Por Gustavo Laborde.
Cuatro años antes de la muerte de Dieste, un entonces joven periodista que admiraba las obras del ingeniero uruguayo llegó hasta su casa de Punta Gorda para entrevistarlo, utilizando como pretexto el encargo de un servicio de prensa internacional. Esta entrevista, inédita en Uruguay, resulta hoy un documento valioso y, sobre todo, muy disfrutable.
Hace exactamente una década, en 1996, Eladio Dieste pisaba los 80 años de vida y excedía los 50 de profesión. Al igual que el maestro Abel Carlevaro, era uno de esos genios que aún conservaba Montevideo, uno de esos sabios que visitaban en peregrinación académicos de otros continentes y que para los uruguayos estaban ahí, a la vuelta de la esquina. Dieste había edificado más de un millón de metros cuadrados en gigantescos y ondulantes galpones, terminales de ómnibus con techos suspendidos, gimnasios, esbeltos tanques de agua, silos, hangares y dos iglesias, la de Atlántida y la San Pedro de Durazno, dos templos capaces de conmover al ateo más convicto. Este célebre ingeniero que ya entonces tenía estatura de leyenda, estaba dispuesto a explicar las características más complejas de su obra con modales de abuelo, incluso a un joven periodista que ni siquiera intuía las más elementales nociones de cálculo y estructura. La figura de ese hombre que tenía el sosiego de la convicción, sentado en el living de su hermosa casa de Punta Gorda, con las manos apoyadas en su emblemático bastón, iluminado por una luz teñida de ladrillo tan cálida como él mismo, ha permanecido inalterable como el retrato mismo de esos hombres que, ante todo, son maestros de vida.
Usted construyó su obra y su teoría a partir del ladrillo. Académicos de todo el mundo están sorprendidos con su forma de trabajar a partir de un material arcaico.
El ladrillo junto al mortero y el hierro forman una aleación que es perfectamente viable, resistente y económica. El ladrillo es flexible, resistente y barato. En la facultad yo les hablaba mucho a los alumnos de la posibilidad de hacer grandes estructuras enteramente de ladrillo, hierro y mortero, sin capa de compresión arriba, de modo que no apareciera el hormigón. La liviandad que se puede conseguir con la cerámica no puede lograrse con hormigón. Para mí sigue siendo raro que esto no sea lo común en muchos países. En Estados Unidos la calidad del ladrillo es extraordinaria. Yo estuve en una fábrica de Denver en la que hacían un ladrillo que aguantaba 1.900 kilos por centímetro cuadrado. Tres veces más que el mejor hormigón. Para realizar bóvedas es muy poco racional usar hormigón: no tiene la flexibilidad de la cerámica armada, es costoso y corre riesgo de pandeo.
Una de las características que más se ha destacado de su obra es que está hecha para la gente, pensando en la gente. Yo me imagino a la gente en situaciones de uso y proyecto la obra en función de eso. Imagino cómo le va a llegar la luz del sol al interior de un galpón, pensando en la gente que trabaja en él. Eso es algo que me parece importante, porque a veces uno admira grandes obras en las que no se tuvo en cuenta al hombre. En el caso de la Iglesia de San Pedro de Durazno me imaginé cuál sería la última imagen que verían los fieles al retirarse de la misa.
Así fue que pensé el lucernario de esa iglesia, que son cinco hexágonos hechos en cerámica armada, hierro y mortero que tiñe la luz que entra al interior del templo. El cálculo de esa estructura es accesible a un estudiante de ingeniería.
Para el que nada sabe de arquitectura es muy obvia la belleza que tienen sus construcciones, pero sus proyectos también son atractivos para los inversionistas por el bajo costo de ejecución.
El dispendio no produce buena arquitectura. De hecho, la austeridad es uno de los elementos que ayudan a producir buena arquitectura. Pero tampoco se trata de hacer arquitectura pobre para países subdesarrollados, no me gusta el tufillo que tiene ese concepto. La idea es hacer un uso racional y ético de los recursos, pero también demostrar que la eficiencia técnica no está ligada al desarrollo de los países del primer mundo. Tampoco creo que haya una diferencia fundamental entre lo moral y lo económico, sino que lo económico, lo verdaderamente racional, es profundamente moral si ayuda al hombre a cumplir sus fines.
Los que han estudiado su obra también señalan que lo más deslumbrante es que llega a esas construcciones tan hermosas mediante el más riguroso cálculo de estructuras.
Es que ambas cosas se dan a la vez. Yo diseño bóvedas de ladrillos onduladas longitudinalmente porque con esa forma aumentan en resistencia. Y también en belleza. Con las paredes ocurre lo mismo, una pared plana no tiene la misma resistencia que una ondulada, ni tampoco es tan hermosa. Entonces la solución racional es también una solución estética. Yo empecé como un ingeniero a construir galpones y un día me encontré que estaba haciendo arquitectura sin que me lo propusiera. También me di cuenta que tenía conciencia de la forma y de que ésta no me huía. Por el contrario, me ayudaba a resolver problemas estrictamente estructurales. Pero también en esto hay una resolución económica, porque este método nos permite una buena velocidad de construcción. Y aunque algún capataz haya tenido miedo de ponerse debajo, hemos desencofrado bóvedas de cincuenta metros de luz a las catorce horas de terminadas. Para lograr esto hay que hacer las cosas con amor, estar muy atento a los detalles.
Es una reivindicación del trabajo del constructor. Yo construí el galpón que está en el Puerto de Montevideo a partir de una pared de ladrillos centenaria, muy antigua, que habían hecho viejos constructores. Ellos sabían lo que hacían, por eso la conservé, porque estaba muy bien hecha. Recuerdo haber visitado casas en España hechas por constructores, que estaban muy bien hechas y eran muy hermosas para habitar.
¿Se propuso ser un arquitecto de vanguardia o llegó a eso de forma natural?
Mi obra muchas veces se ha mirado como arquitectura moderna por su forma, pero al mismo tiempo desconciertan los materiales y la sencillez con que está hecha. Es por eso que está muy vinculada a la forma de hacer las cosas del modo que se hacía antes.
Usted ha dicho que sus dos iglesias son lo más representativas de su obra. ¿Qué importancia tuvo en su carrera la construcción de la Iglesia de Atlántida?
Es una obra que despertó mucho interés y que ha tenido consecuencias importantes. Es una obra que me cambió la vida. Yo llegué a ella de manera casual, por una persona que quería realizar una buena obra y yo le prometí que se la iba a hacer por el precio de un galpón. Resultaron ser dos años obsesivos de preocupación. Al final, la iglesia terminó siendo el resultado de una situación ética más que profesional. De alguna manera es el resultado de una reflexión sobre la forma en que se realiza el culto. La ubicación de la sacristía se hizo de modo que el ingreso del oficiante al altar se realice gradual y expresivamente, para que esa expresividad exista y tenga tiempo de ser asimilada. En todas las iglesias que conocía, el sacerdote aparecía de pronto, como un muñeco en caja de sorpresas. Por eso me parece que el camino que hace el cura para oficiar misa es un buen recorrido para apreciar el manejo del espacio, al igual que el techo de la sacristía, cuyo techo tiene un gran hueco circular por el que entra el templo. La luz transforma la pared en un fondo, en el que se buscó un efecto ondulante y sereno a la vez. El altar está realizado en un bloque de piedra apenas desbastada, del que se ha pulido sólo la parte superior. Cabe destacar también el crucifijo del altar que es una gran escultura de Eduardo Yepes, que era amigo mío. No sé si ha visitado la iglesia últimamente [por 1996], pero han cubierto el altar con un mantel de hule blanco y a los costados pusieron tubos de luz verticales. Es como dice uno de mis hijos: la prueba de que el diablo existe.
Gustavo Laborde. Periodista. Ha trabajado en la mayoría de los
medios de prensa locales más importantes. Prepara su tesis final de
la Licenciatura en Ciencias Antropológicas.
NOTA ORIGINALMENTE PUBLICADA EN LA DOSSIER N0, AÑO 2006