Por Elena Bernadet.
En el espacio conocido como el kilómetro cero de Montevideo una mujer observa la ciudad desde muy alto y tiene muchas historias para contar. Está allí desde antes de que llegara la urbanización, cuando el sitio era apenas un triste descampado. Se trata de la dama más amada de la historia por todos los hombres: la libertad.
En el anecdotario montevideano la estatua de la libertad figura con variedad de denominaciones. El original, con el que se la conoció el día de su inauguración, fue “Columna de la Paz” o “Estatua de la Paz”. No hay en el monumento placa ni leyenda o indicación alguna que designe a la escultura o cuente la serie de marchas y contramarchas, tanto de la plaza como de la mujer de metal, que tiene como razón de ser la guerra, la paz y el amor.
La estatua fue colocada en el mismo lugar donde hoy se eleva, pero entonces ese predio era muy lejano a la ciudad y escasamente transitado por quienes recorrían el Camino de las Carretas. La demolición de las murallas de la Ciudadela permitió la expansión espontánea de la ciudad. En ese transitar, en 1836 la Plaza Cagancha fue denominada kilómetro cero, o el “corazón de la ciudad nueva”. Fue así que la estatua pasó a ocupar un lugar de privilegio entre los montevideanos.
La alegría la designó Cagancha cuando se festejó la victoria de Fructuoso Rivera sobre las fuerzas invasoras del gobierno de Juan Manuel de Rosas en 1839, en la cuchilla de Cagancha, departamento de San José. Desde entonces la plaza fue testigo de diferentes tiempos montevideanos: festejos, pasiones, amores, juegos, pausas, verde, dolor.
En sus orígenes no era más que un baldío, lugar de parada de carretas, fangoso, pobre y desolado, con muy escasa presencia humana. Sólo la naturaleza y el sentir de los orientales le eran pródigos.
Allí se ubicaba la quinta de la familia Montero; una fábrica de carruajes, toldos y carpas; algún galpón y muchos espacios vacíos salpicados por alguna que otra construcción. El horizonte aparecía generosamente recortado por la Plaza Pérez, actualmente del Gaucho, y una casa de altos importante para la época. Desde esa construcción quizá se habrán deslizado las miradas de muchos montevideanos hacia aquel espacio ralito, nombrado como Plaza Cagancha.
En los tiempos de la Guerra Grande (1842-1851), por convocatoria del ministro de guerra Melchor Pacheco y Obes, se reunían y entrenaban allí todas las tropas extranjeras, entre ellas la Legión Extranjera francesa, que adoptó esta tierra como suya y allí proclamó el derecho a la libertad.
Otra crónica registra la ejecución del comerciante José Baena en la Guerra Grande; acusado de traición, fue fusilado en la plaza en octubre de 1843, en un pequeño hueco identificado como “el hueco de Baena”.
Hoy es un espacio ornamentado y rodeado de importantes lugares públicos, como el Ateneo de Montevideo, el Museo Pedagógico, la sede de la Suprema Corte de Justicia, que fue la casa familiar de don Francisco Piria y, luego, del presidente Juan José de Amézaga.
El primer escultor
José Livi fue el primer artista de esculturas en llegar al Río de la Plata y resultó elegido por concurso para perpetuar un hecho feliz. Ya era autor de prestigiosos monumentos funerarios, aunque ninguno en bronce. Fue presentado al presidente Gabriel Pereira como perteneciente a una antigua familia italiana y egresado de las prestigiosas academias de Florencia y Carrara.
Su misión era embellecer un baldío con una obra de arte destinada a recordar mucho más que un hecho de armas: el principio de una reconciliación nacional entre los orientales luego de la paz de febrero de 1865, firmada entre Bernardo Berro y el general Venancio Flores. El 20 de febrero de 1867 el júbilo culminó con un monumento. El nombre que el artista le adjudicó fue “de la Concordia” más tarde sustituido por el de “Columna de la Paz” hasta que un día los montevideanos comenzaron a llamarla de la “Libertad”.
¿Quién era ella?
Después de 150 años, los uruguayos de todos los tiempos la contemplan como un símbolo de concordia, paz, libertad y amor. Probablemente Rosa Pittaluga jamás imaginó que por defender el amor de un hombre reinaría solemne y vertical sobre la principal plaza de Montevideo. Llegó a Montevideo con sus padres cuando era niña, se casó con Livi y, cuando él fue el elegido, no le permitió contratar a mujer alguna para modelar la escultura. Dice la historia que desde el principio de la excavación se los veía juntos, a caballo, controlando la obra.
