo.
Exacto, tenemos una pinacoteca muy importante, esculturas, un archivo literario que también está en movimiento. En diciembre recibimos el archivo del escritor y periodista Claudio Trobo, el de Mario Arregui, de Juana de Ibarbourou y de Emilio Oribe.
Están los archivos de Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, José Enrique Rodó y la reciente restauración de La Galatea, la imprenta icónica de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer. Hay un trabajo de preservación y de apropiarse, en el buen sentido del término, de todo ese material.
Totalmente, no concebimos la papelería como algo muerto o inactivo. Por supuestos que la Biblioteca tiene las mejores condiciones de preservación y de conservación físicas, espaciales y técnicas, pero al mismo tiempo tiene que ser una plataforma para futuras investigaciones. Están ahí para que venga otra gente, las utilice, las tome como fuente, escriba y publique sobre ellas. Con La Galatea ocurre lo mismo. Es un hermosísimo objeto de hierro que un profesor de Historia, solamente mostrándoselos a sus alumnos, puede explicar la Revolución Industrial. Ahora, ¿sirve como pieza de museo? Mi respuesta es sí, pero vamos a hacerla funcionar de nuevo. Es un cometido imprimir y vamos a generar una nueva colección de poesía, de narrativa breve, de ensayo breve, y que La Galatea vuelva a la vida, haciendo una especie de puente en el tiempo. Creo que la Biblioteca tiene una vocación natural de mirar al pasado sin dudas, pero no puede ir avanzando de espalda. Velamos por el canon, preservamos un montón de objetos que son emblemáticos de la historia y del arte del país, pero al mismo tiempo tenemos una obligación de estar actualizados con la tecnología y utilizar sus ventajas. Una persona en Rivera, por ejemplo, que está haciendo una investigación histórica y debe venir a Montevideo porque en su departamento no tiene los archivos de los diarios, debe gastar dinero en el viaje, tiene que alojarse, comer, es una inversión que demanda tiempo y dinero. Ahora, si desde su casa puede acceder al material, a los documentos que necesita, porque están digitalizados y disponibles a través de la web, entonces la Biblioteca está cumpliendo una función y tratando a todos por igual. Porque si no el riesgo, el peligro, es que la Biblioteca Nacional sea la “Biblioteca del Cordón”, la biblioteca del que se puede tomar un ómnibus y por cuarenta pesos accede a los materiales. Y el que vive en Santa Clara del Olimar se embroma. La tecnología brinda la posibilidad de acceso porque rompe la brecha de la distancia.
++++++++++++++++++++++++
RECUADRO
Letras & números
El 26 de mayo de 1816, a instancias de Dámaso Antonio Larrañaga, se inauguró la Biblioteca Nacional. Entonces contaba con 5.000 volúmenes, en su mayoría donados por el propio Dámaso Antonio Larrañaga, Pérez Castellano, José Raimundo Guerra y el Convento de San Francisco. Durante la dominación luso-brasileña (1817-1828) su acervo disminuyó a 2.000 ejemplares. En 1837 se realizaron tareas de recolección, y se reunieron 2.500 libros. En 1867, el gobierno autorizó el remate público de las obras consideradas “inservibles” y la donación de duplicados a bibliotecas del interior del país.
El 15 de marzo de 1912 fue creado el Registro de Propiedad Literaria y Artística con el objetivo de proteger al autor. Un año después, el 17 de marzo de 1913, se efectuaba la primera solicitud de registro de Derecho de Autor, perteneciente a José Henriques Figueira. El 1º de abril de ese año se le expidió el primer certificado; los títulos registrados eran seis textos de estudio: El lector moderno, ¿Quieres leer?, ¡Adelante!, Un buen amigo, Trabajo y Vida.
El acervo se vio incrementado en varias oportunidades por oportunas donaciones: la biblioteca de Pedro Mascaró y Sosa en 1927; 2.650 volúmenes pertenecientes al diplomático e historiador Luis Melián Lafinur en 1949; los familiares de Francisco Gómez Haedo donaron su biblioteca en 1963, compuesta por 1.486 libros. En 1986 fue donada la biblioteca de Líber Falco y en 1995 se recibió el archivo del poeta Juvenal Ortiz.
Antes de recalar en 18 de Julio 1790 en 1955, la Biblioteca ocupó el Fuerte de Montevideo (1816); Sarandí esquina Misiones entre 1859 y 1878; en 1879 fue trasladada donde hoy funciona el Museo de Historia Nacional; Soriano entre Arapey y Convención en 1889 y en 1910 en los salones de la Universidad de la República en Eduardo Acevedo 1475.