Autora de la novela El resto del mundo rima.
Por Wilmar Umpiérrez.
El pasaporte de Carolina Bello dice, en el espacio dedicado a la ocupación, que es periodista. Está bien porque lo es, pero también podría incluir información extra y establecer que se trata de una de las escritoras más importantes de la actual escena literaria uruguaya. Y además de escribir, lee. Lee a raudales, ya que, como dijo alguna vez Martín Caparrós, pretender escribir sin leer es como querer tocar la guitarra sin haber escuchado música. El resto del mundo rima (edita Literatura Random House) no solo se trata de su novela más reciente, es también la culminación de una astuta y ardua búsqueda de nuevos universos narrativos. Además, es una ventana en la que hay que asomarse para capturar a una autora empeñada ‒felizmente‒ en no repetirse a sí misma.
Bello camina despacio al punto de encuentro fijado para llevar a cabo la entrevista que será la columna vertebral de estas líneas. Llega en tiempo y forma. “No me gusta la impuntualidad”, dice, mirando fijo y de inmediato se da cuenta de algo que podría ser fatal al momento de escuchar la entrevista: hay mucho ruido ambiente. Como es periodista, reconoce ese detalle no menor y propone otro lugar donde los decibeles sean más amables para el diálogo. El pretexto es charlar sobre El resto del mundo rima, su novela más reciente, pero como se podía sospechar, la charla deriva hacia diversos ángulos. La obra sobrevuela un plano temporal presente, en el que narra una serie de acontecimientos que se disparan luego de un accidente de tránsito cuyos sobrevivientes terminan conociéndose y construyendo un vínculo en el marco de un hospital. El personaje de Julia, el corazón del asunto, está presentado, dibujado, con una precisión que asombra. Los protagonistas secundarios de la novela, Ernesto y Andrés, no son un simple relleno.
Julia se nos presenta de manera espectral y esa es la primera de las sorpresas que nos depara la lectura. En algún momento nos damos cuenta de que lo que realmente importa en la historia ocurrió en el pasado. Y ahí la Carolina Bello escritora moldea con una arcilla delicada unos territorios que tienen que ver con la identidad y el recuerdo. El recuerdo corre por el carril del olvido y la novela lo deja entrever, mientras explora otros universos que conforman lo humano, como el miedo, la sexualidad y la muerte como hecho definitivo. Los diálogos y las imágenes que la autora logra transmitir nos van creando un mundo visual que mucho tiene que ver con el cine, otra de sus pasiones. Es un texto que se lee como una novela, pero se ve como una película que corre dentro de nuestro cerebro.
Al momento de enfrentarse a la página en blanco, Bello dice que lo piensa como si hiciera cine, no sufre de ese abismo de la hoja vacía, piensa en los personajes o, más precisamente, piensa en la idea que quiere contar. Recuerda que cuando escribió su anterior novela, Oktubre, se propuso contar una historia de amor “con todas sus dificultades” y alcanzó a desarrollar un relato que se aleja del clásico esquema de buenos y villanos: “Quería que se tratara de flores rotas, de personas incompletas o, mejor aún, de personajes incómodos y en función de esa idea voy armando los personajes en un esquema de la Licenciatura en Letras, la isotopía, esa idea es la que va a permear el resto”.
Como señalamos, en la obra de Carolina, como ocurre en las buenas películas, los personajes secundarios no huelen a relleno, a escombro que se utiliza para conformar un hilo narrativo, más bien todo lo contrario. En esta novela son la clave, son la costura del texto. Explica la autora: “Son subsidiarios de esa historia mayor, es un pool de personajes, los anoto en un pizarrón que ya me había comprado para Oktubre, anoto quiénes son, les pongo nombre, porque cuando les pongo nombre ya son más palpables y establezco las conexiones entre ellos y, por otro lado, encuentro el disparador de la novela”.
Cuenta que el primer capítulo, originariamente, no era el punto de partida de la obra cuando comenzó a escribir: “La historia está basada en un accidente que ocurrió hace muchos años en la ruta 1 y que me quedó grabado porque hubo fallecidos, pero también hubo un sobreviviente y pensé ‘¿Qué habrá sido de la vida de esa persona que salió viva de esa tragedia, con eventualmente la culpa que acarreaba?’. Eché mano a notas periodísticas de la época y entendí que arrancar el libro de manera dura y áspera era lo mejor. Así que de esa forma di el primer paso, dibujando esa situación y tratando de visualizar los huesos de la historia, la carne se la voy agregando a medida que voy escribiendo, pero primero necesito saber hacia dónde va la historia”.