Con el bronce de los cañones
Esculpida en bronce, la libertad contiene entre los pliegues de su vestimenta no sólo su historia de una mujer, esposa celosa e intransigente, sino también la de los cañones que no silbaron tras la firma de la paz de la Unión de 1865. Estos cañones de la guerra civil le entregaron su bronce al taller de don Ignacio Garragorri, para producir con ellos la puerta del Cabildo y otras piezas de artillería encargadas por el Ejército Nacional. De esta combinación nació el monumento, la representación de la República, primera escultura de este país, ubicada sobre una columna de mármol blanco de Carrara, sobre una columna, también de mármol, de diecisiete metros de altura, que soporta nueve toneladas de bronce.
Se inauguró solemnemente el 20 de febrero de 1867, en presencia del presidente Venancio Flores, sus ministros de Estado y oficiales, en una plaza colmada de gente, entre los acordes del Himno Nacional y los 21 cañonazos de rigor, salvas y cohetes. Unos cuantos cientos de miradas ansiosas contemplaron por primera vez la estatua de la Concordia, sin sospechar quién era la mujer que había inspirado al artista. Rosa Pittaluga era una mujer hermosa, de rasgos armoniosos; Livi la envolvió en una túnica griega y la coronó con un gorro frigio que alude a la autonomía del pueblo homónimo de Asia Menor. Colocó en sus manos elocuentes símbolos: en la izquierda, una bandera a medio extender; en la derecha, un gladio, pequeña espada de doble filo. Está descalza, tiene una pierna algo levantada porque está pisando una cabeza cortada que representa el genio del mal.
Avatares
Tanto la plaza como el monumento han pasado por muchos avatares. A las confusiones del monumento se sumaron las de la plaza, con sus diferentes recorridos vehiculares y peatonales. Primero la plaza nació sin calle, después la avenida circunvalaba a la plaza, y luego, como ahora, la avenida 18 de Julio la atraviesa al medio.
En el año 1889, un rayo rompió la base de la escultura, entonces el gladio fue sustituido por una cadena rota, ya que este no parecía representar la paz ni la concordia. Pero en 1940, como la cadena no convencía, otra circunstancia fortuita le devolvió el gladio original.
Y como para que en esta historia no falte nada, a la plaza se le llamó de Cagancha, de la Paz, de la Concordia, de la Cordialidad Nacional y, por un año, plaza 25 de Mayo.
En lo más alto
Cuenta W. E. Laroche en una de sus publicaciones sobre la estatuaria uruguaya que en 1939, cuando la escultura había sido retirada para realizar reparaciones en la columna que la sostiene, un marino llamado Thomasé conoció en el Caribe a un colega de origen danés que aseguraba haber ayudado a colocar la estatua en lo alto de la columna.
Entre charlas de aventuras marineras, el danés recuerda que en una oportunidad el barco en el que viajaba recaló en Montevideo cuando se estaba colocando una estatua de bronce y que él y otros ayudaron a levantarla. Decidido a no ser olvidado, dejó constancia en un papel, que introdujo en una botella, los nombres de todos los que habían colaborado en la ubicación de la escultura. Se verificó más tarde que la botella, que era un frasco de perfume, apareció y le fue entregada al entonces intendente Horacio Acosta y Lara, que ejerció la jefatura montevideana entre 1938 y 1942.
Estatua de la Paz, de la Concordia, de la Libertad
Por Ramón Cuadra Cantera
Con el nombre de estatua de la Libertad, en Montevideo se conoce el bronce de una figura femenina cuya cabeza corona un gorro frigio, que sostiene en su mano izquierda el mástil de una bandera a medio desplegar, en la mano derecha un gladio romano, pisa con su pie izquierdo una cabeza de gigante y se levanta sobre una columna en medio de la Plaza Cagancha, en la confluencia de las calles 18 de Julio, Héctor Gutiérrez Ruiz y General Rondeau.
Historia
A instancias del entonces jefe de Policía, Manuel Aguiar, quien quería recordar la paz de octubre de 1865 y febrero de 1866 (llamada Paz de la Unión, que ponía fin a las guerras iniciadas en 1863 por los partidos tradicionales), el escultor italiano José Livi realizó este monumento inaugurado el 20 de febrero de 1867.
Tal iniciativa contó con el apoyo del municipio y, por suscripción popular, se consiguieron los fondos para que el escultor modelara la figura que representara tal suceso. Como representaba la paz, en primera instancia se le denominó Columna o Estatua de la Paz.
No fue colocada en el centro de la fortificada ciudad, sino en las afueras, en un lugar descampado que llevaba a lugares poco transitados y que era la parte ancha del camino denominado “De las Carretas”.
Fue la primera estatua pública y la única escultura en bronce que se le conoce al autor. El bronce que se usó para fundir la figura era el de los cañones utilizados en las guerras civiles.
