Por Agustín Paullier.
Todo parece estar bien; cada cosa en su lugar, de manera simétrica y agraciada. En meditadas composiciones con refinada técnica, contempla árboles, monumentos, aviones, el agua y su devenir. Sus obras agradan al ojo, perciben algo que está más allá, se venden y ganan premios –el más reciente fue el 48o Premio Montevideo de Artes Visuales–. Entre su historia y la Historia, lo analógico y lo digital, lo pictórico y lo conceptual, ¿qué hay detrás de las imágenes de Diego Velazco?
¿El contexto social y político influyó en la elección de su obra en el Premio Montevideo, por tratarse de aviones de Pluna?
Hago un planteo como sociedad sobre la responsa- bilidad de esta. Más allá del gobierno, de las personas, como sociedad no cuidamos un bien que es de todos y que es la conectividad con el mundo. Hoy por hoy, comprás un pasaje y casi toda la plata se va para afuera; dependemos de otras empresas. Es un planteo como sociedad: ¿qué nos pasó, que dejamos caer y fundimos una empresa?
En ese sentido, el arte cumple una función de crítica social.
Me gusta mucho el arte político, el arte que es tangencial a todos. El arte ‘‘ombliguista’’ –como le digo–,el arte que mira el-carozo-del-durazno-que-caía- en-el-jardín-del-abuelo, no me interesa. Me atraen los temas que nos involucran a todos, nos hacen responsables a todos, nos hacen cuestionar nuestro pasaje por la vida. Esto es arte político porque estoy haciendo un planteamiento social y político, lo cual no quiere decir política, sino que implica cuestionar a la sociedad. Me parece que para los salones son obras ideales porque nos involucran a todos.
¿Hay una noción de construir una lectura del arte nacional desde los premios nacionales, o se trata más bien de decisiones dispersas, guiadas por gustos personales?
Si uno repasa los últimos salones, hay una intencio- nalidad de los jurados de prestar atención o premiar a esas obras políticas que tocan el contexto nacional, la actualidad o la historia. Sobre todo a aquellas que hacen planteos reflexivos sobre la historia de Uruguay, sobre la memoria o sobre la sociedad actual. El arte contem- poráneo toca mucho esos temas, reflexiona. El arte siempre mostró la actualidad y lo que está pasando en cierto momento en la historia.
Desde hace un tiempo cursa el taller con Fernando López Lage, lo cual repercute en una fundamentación conceptual en su obra que antes no estaba, ¿Qué le aporta el discurso conceptual a su obra?
Sí, estoy yendo a la FAC [Fundación de Arte Contemporáneo]. Me hace mucho bien. Me ha aportado mucho. A uno como artista –es difícil decirse artista–, como fotógrafo y como autor, siempre le cuesta el tema conceptual, bajar su obra a un plano más teórico. Sin embargo, es un muy buen ejercicio. Cada salón al que me presento es un gran desafío y un muy buen momento de aprendizaje, porque tengo que madurar mi obra: me voy a exponer, me voy a desnudar, y la crítica me va a dar palo o no; entonces mi obra tiene que ser concisa, contundente, sólida, y eso también requiere un trabajo teórico. Pero me parece que lo teórico no es todo, sino algo que suma a la obra. Primero tiene que estar la obra y después el texto. El arte contemporáneo está muy cuestionado, por momentos es muy difícil comprenderlo. A veces te encontrás frente a una obra y no entendés nada. Entonces tenés que conocer al autor, de dónde viene, qué ha hecho, leer el texto, conocer algo de su cultura. Hoy el arte contemporáneo exige nuevas herramientas, quizá no ser tan pasivo; tiene la voluntad de hacerte reflexionar. Pero la obra primero tiene que atraparte.
En varias series hace referencia a recuerdos de la infancia, a historias familiares. En la serie Objetos de atmósfera recurre a juguetes o muñecos de la infancia; en Los últimos cines, a sus padres, ¿Qué papel juega la memoria en su fotografía?
Mis viejos se besaron por primera vez en el cine Casablanca. Cuando saqué esa foto se me caían las lágrimas. Mi viejo se había muerto hacía un mes. En la foto yo veía a un tipo que parecía estar llorando, cuando en verdad estaba sudando. En el Casablanca se enamoraron mis padres; ahí se ennoviaron, ahí nací yo, de alguna manera. Ahí comenzó la serie Los últimos cines, que también fue como una despedida a mi padre. Ahora estoy haciendo obra más despegada de mi historia, son dos líneas de trabajo: Árboles dormidos y Los albores del siglo XXI, algo muy contemporáneo.
¿Cuál es el rol de la memoria?
Fotografía es memoria. Para mí es una vinculación directa. Trabajo mucho mentalmente en por qué fotografío. De alguna manera, es guardarte cosas, es tu disco duro. Necesito fotografiar, a veces hasta para comprender mi propia historia, como estoy haciendo con varias de las líneas que trabajo. En mí la memoria está muy ligada a mi padre; él era doctor en medicina pero tenía como hobby la fotografía, heredé de él el gusto por la fotografía; mi abuelo paterno también sacaba fotos. La fotografía siempre estuvo vinculada a mi familia. Hay una línea hacia atrás con la que cargo. Recién ahora estoy pudiendo hacer otras cosas más para adelante. El premio este también me hace pensar un poquito.
¿Qué sentido tiene ganar un premio?
[Silencio]. Es difícil. Es una pregunta difícil… Mi abuelo materno decía: ‘‘La suerte es el cuidado de los detalles’’. Y yo cuido mucho mi obra. Soy muy cuidadoso de los detalles hasta llegar a la obra que colgué. Recibir un premio significa que el camino recorrido está dando sus frutos. Trabajo muchas horas por día y mi arte me sobreexige; hay mucha dedicación, mucha plata y mucho tiempo invertido. Entonces el premio da cierto regocijo, seguridad también. Me dio tranquilidad y me hizo madurar mucho a nivel profesional. Cada premio me hace reflexionar mucho sobre mi obra: qué voy a decir, cómo la voy a complementar con un texto, por qué llegué hasta ahí, por qué voy a exponer eso, qué valor tiene, qué va a generar, cuál es mi responsabilidad frente a lo que hago. Si paso raya, lo que da es tranquilidad: estoy haciendo las cosas bien. Implica un desafío también.
En Árboles dormidos incursiona en el color, pero mantiene su estética realista y simple en apariencia. Se separa un poco de lo que ha producido, ¿Cómo surge esta serie?
Tengo una chacra, y cuando toda la familia se va a dormir quedo solo, rondando por ahí, y empecé a fotografiar en esos momentos. Esa serie empezó en las noches de verano, de mucha tranquilidad, de mucha potencia de sonido de la naturaleza, y miraba a los árboles y estaban ahí… Fue fotografiar una sensación, esa quietud –porque no puede haber viento–, son largas exposiciones en las que pinto con luz al árbol, si no me sale movida. Muchas de mis fotografías son momentos de soledad. En esos momentos me planteo por qué estoy fotografiando eso, qué sensación tengo, qué tengo que transmitir en esta foto. Hago una pequeña introspección. Siempre he estado muy colgado con la naturaleza, desde chico pasé mucho tiempo en la naturaleza, acampando, fui scout toda mi vida.
Está haciendo este trabajo en formato digital.
Sí, en película sería casi imposible: hay mucho error de cálculo y muchas saldrían mal. Es lo que permiten las nuevas tecnologías: dan nuevas imágenes. Esas fotos sonmucho más controlables; no son fáciles, porque hay algunas variables, pero se pueden hacer. Para la fotografía la nueva era digital es lo mismo que para la pintura cuando se inventó la fotografía: se libera, deja de ser retratista, paisajista, decorativa. Ahí, de a poquito, empiezan las nuevas tendencias en pintura hasta que aparecen [Vasili] Kandinski, [Kazimir] Malevich. Y ahora que surge la fotografía digital, la fotografía en general también se libera. Hoy en día, cualquiera puede sacar una foto y captar un instante, entonces la fotografía entra en otra dimensión. El gran formato de copia permite que entre en los museos.
¿Por eso expone en gran tamaño?
Siempre depende un poco de la sala, creo que la obra debe acompañar al lugar. El gran formato impacta más que una foto chica; más allá de que hay fotos chicas divinas. No quiere decir que cuanto más grande, sea más linda. En Uruguay y en el mundo entero se está utilizando esta herramienta, que es copiar a gran formato. Años atrás, hacía fotos de gran formato y me tenía que ir a Argentina, porque acá casi no se podía; a veces lo hacía con Carlos Porro, pero era dificilísimo. Eso le ha hecho mucho bien a la fotografía, porque en la medida en que te pongas al lado de un cuadro del mismo tamaño, te empiezan a tomar en cuenta; me refiero al mundo de las galerías, los museos, los salones. Hay un gran cambio en la fotografía, que es aceptada más como un cuadro, como arte, a partir de las grandes dimensiones de copia.
Por los avances tecnológicos, como decía, cualquiera puede hacer una foto técnicamente correcta, ¿Qué distingue hoy una foto correcta, sacada por alguien que no es fotógrafo, de una imagen similar creada por un autor o un artista?
Creo que Susan Sontag decía que cualquiera puede sacar una buena foto, y más hoy con las herramientas que existen. La diferencia entre alguien que saca una foto común y un autor es la trayectoria, es alguien que está trabajando seriamente en su camino. La era digital democratizó la técnica, y eso está bueno. También implica un gran desafío. A nivel profesional está complicadísimo en todas partes del mundo, porque hay miles de fotógrafos. La única manera de distinguirse es trabajar muy seriamente, con un marco teórico, como hablábamos, ser muy consciente de lo que uno está haciendo. Y después, buscar un estilo. Me fui dando cuenta de que la fotografía que me gustaba me daba paz, me transmitía ese momento de tranquilidad. Uno va desarrollando un estilo con los años; si trabajás constantemente, te vas dando cuenta de cuál es tu estilo. Nunca paré de trabajar en 25 años. Te empezás a dar cuenta de que hay cosas que se repiten, inconscientemente a veces. Después de años me di cuenta de que fotografiaba mucho el agua. Alguien me comentó de un escultor argentino que trabaja todo el tiempo con el agua, y es porque de chico casi se ahogó. Quedé de cara: de chico me estuve por ahogar. Son esas coincidencias que van para atrás.
El agua es un motivo recurrente en su obra. ¿Lo toma como metáfora, como interés estético o como una coincidencia inconsciente?
Trato de no guiarme sólo por la estética, esta se va dando en una segunda lectura. Primero: somos agua, como noventa por ciento de nuestro cuerpo es agua. El agua es vida: te morís y a los meses sos polvo. Estos 92 kilos que tengo son de agua. Hay una conexión directa. Después hay conexiones inconscientes que vienen muy de atrás. Me acordé de cuando me estuve por ahogar en La Paloma; me estaba ahogando debajo de la ola, miré el mar y no tenía miedo. Era muy chico, tendría cinco años. Quizás viene de ahí mi conexión con el agua, no lo sé. Además, el agua como elemento es fascinante. Todas las formas que tiene: es sólida, es líquida, es gaseosa, cristalina y opaca, es quietud y movimiento, es terror, felicidad. Y plásticamente, rinde.
Con su editorial Agua Clara publicó un libro sobre la rambla montevideana, también realizó la serie Mar de Plata, sobre la costa del río. ¿Cómo se conjuga y se diferencia tener dos enfoques estéticos sobre un mismo lugar?
Una de las cosas que me pasan es que laburo en varias áreas de la fotografía y me tengo que compar- timentar mucho. Hice todo el libro Rambla, pero nunca pensé en mi serie Mar de Plata. Era diferente, lo estaba haciendo con mi socio Santiago Epstein, tenía que hacer algo más descriptivo, intentar mostrar la rambla a los que están afuera. Con la fotografía me pasó algo muy importante. Cuando empecé vendí una moto para comprarme una cámara, me jugué todo por la fotografía. Trabajaba en una compañía aérea, por eso tenía pasajes gratis, el Pollo [Santiago Epstein] le pidió plata a su padre, y me fui a Estados Unidos a comprar equipos. Volví y empezamos a trabajar juntos, hace ya 25 años. Después fundamos Agua Clara Banco de Imágenes y en un momento me di cuenta de que me había perdido como autor. Cada vez que encuadraba no sabía dónde estaba, en Dominó, en Agua Clara o en Diego Velazco autor. Se me entreveraron todos los caminos y durante un par de años no sabía ni quién era ni para quién fotografiaba. Entonces me llamó una amiga de mi madre, me dijo que su esposo era fotógrafo y me regaló su cámara, una Rolleiflex alemana con un lente Carl Zeiss, una maravilla de la fotografía. Ahí comenzó mi vida de autor. Nunca había sacado en formato 6×6, y cada vez que agarraba esa cámara, ahí no había publicidad ni nada, estaba sólo Diego Velazco, no se me confundían los caminos. He aprendido, y ahora, más allá de que esté con una cámara o con otra, estoy conectado con determinado propósito y me encapsulo en ese viaje.
Sigue trabajando con película, cámaras analógicas y en formato medio. ¿Hoy la película es un valor agregado para la obra?
Creo que ya no. Yo estaba clavado trabajando sólo con película y Marta Satopech dijo algo que me hizo clic: ‘‘No se puede hacer nuevo arte si no se van utilizando las nuevas técnicas. No hay que tenerle miedo a lo digital, porque ahí hay nuevos caminos’’.
En su obra del Mausoleo de Artigas, El otro prócer, combina la toma analógica con la intervención digital; en la serie de los aviones de Pluna también removió algunos elementos digitalmente. ¿Cómo convive la pureza de la toma original sin alteraciones con remover o agregar objetos digitalmente?
Esas dos obras hubieran sido imposibles, porque tienen un tratamiento de posproducción quirúrgico. Los aviones quedaron en el medio del campo y estaban atiborrados de cosas, y con Artigas sucedía lo mismo; saqué uno y puse otro. Son las nuevas posibilidades que llevan a nuevos caminos, nuevas posibilidades de cuestionarte.
Es recurrente en su obra que registre algunos emblemas, íconos del país, obras arquitectónicas o urbanísticas, esculturas, entre otras. ¿En esas elecciones hay una intención de definir cierta identidad nacional?
Sí. Estamos cargados de símbolos; cada país tiene sus mojones. La obra política y el arte contemporáneo cuestionan esas cosas establecidas. La obra El otro prócer, que ganó el Salón Nacional, hace un cuestionamiento sobre quién es el que está ahí en la plaza Independencia. ¿Es el verdadero Artigas o es el que nos convenía? ¿Es el Artigas hecho por un uruguayo o el hecho por un italiano? Es un Artigas heroico, que nunca lo fue, pero capaz que es lo que precisaba el país. Buscar símbolos es parte del proceso fundacional de cada país. La historia pasa por quién la escribe. Eso es en parte el arte contemporáneo, cuestionar el devenir del hombre, dónde estamos parados, qué está pasando. El arte cuestiona y siempre lo hizo, sobre todo cuando se libera.