Le cuento que me impresionó como lector la relación entre los hermanos en la novela, Ernesto y Andrés, algo que escapa a los lugares comunes, confirmando así el poderío de la novela. “Eso es una alerta que todos los escritores debiéramos tener presente, una luz que siempre tiene que estar encendida. Uno va como tirando semillas y de repente el plantío es otra cosa, algo que imaginaba, Soy lectora de toda la vida y trato de no incurrir en esas falencias que encuentro cuando leo. Julia no es un perro verde, quería presentar un personaje que fue arrojado a la vida y no tenía herramientas con las que defenderse. Ella es una persona que nació en una familia de clase media, educada, tiene privilegios, pero no encaja a nivel emocional, como si tuviera algo de robótico, algo mecánico”, dice Bello.
Sobre ese punto planteamos a la escritora la idea de que como género humano tenemos la irrenunciable necesidad de sentir. Bello toma un sorbo de café, mira hacia arriba y cuando vuelve a mirar a los ojos, muy seria, dice: “Es lo que nos va quedando”. Y agrega: “Lo he visto en muchas personas que se van endureciendo, como que su piel se fuera troquelando, y ese es un gran miedo que tengo, seguir creciendo y que las cosas dejen de permear”. Sobre el personaje principal de su novela, puntualiza: “Julia ha estado privada de sentir, su carencia es esa, y eso no es algo que quiera para mí. Por eso es perturbadora, es de alguna manera despreciable y el desafío fue ser empático con alguien que resulta incómoda, por eso tuve que buscar en mi interior”.
Como Julia, la Carolina Bello escritora no parece tener paracaídas al momento de enfrentar los retos. Ve el abismo, pero va hacia él: “Soy contradictoria, porque soy de Tauro, que significa estabilidad, pero, a la vez, hay ciertos eslabones de paz que me gusta romper, como por ejemplo la escritura. Mis libros son diferentes entre sí, quiero que sobreviva un estilo, que alguien agarre cualquiera de ellos y encuentre algo que le permita identificar que eso fue escrito por esta persona, pero no quiero ser previsible. En el arte y en la ciencia hay que atreverse a tirar de ciertas piolas, en definitiva, el arte no se puede convertir en un trámite. Te decía que la ciencia necesita una suspicacia, hay alguien que imaginó algo que quiere comprobar, y en el arte es igual, por eso de alguna manera se parecen”.
En un ejercicio lúdico de regresión temporal, conectamos con la Carolina Bello niña para ver cuáles eran sus lecturas y qué de aquella niña ayudó a construir su actual recorrido de escritora. Bello considera que en algún momento tenía pudor de decir que era escritora, molestia que se fue para siempre cuando publicó Urquiza. “Ahí comencé a valorar mi obra como lectora y no como escritora, reconocer que eso que escribí tiene valor literario. Me daba pudor considerarme escritora cuando gente que yo admiro lo es, pero cuando me di cuenta de que lo que estás compartiendo con los grandes es el ejercicio de un oficio, ahí empecé a sentirme más cómoda como escritora”.
Recuerda que su raíz está en una familia modesta del Buceo y en ese esquema un diario íntimo con candado tenía un valor casi incuantificable: “Escribo desde chica, y esa niña ya sabía que quería escribir. Yo no escribía constancias de lo cotidiano, como por ejemplo ‘Estoy enamorada de Mengano’ o “Fulano me dio un beso”. Tenía visones del mundo. Cuando me encuentro con textos de mi niñez siento una fuerte empatía por la cabeza de aquella nena que estaba observando el mundo”. Una niña que leía todo lo que encontraba de Horacio Quiroga, alguien que “estaba más cerca de la poesía que de la descripción narrativa”. Y revolviendo en la memoria, recuerda que su primera crítica cinematográfica fue una reseña de El lado oscuro del corazón (Eliseo Subiela, 1992), con edad escolar y “en un tono poético”. Hoy lee crónicas, estudia a autores contemporáneos y destaca la figura del galo Emmanuel Carrère, de quien está leyendo Yoga (Anagrama); quiere leer a la argentina Samanta Schweblin y ya tiene repasada al derecho y al revés la inmensa obra de la también argentina Leila Guerriero.
