Por Nelson Díaz.
Francis Picabia (1879-1953) fue un artista inclasificable, que participó en varias de las vanguardias de comienzos del siglo pasado. Fue uno de los más conspicuos integrantes del dadaísmo, al que contribuyó a través de su obra, su mirada mordaz y crítica hacia la burguesía y enfrentamientos varios con integrantes del propio dadaísmo.
Su presencia en la bohemia parisina puede rastrearse en el postimpresionismo, en el cubismo, en el surrealismo, en el arte abstracto, y en el collage. Pero, y sobre todo, de todas esas peripecias vitales rinde cuenta en la que sería su única novela, Pandemonio, escrita en 1924 y hallada en 1971 entre sus desordenados papeles. Fue publicada en Francia tres años más tarde, completa salvo por cuatro páginas que no terminaron por aparecer, y ahora se presenta por vez primera vez en castellano, en una impecable edición de la mano de la editorial Malpaso. Impecable por cuanto que respeta la edición original, cuyas notas a pie de página son imprescindibles para descifrar las constantes menciones a personajes reales del París de los años 20, que en muchos momentos aparecen ocultos bajo nombres falsos.
El hilo argumental que enlaza los doce capítulos que componen la novela no puede ser de lo más sencillo y al mismo tiempo de lo más cáustico: un joven y obstinado literato llamado Claude Lareincay persigue incansablemente al maestro Picabia dentro y fuera de París para leerle el manuscrito de su primera novela, El ómnibus, de una prosa bastante tediosa, por cierto. Picabia intenta quitarse de encima a Lareincay por todos los medios habidos y por haber, incluso concertando la boda del joven con una de sus amantes, y de paso no pierde oportunidad de mofarse de la obra del aspirante a escritor, con irónicos comentarios.
En realidad que un aspirante a escritor persiga a Picabia para que este le dé su opinión sobre la novela, poco importa en la estructura narrativa de Pandemonio. El hecho es el mero disparador, utilizado como pretexto por Picabia, para instalarse en una posición de autoridad que le permita observar a cuantos le rodean con una mirada cargada de ironía complaciente y expresar, de un modo un tanto fragmentario, su peculiar filosofía de vida y de arte. La sustancia de la novela está en el ajetreado desfile de excéntricos personajes, muchos de ellos camaradas de correrías del autor o al menos, con desavenencias de por medio, compañeros de vanguardia. Y Picabia no le da tregua a sus ¿compañeros? Por ejemplo, Picasso aparece como un individuo insolente y engreído, mientras no se aburre de caricaturizar a Jean Cocteau. Sin embargo, sus dardos más filosos apuntan a la triada surrealista compuesta por Philippe Soupault, Louis Aragon y André Breton. En este último es al que hace depositario del mayor número de burlas. Una y otra vez, Picabia parodia las célebres sesiones de espiritismo e hipnosis del grupo. El lector deberá tomar en cuenta el año en el que está fechado Pandemonio: 1924. El mismo año en que Breton escribió el primer Manifiesto Surrealista, donde ni siquiera nombraba a Picabia.