Por Fabricio Guaragna.
Nadie sabe lo que puede la pintura
(resignificando la frase de B. Spinoza “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”).
Entender la pintura es un trabajo que parece simple a primera vista. Darse cuenta de que el color, la forma, el plano y todos los elementos que formalmente componen esta disciplina construyen un campo de conocimiento a veces nos limita y encuadra en un espacio simbólico determinado. La pintura es un gesto que trasciende todos estos límites. Es un acto en potencia, es una epistemología de la posibilidad, brindándonos una experiencia subjetiva y única para cada actor. Es muy interesante conversar con artistas comprometidos con un hacer constante, que nos involucran de manera activa con su proceso e interpelan profundamente. Al ingresar al taller de Sebastián Sáez, el color explotó frente a mi cuerpo. No fue mucho el tiempo que pasó antes de que la palabra naturaleza apareciera en nuestra charla, expandiendo una catarata de ideas que irían construyendo una posible mirada sobre la pintura contemporánea.
Un Mowgli contemporáneo y conciliador
“Yo encuentro mucha paz en la naturaleza”.
S. Sáez
Hace muchos años Rudyard Kipling escribió El libro de la selva, que relata las aventuras y desventuras de un niño/lobo llamado Mowgli. Este niño es criado por la selva desde bebé y al madurar es expulsado de ella. Es muy breve este comentario para reflejar todas las historias de este libro ‒que invito a leer‒ pero lo que me interesa rescatar es que Mowgli vuelve a la selva luego de matar por venganza a un animal muy poderoso y, al ingresar a la manada que lo crió como su familia, él rechaza volver y se aleja, resentido y desilusionado.
En el marco del recorrido vital de Sebastián Sáez, su niñez fue atravesada afectiva y profundamente por la naturaleza. Horas de recorridos silenciosos en espacios silvestres fueron de gran importancia en el desarrollo de su infancia. “Me interesó siempre la naturaleza, como un refugio donde encontrarme. Un espacio de protección y a su vez de lejanía y tranquilidad”, relata.
Al madurar, a diferencia de Mowgli en el cuento de Kipling, el artista retorna a la naturaleza con un gesto de nostalgia y contemplación. Se implica y la vincula a su producción artística como una línea central, reverenciada en imagen, conectando con ella en un registro de iguales, naturaleza y hombre como una sola sustancia spinoziana.
Para reconocer este proceso es fundamental recorrer el camino junto al artista. Al comienzo de la entrevista, me encuentro con una interesante respuesta a la pregunta de cómo fueron sus comienzos en el arte: “Vos me preguntás eso y yo te hubiera contestado otra cosa unos años atrás, hoy esa respuesta es diferente porque mi obra es distinta y entiendo mi proceso de otra manera”.
Sáez inició su contacto con el dibujo a los 27 años y desde ese momento nunca se alejó de la pintura. En 2002 ingresó a la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC), dirigida por Fernando López Lage. Recuerda de esa etapa: “Después de los treinta años, ya nadie espera nada de vos o ya saben por dónde te vas encaminando. Esto me dio una gran libertad para poder dedicarme de lleno a la pintura. Ya nadie me estaba mirando, salí del ojo del deber ser y pude habitar el camino de la pintura”. El ingreso a la FAC marcó una bisagra en su desarrollo artístico: “Llegué con una pintura y la modifiqué. Fue como empezar de nuevo”. Inició entonces un proceso en el que conectó con varias directrices técnicas y comenzó a conceptualizar más su pintura. Realizó varias series de retratos sobre papeles Kraft, implicado en una dinámica que reconocía su contexto y volvía a mirar y mirarse para resignificar sus vínculos afectivos: “Pinté mi entorno para poder redescubrirlo, mirando de modo diferente lo que yo pensaba que conocía. Estaba entendiendo lo importante que era para mí lo que me rodeaba en todos los sentidos”. Se hizo así heredero de una “genética” del color y la materia, transmitida por López Lage desde Hugo Longa, como si existiera un pasaje molecular de la esencia del pintar de estos dos maestros que marcaron instancias decisivas en el arte contemporáneo uruguayo.