Volviendo a su forma de encarar la literatura, la autora no juzga a sus personajes, los deja fluir: “El narrador no puede dar órdenes, no puede decirle al lector qué tiene que pensar o cómo se tiene que acercar al libro. Una de las cosas que evito es establecer un carácter moral, un narrador solo deja indicios, la literatura no es ‘A mí me parece’, porque el autor tiene una intención y si me dicen que El resto del mundo rima se trata de una madre que le pegaba a sus hijos, no es así. Eso es apenas un indicio para decodificar la personalidad de un par de personajes”, sostiene.
Le hago notar a Bello que ciertas formas de arte, en especial en la música, pero también en la literatura, los silencios son fundamentales para moldear la obra. Sobre el punto, considera: “Es una cuestión de ritmos, el ritmo para subsistir necesita de silencios, un párrafo tiene ritmo, como dice Martín Caparrós, por eso le tengo que dejar lugar al silencio y no apabullar todo el tiempo, para pensar necesitamos silencios. El silencio, muchas veces, es aire rico”.
La charla discurre hacia el cine, de manera lógica y natural. Surge el título Bad Lucky Banging or Loony Porn, película rumana dirigida por Radu Jude que ganó el Oso de Oro en la última edición de la Berlinale. En ella la hipocresía es presentada como uno de los elementos que identifican a esta época que nos ha tocado vivir, donde las redes sociales son la cúspide de la simulación. “La simulación es hija de la hipocresía, históricamente ha sido así ”, considera Bello y agrega que no se puede hacer periodismo en 140 caracteres: ¨Twitter es una herramienta más, pero estamos fritos si pensamos que eso es periodismo. Yo tengo redes sociales porque soy egocéntrica y porque creo que puedo utilizarlas para decirles a un montón de personas que pueden ver tal o cual película o leer determinado libro, pero no las utilizo para generar conflictos ni agredir a nadie. Creo que ese es mi caballo de Troya, ya que utilizo algo con lo que no estoy muy de acuerdo en términos ideológicos para no abandonar la postura de compartir un disparador de pensamiento. Hay cosas peores como Tik Tok, que es el vaciamiento total de toda capacidad de abstracción al tiempo que hay diciplinas condenadas a la lentitud, como la literatura”.
Ahora bien, ¿cómo hace la literatura, el simple acto de tomar un libro y leerlo, para luchar contra la sobre estimulación y el inmenso océano de plataformas digitales? “Creo que los escritores estamos compitiendo con Netflix y con las redes sociales. Por eso es importante que alguien busque un libro, que no es barato, que tenga la disposición anímica de ir a conseguir ese libro, pero esas personas existen, por eso hay un bastión donde seguirán existiendo los escritores y también los lectores, y eso es una gran noticia”, asegura.
Bello agarra una servilleta y juega con ella, la transforma en un diminuto cuadradito de papel y no deja escapar una idea que venía pensando desde que promediaba nuestra charla y que define su forma de entender el arte de escribir: “Todo lo que conocemos fue un relato primero, así como en las primeras civilizaciones uno salía a cazar, otro cocinaba, otro miraba para arriba por las dudas, pero siempre había alguien que dejaba constancia de lo que ocurría y sin ese no existiríamos. Yo no soy importante, importantes son los que salvan vidas, pero ¿cómo salvar una vida en un mundo sin historias? Ahí tendríamos un problema”. Piensa en 1984, de Orwell: “Él describió que una sociedad sin arte y sin cultura es un modelo totalitario. ¿Dónde caen las primeras bombas? En las bibliotecas, desde Alejandría está pasando eso, la cultura es lo primero que se destruye cuando un país se impone a otro, porque la cultura es elaboración de pensamiento, y estamos caminando por un sendero peligroso, pandemia mediante, y en ese estado de situación yo propongo pensar”.
Carolina Bello (Montevideo, 27 de abril de 1983) es técnica en Comunicación Social, con un posgrado en Crítica de Arte. Cursó la Licenciatura en Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República). Ha colaborado en distintas publicaciones periodísticas uruguayas y extranjeras, y ha impartido clases sobre crónica narrativa en la Facultad de Comunicación. Publicó los libros Escrito en la ventanilla (2011), Saturnino (2013), Urquiza (2016, Premio Gutenberg de Literatura de la Unión Europea), Oktubre (2018, incluido en el programa de Literatura Uruguaya de la Facultad de Humanidades y mención en el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura), Un monstruo con la voz rota (2020) y El resto del mundo rima. Fue coautora de Viejas bravas (2017) y participó en diversas antologías de cuentos. En 2020 ganó la beca Justino Zavala Muniz para creadores con diez años de trayectoria en la categoría Letras, del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay.