¡Va en serio y chim pum fuera!
Por Daniel Viglione.
Mientras en Uruguay regía un gobierno militar tras el golpe de Estado de 1973, un grupo de jóvenes artistas uruguayos salió a la calle a desafiar toda forma de censura. Lo hizo de la mejor manera que sabía: haciendo música en la que se hablaba de libertad, de vivir en un país lleno de maravillas y colores, de jugar. Sí: jugar, cantar, bailar, reírse de uno mismo. Defender ser uno mismo. Ese grupo fue Canciones para no Dormir la Siesta, los primeros en tomarse la música para niños en serio o, mejor dicho, los primeros en revolucionar las ideas de cómo hacer música tomándose con seriedad y madurez a los niños. Así, este colectivo de artistas terminaría convirtiéndose en un mojón ineludible dentro de la música uruguaya y alcanzaría una popularidad sin precedentes: cerca de diez álbumes editados, discos de oro y de platino por sus ventas, giras nacionales e internacionales, aparición exitosa en carnaval y hasta su propio programa de televisión. Diciendo sin decir, con el poder de la metáfora como medio expresivo, Canciones para no Dormir la Siesta conquistó a grandes y chicos e invitó a todos a saber y sentir que la complicidad de reír y ser feliz no era algo que pudiera estar prohibido.
Optimismo, un poco de rebeldía y risas con abrazos a gusto. Esa fue la receta que encontró Canciones para no Dormir la Siesta para ofrecer a los uruguayos en días en los que el único menú posible ofrecía desánimo, disciplina e inmensas soledades. Haciendo exactamente lo contrario de lo que el gobierno militar proponía, pero siempre desde la perspectiva de un espectáculo diseñado para el público infantil, desde sus inicios –junio de 1975– el colectivo artístico no tardó en llamar la atención de las autoridades. ¿Motivos? Salas siempre repletas de público, mucho movimiento de aquí para allá, felicidad. Delito grave si lo había, eso de andar haciendo felices a los uruguayos. Más aun a los niños: ¿qué iban a andar entendiendo los niños eso de “me basta cerrar los ojos para hacer salir el sol / y tener muchos amigos / que me den su corazón… / Y me basta abrir bien los ojos para ver que amaneció”?
Esto derivó, durante su primer año de presentaciones en vivo, en un sigiloso seguimiento por parte de la Dirección de Inteligencia y Enlace, cuyas consecuencias concretas llegarían recién en los primeros meses de 1976, cuando sus instrumentos quedaron secuestrados por la dictadura, que había comenzado a hostigar duramente toda expresión artística y cultural e iniciado un proceso de clausura y expropiación de espacios como El Galpón, en cuya sala –la más grande del teatro– ensayaba y venía haciendo temporada Canciones para no Dormir la Siesta. De algún modo, el mito nacía.
Ya en su primer álbum, bautizado con el mismo nombre del grupo, las canciones invitaban a no quedarse quieto, a no dormirse, a seguir la acción de los ritmos y melodías, pero, sobre todo, a confiar en la inteligencia y picardía de quien escuchara su poesía, sus letras, su resistencia. Así fuesen para niños o para adultos, los mensajes de Canciones para no Dormir la Siesta de alguna manera también eran un elemento de lucha, de impugnación, de refutación, de contradicción. El mito comenzaba a crecer.
Basta recordar un clásico de la música infantil interpretado por este grupo como ‘Sal de ahí, chivita’, con su “vamos a buscar al palo para que le pegue al lobo”, para leer e imaginar que allí hay un mensaje potente entre líneas, que nos habla de otra cosa. Lo mismo en ‘Porque así me gusta a mí’, cuando cantan “y, sin embargo, dicen los mayores que eso no existe / que no puede ser”. ¿Quién era el lobo? ¿A qué “mayores” se refieren? El mensaje es claro, y si no es tan claro, al menos las metáforas nos muestran un camino de compromiso con la época, un análisis del rol social del arte y su relación con el medio.
Canciones para no Dormir la Siesta encontró un modelo de comunicación innovador para la época: jugar, hacer morisquetas, decir sin decir. La participación del público era fundamental para eso. En eso estuvo su mayor novedad, y la legitimación de la propuesta venía porque sus canciones y sus espectáculos eran especialmente dedicados a los niños. El mito se consolidaba.
Un mensaje importante para rescatar en este sentido es lo que en una ocasión dijo Nancy Guguich acerca de cómo valoraba el grupo la responsabilidad que le estaba cayendo sobre los hombros, remarcando que “nunca Canciones, al trabajar un tema, se propuso un tiempo anterior de sensibilización con el mismo, con los niños con los que luego comparte espectáculos […] el objetivo era crear todo un entorno de preocupación, sensibilización, descubrimiento de un tema y situaciones inusitadas o inesperadas”.
¿Fueron entonces las letras de Canciones para no Dormir la Siesta una opción de resistencia cultural frente a la dictadura? ¿Y si sólo se trató de estar en el lugar indicado en el momento indicado? ¿Y si sólo fue porque realmente era un grupo que sonaba excelente, sus temas estaban buenos, había química con los niños y sus familias, los trataban con seriedad y respeto? Las dos lecturas son válidas.