Es de vital importancia entender que la pintura de Sáez es un retorno a la naturaleza, observar cómo en cada período de su trabajo vuelve o menciona los espacios colmados de plantas y animales como intentando volver sigilosamente a ese espacio interior que de niño cobijaba y protegía, el retorno de Mowgli a la selva para no irse jamás.
Del retorno a la naturaleza
En 2013 viajó a la selva impulsado por una investigación que tiene como una de sus raíces las palabras de Dante Alghieri: “Estudié toda la Divina Comedia durante mucho tiempo y me fui a la selva de Colombia y Perú. Por esto, en los cuadros de los desnudos que expuse en Lindolfo [2015] la referencia a la selva y a la naturaleza es enorme”. Aunque no del todo explícita, ya se veía entonces la potencia del paisaje y la naturaleza como recurso iconográfico en sus trabajos.
Desde 2008 a 2015 su trabajo se centra mayoritariamente en retratos de personas en un entorno que acariciaba lo animal/vegetal, cruzando fronteras entre la línea, la mancha y la fantasía del plano en torno a seres mágicos o simbólicos. “Para mí todos los cuadros que realicé de desnudos son estudios, ejercicios que me fueron preparando para lo que estoy trabajando ahora, que es puramente el paisaje”, revela. Entendemos entonces que el cuerpo fue un signo preparatorio del vínculo con la naturaleza, y eso profundiza el concepto del cuerpo/naturaleza como sustancia única. El artista incorpora esa filosofía en su propuesta y nos deja entender que el todo es esa naturaleza inmanente que cruza el cuerpo, la flora y la fauna como una misma raíz, como un mismo tejido.
En 2015 viajó a Minas Gerais, al lugar donde ocurrió la catástrofe de las represas de Bento Rodrigues, un desastre ambiental que generó una destrucción enorme en un gran espacio natural. Este evento impactó en la sensibilidad del artista a tal modo que tuvo la necesidad de viajar hasta allí para contemplar la catástrofe: “Al volver de Brasil, me intereso por la estética del desastre, empiezo a problematizar el tema de la contaminación. Me vi sacudido por esa situación, que generó una búsqueda también en mi forma de pintar y en los temas”. Sus retratos cada vez más eran tomados por la naturaleza, el paisaje cada vez más poderoso, intenso, colorido y matérico fue poblando los cuerpos y, como en La mancha voraz, se fue metabolizando el cuerpo, que también es paisaje.
De 2015, Sáez cuenta: “Surge la posibilidad de viajar a New York, luego de volver de Brasil. Fue un curso intensivo de estudio sobre arte contemporáneo. Pude recorrer todos los días un espacio distinto en relación con el arte, miré mucho, porque de eso se trata también, observar qué es lo que pasa en el mundo para entender lo que uno está haciendo”. Dando término a la serie de desnudos y reconectando con la pintura después de viajar, inició entonces un camino paulatino pero intenso, desarrollando el paisaje como tema único. Al iniciar un recorrido por este espacio roto, descompuesto y aniquilado por la contaminación, mostró ya su profundo interés por la naturaleza en su expresión más primaria. Los cuerpos ya fagocitados por esta escenografía desaparecen, centrando nuestro ojo en el paisaje. No hay un hastío de los cuerpos, ya son parte de esta gran sustancia, ya son sustancia. Este paisaje no surge espontáneamente, es un devenir, un modo de la existencia que se asume en el color y la materia de una pintura potente: “Cuando inicio el recorrido de los paisajes, me doy cuenta en ese momento de que estoy haciendo lo que debo hacer”.
La naturaleza es el reencuentro de la pintura y la felicidad, en tanto hecho artístico para Sáez, e implica un movimiento afectivo profundo, recobrando la memoria de su cuerpo en contacto con el paisaje, recuperando el sentimiento de pertenencia y protección. Ese cuerpo es parte de un todo, que está en el acto de pintar y hasta en el hecho mismo de su existencia, como Akira Kurosawa en sus sueños, que hermana al hombre y a la naturaleza desde una estética inigualable, fundiendo sus potencias en ese espacio onírico de la posibilidad.