Pasado el tiempo, en 1887 fue bajada de la columna, para hacerle a esta algunas reparaciones, y ya estaba en el sentimiento popular la idea de la representación de la libertad en esta figura, por lo que se le sustituyó el gladio romano por unas cadenas, una de las cuales tenía un eslabón abierto. Con estos cambios fue nuevamente colocada sobre la columna y reinaugurada con el nombre de Estatua de la Libertad el 25 de mayo de 1887.
Nuevamente fue bajada en 1939 y conducida al Museo Blanes (mientras se reparaba la columna de mármol, un tanto dañada). Allí se la limpió y se llegó a un acuerdo: volverla al modo original concebido por el escultor, lo que supuso sacarle las cadenas y colocarle nuevamente el gladio romano. Basta mirar algunas fotos de época para apreciar que este nuevo gladio romano supera en tamaño y no respeta la forma del que había realizado Livi, más austero y no tan destacable. El nuevo gladio fue fundido y colocado por la Fundición Vignali, una de las fundiciones artísticas más respetadas en América, que llevó al bronce la mayoría de los monumentos del país.
Descripción
La estatua alegórica representa a una mujer joven, vestida con una túnica griega al estilo clásico. En su mano derecha levanta con el mástil una bandera uruguaya a medio desplegar, símbolo de la patria, y en la izquierda sostiene un gladio romano, símbolo de la justicia. Lleva en su cabeza el gorro frigio representando la república. Los símbolos que el artista empleó son comunes a otras esculturas representativas de episodios similares que se encuentran en varios países.
La estatua fue modelada y fundida en Montevideo, y su autor no dejó de ser fiel a su estilo neoclásico. Desplegó el oficio aprendido en la academia de Florencia (el modelado a la manera italiana denota a un conocedor de la forma, capaz de componer la figura sin fisura alguna) y dejó una imagen serena y aplomada, recorrida por líneas oblicuas en los pliegues del manto que la envuelve, acompañando la posición un tanto acentuada de la pierna que se apoya sobre la vencida cabeza del mal (al mejor estilo de Judith y Olofernes), y líneas rectas en los pliegues del vestido que cae armoniosamente en un acompasado juego de volúmenes que acentúan la solemnidad de su forma. Fue fundida por el inglés Jorge West en los talleres de fundición Garragorri.
La figura, sostenida en una columna de orden corintio realizada en mármol de Carrara y tallada en Italia, fue emplazada sobre un basamento de mármol blanco, que debajo de cada uno de los vértices superiores tiene tallada la cabeza de un león y es circundada por una guirnalda de flores. Tres escalones que acceden al basamento terminan el conjunto.
Autor
José Livi fue el primer escultor formado que tuvo Uruguay. De origen italiano, aprendió su arte en la academia de Florencia y asimiló el gusto por las formas neoclásicas con la visión que por entonces imponía el estilo heredado de Canova. Aunque era conocido en su país, el viaje a América habla de un hombre ávido de trabajo y de nuevos horizontes. Luego de un tiempo en Argentina, llegó a Montevideo finalizada la Guerra Grande. Una vez instalado, comenzó a colocar en diferentes edificios sus trabajos, algunos realizados en su patria y otros encargados en Montevideo.
Livi abrió el ciclo de la escultura en Uruguay. Su formación dio a sus obras la factura propia de un artista formado y conformado en la academia y en saber expresar. El neoclasicismo lo acompañó en toda su obra, que no tiene otra evolución que su propio estilo. Marmolista, por elección y circunstancias temporales inició en la plástica nacional “el período del mármol” (como lo denominó el historiador y crítico de arte José Pedro Argul) que abre la historia de la escultura en Uruguay.
Sus obras son resultado de un trabajo serio y sostenido, que aún mantiene raíces italianas y que a pesar de la distancia se auxilia, pidiendo alguna ejecución definitiva de sus bocetos, en la Italia natal. Entre sus obras cabe destacar La caridad en el hall del Hospital Maciel; Los mendigos, en las hornacinas interiores de ese hospital; La pietá (de la rotonda del Cementerio Central); el Mausoleo de los mártires de Quinteros; el de Bernabé Rivera y tantos otros, hasta llegar a la lápida del general Venancio Flores (con quien tuvo una buena relación) en la Capilla del Santísimo Sacramento de la Catedral de Montevideo. Practicó también el modelado en terracota; dan muestra de ello las Alegorías de la Jefatura de la ciudad de Paysandú (estropeadas con la restauración que lucen actualmente).
Luego de su estadía en Montevideo, regresó a Europa con sus dos hijos y con su esposa (con la que se casó en Uruguay en 1864), Rosa Pittaluga, Rosita, esposa y modelo del escultor de la libertad, que con todos los atuendos que la vuelven alegoría mira desde el kilómetro cero de Montevideo, con su hierática sonrisa de leyenda. En efecto, el cuerpo y el rostro de la famosa estatua son suyos, debido a los celos y el carácter que tenía esta mujer que no permitió que su esposo contratara modelo alguna.