De hecho, muchos años después, algunos de los integrantes de aquel colectivo de artistas relativizaron el sitial en el que el imaginario popular los había colocado como artistas de resistencia contra el régimen militar. Es decir, si bien el boca a boca sirvió para ir agigantando el mito y la leyenda de Canciones para no Dormir la Siesta como barricada contra el horror, lo cierto también es que el mayor éxito del grupo se produjo después de 1985, una vez restablecida la democracia.
Posiblemente el ensamblaje del grupo con el fenómeno del canto popular también haya contribuido a las distintas miradas en torno a la relevancia de Canciones para no Dormir la Siesta en el escenario de la lucha contra la censura y la falta de libertad. Sin embargo, en una interesante entrevista publicada en agosto de 1983 en el primer número de la revista Canto Popular, Horacio Buscaglia decía que no hubo una integración natural con esta corriente artística: “Te diría que en un primer momento casi se nos va de las manos el asunto. Fue un momento difícil: ¿permanecíamos como grupo infantil o nos transformábamos en uno de canto popular? Había quienes planteaban hacer otro tipo de canciones. Por suerte entendimos todos, o por lo menos la mayoría, que nosotros no podíamos dejar de ser un grupo de canciones para niños”.
Ahora bien, más allá de estas tensiones internas y por más que estuvieran convencidos del camino que tenían que seguir, a Canciones para no Dormir la Siesta la etiqueta de canto popular lo afectó, y más en el interior del país, como da cuenta un artículo publicado tres meses después de la entrevista a Buscaglia mencionada antes. Para ser más precisos, en noviembre de 1983, en un medio de prensa escrita llamado Convicción, bajo el título ‘Los niños del interior no tienen derecho ni a cantar, ni a jugar’, se hacía un repaso de los departamentos –Salto, Paysandú y San José– en los que por decisión de Jefatura de Policía o por resolución escrita se prohibía la actuación de Canciones para no Dormir la Siesta. El mito se agrandaba.
Más de allá de una cosa u otra, sin duda el enorme éxito del grupo tiene que ver con su carácter artístico fuera de lo convencional, que los ubicó más allá de los límites del género, de la mano de su calidad y su relevancia. Del mismo modo, el éxito puede deberse a la multiplicidad de visiones que tenía el grupo gracias a la variedad de sus artistas. Es decir, al momento de componer –y sin referentes inmediatos en cuanto a la música infantil–, cada integrante de Canciones para no Dormir la Siesta, desde una impronta más rioplatense, con el tango y el candombe como estandartes, hasta una influencia directa del rock y el pop británico, con The Beatles como referencia ineludible. Esta fusión ahora puede ser algo común, pero entonces era inusual, tanto como Canciones para no Dormir la Siesta.
No se quede con las ganas…
Es en el ómnibus donde voy pergeñando todo esto. Acaba de terminar la primera de las dos funciones programadas por Canciones para no Dormir la Siesta en el Palacio Peñarol, por suerte nos tomaremos nuestro tiempo para meditar con profundidad todo esto. Es necesario.
Un fenómeno humano, social y artístico de estas características no se puede reseñar en unos pocos segundos. Canciones merece que le dediquemos nuestro tiempo porque es mucho lo que acaba de entregar a través de una abrumadora madeja de varias técnicas y de distintas disciplinas artísticas: proyecciones, sombras, títeres, y todo aquello a lo que Canciones nos tiene acostumbrados, pero, por sobre todas las cosas, lograr la misma comunicación, tal vez mayor que la que ya se daba en aquellos tiempos del Teatro Circular.
Absolutamente nada les quedó grande. Todo lo colmaron con su clásica ductilidad. Rodeados de dibujos con que los gurises se dieron el lujo de tapar tanta publicidad, bailamos, saltamos, aprendimos y nos dimos cuenta. Más de diez mil personas entre las que salían y las que entraban.
¡Qué infierno! ¡Qué satisfechos los primeros! ¡Qué confiados los segundos! ¡Pero qué alegría! Cuánto pueblo, cuánto futuro y cuánta solidaridad.
Texto de Nelson Caula, director responsable de la revista Canto Popular.
Los nombres de esas siestas sin dormir.
Hacia mediados de la década de 1970 un grupo de músicos y artistas uruguayos muy talentosos se reunió para dar comienzo al innovador proyecto Canciones para no Dormir la Siesta. Ese grupo de hombres y mujeres estaba compuesto, inicialmente, por Jorge Bonaldi, Horacio Buscaglia, Nancy Guguich, Gonzalo Moreira, Jaime Roos, Leticia Laurenz y Walter Venencio. Luego, en esos primeros años del colectivo artístico, participarían ocasionalmente otras grandes figuras, como Urbano Moraes, Jorge Lazaroff, Pippo Spera y Cecilia Prato.
Ahora bien, la formación que más éxitos tuvo y que es recordada más popularmente es la que se conformó a fines de los setenta con Bonaldi, Buscaglia, Moreira y Guguich, a quienes se les sumaron Susana Bosch, Carlos Vicente y Gustavo Ripa. Luego se incorporarían Coco Fernández y Guzmán Peralta.
La discografía oficial del grupo cuenta con los títulos Canciones para no dormir la siesta (1979), Canciones para no dormir la siesta vol. II (1982), Canciones para usar (1983), Los derechos del niño (1983), Los derechos del niño vol. II (1984), Diez años (1985), Vamos a inventar (1985), Había una vez (1986), CHT! (1988) y Antología (1989).