Por Bernardo Borkenztain.
“Pienso que le gustaría
saber que hoy anda su historia
en una milonga. El tiempo
es olvido y es memoria”
Jorge Luis Borges.
Jimena Márquez es una de las teatristas más originales del siglo XXI. Es notable cómo alterna entre teatro y carnaval, sin que aceptemos que este último no sea teatro ni por un instante, pero reconociendo la diferencia locativa y de códigos entre el teatro –llamémosle “convencional”– y la fiesta de Momo.
Lo cierto es que Márquez cosecha una vez sí y otra también éxitos en ambas orillas, y eso se debe tanto a su fuerte base teórica, como a su talento teatral y su innegable vis cómica. Y a que transmite un aparentemente enorme gusto por romper las estructuras y las convenciones.
Es notable su trabajo en los humoristas Cyrano’s, donde creó puntos altos como la utilización de carteles (en conjunción con Jimena Vázquez, una de sus actrices más frecuentes) y de un cuadro en el que la actuación y el humor recae solamente sobre las mujeres del conjunto.
Lo cierto es que este desmontaje no es exactamente lo que se supone que sea: una suerte de autopsia forense que devele los entresijos de una obra teatral, ni una obra per se, ni termina de situarse dentro del género que ha popularizado Sergio Blanco de la “conferencia performática”, pero es las tres cosas a la vez.
Utiliza un dispositivo escénico muy sencillo, un escritorio, una silla y una pantalla con algunos objetos sobre el primero, pero con economía de recursos no existen elementos innecesarios ni redundantes. El sonido es funcional a la puesta, junto con la ambientación lumínica, pero el foco se pone en las proyecciones que configuran una dramaturgia audiovisual en constante diálogo con Márquez, el que se torna complejo a medida que transcurre el tiempo y el relato, porque en cuanto a lo formal es claro que el procedimiento es narratúrgico.
A medida que se acumulan los datos, Márquez nos lleva a reflexiones sobre la esencia del teatro, de su propia carrera y de esa enorme pérdida que se generó cuando Tespis se enfrenta al coro y da nacimiento a la tragedia, que nace de la matriz rota del culto a Dionisos.
No nos es dado revelar lo que debe ser espectado, pero como el ouróboros que se vuelve sobre sí mismo, este desmontaje se torna en el montaje de una historia que uno no debería perderse.