“Cuando llegué a la FAC, las obras que le mostré a López eran paisajes, perros volando, espacios casi surrealistas. Hoy, miro mi trabajo y tiene muchos elementos que yo ya tenía, pero que entonces no era el momento de enfrentarme a ellos. Ahora, con más elementos, maduro, puedo entender el deber ser de mi obra, casi que fuera de mí, como si tuviera vida propia” menciona el artista, reflexionando como en un ciclo universal, donde todo funciona de manera perfecta y cada cosa se presenta en el momento que tiene que sucederse.
La pintura contemporánea
“Para entender lo que estoy haciendo tengo que estudiar. Tengo que saber qué hubo antes, qué pasó antes de que yo llegara hasta acá”, reflexiona Sáez sobre la importancia del estudio para los artistas contemporáneos. Esta importancia también se refiere al nivel de información que podemos encontrar en el mundo gracias a la globalización de los medios de comunicación, una circunstancia que facilita, de alguna manera, que los artistas puedan ver, leer y entender lo que sucede en el arte en el mundo; en el entendido de que lo que existe en la virtualidad tampoco es la totalidad de lo existente. Viajar, reconocer espacios nuevos, contemplar el mundo desde una mirada particular y personal, también diagraman un modo de hacer arte, una forma de decir que se ha complejizado a lo largo de la historia hasta nuestros días.
“Yo vivo con mucha intensidad mi profesión. Entré en la Facultad de Humanidades y estudié en las clases de estética. Fui buscando lo que me interesaba saber para poder no solo entender y trabajar en mi obra, sino también para trabajar en la docencia”, dice el artista. Entendamos que la docencia en arte es un campo complejo que generalmente se vincula a lo no formal y se extiende en recorridos por fuera de las pedagogías tradicionales. El campo del arte contemporáneo tiene una relación muy importante en la educación y comienza de a poco a borrar sus límites, generando distancias muy cortas entre lo que es la didáctica y el arte, entre una obra que habita la educación o la usa como medio.
Para Sáez, “el artista debe entender dónde está”, y para eso tiene que leer, tiene que conocer el mundo que lo rodea de forma próxima y también lo más lejano que se pueda llegar. Trabaja con sus alumnos en clases teóricas sobre filosofía del arte y en técnicas de pintura, en un seguimiento personal y potenciador: “Hay muchas cosas que me gustan en el arte contemporáneo, pero lo que más me gusta es la pintura. Con el arte y la pintura en general se pueden expresar cosas de la vida cotidiana que si no fuera por el arte no podrían expresarse. El arte genera lo inexistente, dice Adorno”.
La pintura contemporánea tiene un devenir permeable muy interesante. La pintura muchas veces ya trasciende el solo acto de pintar y es atravesada por otras disciplinas, por otros medios y formas, que por momentos hasta nos hacen cuestionar la pintura misma. Quisimos entender qué es la pintura contemporánea para Sáez: “Para entender la pintura contemporánea, primero hay que mirar a los pintores contemporáneos, la forma se logra y se construye observándolos. Uno puede referenciar a Monet, pero desde la pintura contemporánea, hay una mirada contemporánea. Es esa mirada la que hace a la imagen cambiante y conectada con el ahora y sus circunstancias. Hay una estética contemporánea de la pintura que lleva un proceso de trabajo. Tiene que ver con el color y su manejo actual, el mundo se mueve de una manera y el color se vincula con eso. Es un formato donde se tiene que entender lo contemporáneo, y para eso es importantísimo ver y estudiar”. Por momentos podemos llegar a comprender que también existe una técnica contemporánea de pintura, recursos transdisciplinarios que suman y resignifican la propia materia pictórica. Proponer la muerte de la pintura desde su romántico concepto renacentista y moderno, y dejarla purgar en un “otro lugar”, en un estado de hibridación que se conecta ontológicamente con la naturaleza.
La pintura de Sebastián Sáez nos propone un recorrido por la iconología de la posibilidad, entabla un diálogo reconocible y profundo con la naturaleza entendida en su sustancia inmanente, en vínculo constante y cambiante con todo el universo. La naturaleza es todo y su obra lo muestra. Aplicando una intensidad sublime del color, nos interpela sobre nuestra percepción de la realidad y cuestiona ese espacio que se encuentra entre la seguridad y el abismo. Sus obras son infinitas, son nuestro cuerpo en expansión, retornando siempre al lugar de nuestra felicidad compartida con el resto de seres que habitan el universo.