La vergüenza de haber sido.
Por Bernardo Borkenztain.
Elsinor Inc.
La idea de modernizar y poner en un contexto contemporáneo a Shakespeare es casi tan vieja como el propio dramaturgo, pero igualmente se siguen viendo formas novedosas y válidas de hacerlo.
Algo de Ricardo, de Gabriel Calderón y Mariana Percovich, o Hamlet Maschine, de Hëiner Muller, son ejemplos de eso. En este caso el texto intervenido vuelve a ser el del príncipe de Dinamarca, pero se logra un aspecto realmente innovador: se despoja a la familia real de todo rastro de nobleza y savoir faire, y se la convierte en lo peor de la burguesía: los nuevos ricos que, por ese mismo acceso reciente al poder económico, encarnan lo peor del mal gusto y de la mezquindad. No es que el texto original estuviera escaso de esas mezquindades, pero ese adocenamiento de los personajes convirtiéndolos en simples burgueses venidos a más realmente resignifica el texto.
Tenedor libre
La obra comienza con el banquete de bodas de Claudio (Álvaro Armand Ugón) y Gertrudis (Carla Moscatelli), obviamente con la estética que describíamos: mal gusto y kitsch a lo largo de la mesa, a cuyo alrededor se sitúan los personajes como en la última cena, prestos a la traición y a la negación del muerto.
Hamlet baila desde la izquierda (o sea, desde lo siniestro) del dispositivo escénico de forma frenética y exagerada (no creemos que sea sobreactuación sino un énfasis de dirección), incluso sobre la mesa, mientras que, del mismo lado, Horacio, devenido en disc jockey, ejecuta la música barriobajera, trap y similares.
La premisa de bajar la edad del protagonista y situarlo como un millenial (más bien sería un centennial, de hecho) se instala en el pacto ficcional y ubica a Damián Lomba en un registro de actuación muy energético y extremadamente difícil de sostener, algo que logra muy bien en todos los duelos que le tocan, salvo el último, porque en esta versión Laertes fue omitido. Ofelia (Fiorella Bottaioli) aparece como apagada y apática, en contraste obvio con el frenesí de Hamlet.
Lo mejor de la puesta, sin lugar a duda, es la caracterización de los personajes, con Claudio como un señor muy corriente, prepotente y sin elegancia alguna (aparece de zapatillas y short en el banquete) siempre con un toque de pésimo gusto, como tener un vaso lleno de whisky en la mano mientras se desplaza por todos lados, o hablar con la boca llena mientras corta una manzana, cuyos trozos se lleva a la boca con el cuchillo.
A su vez, Gertrudis es la encarnación de lo que en inglés se llama wannabe y que vagamente podría traducirse como arribista social, alguien que, inconsciente de su falta de roce, cree que vestirse con ropa cara y utilizar palabras en inglés intercaladas de manera inexacta y torpe la hacen moderna y elegante.
De más está decir que Armand Ugón y Moscatelli están soberbios (siempre lo están) y que la obra se justificaría solo por ellos, pero “hay más, siempre hay más”.
Resta Polonio (Gustavo Antúnez), que tiene que hacer las veces de sirviente pero no de una familia real sino de esta suerte de caricatura del querer pero no ser, y es presentado como un colaborador en la empresa familiar que levantó el padre de Hamlet y que ahora maneja junto con Claudio. La versión burguesa de un reino no podría ser otra cosa que esa “compañía”, que no se sabe bien qué hace ni cómo pero que evidentemente es el reino que estaba para un Hamlet tan poco interesado en regirlo como el de Shakespeare.
Se produce una tensión generacional entre los actores jóvenes y los veteranos, y la resolución escénica tiene puntos altos, como la sustitución del fantasma del padre por un ataque de epilepsia (para Freud la epilepsia estaba vinculada al tabú del parricidio, nada menos, y lo ominoso) o la vis cómica y desconcierto de Moscatelli en su intento de seducir a su hijo.
En suma, una obra que tiene muchas razones para verla, buen texto, mejores actuaciones y un ritmo escénico muy bien llevado. El resto… el resto es silencio.
Dramaturgia: Paola Lusardi.
Colaboración en dramaturgia: Leila Martínez y Andrés Granier.
Dirección: Paola Lusardi.
Asistencia de dirección: Francisco Barceló y Camila Parard.
Elenco: Álvaro Armand Ugón (Claudio), Carla Moscatelli (Gertrudis), Damián Lomba (Hamlet), Fiorella Bottaioli (Ofelia), Gustavo Antúnez (Polonio), Martín Pisano (Horacio).
Diseño de escenografía: Fernando Scorsela.
Diseño de vestuario: Carolina Cutaia.
Diseño de iluminación: Martín Blanchet y Tabaré Dávila.
Música original: Mateo Schreiterer y Tomás Melillo.
Colaboración musical: Ignacio Cantisano, Kchi Homeless y Martín Pisano.
Coreografía: Lucía Facio.
Maquillaje: Estudio Lupenni.
Comunicación y prensa: Valeria Piana.
Fotografía: Julmart Bueno.
Diseño gráfico: Leandro Correa.
Registro y contenidos audiovisuales: Santiago Edye.
Estilismo: Machado Nauar.
Producción ejecutiva: Miriam Pelegrinetti, Guillermo Gallardo y Gabriela Larrañaga.