Existe en Maldonado, sobre la ruta 9, a escasos kilómetros de San Carlos, un parque de esculturas privado, producto de la visión y el tesón del empresario, coleccionista de arte y cinéfilo argentino Carlos Abboud.
Carlos tenía un sueño: “Vivir rodeado del arte de los amigos”. Sus amigos casualmente eran artistas plásticos, fotógrafos, muchos de ellos reconocidos internacionalmente, y aunque algunos no habían incursionado en la escultura, quince de ellos se prestaron al desafío que les planteaba Carlos. Las consignas eran simples: a) la obra no debería competir con la naturaleza, b) se tenía que ver, c) pero tampoco podía verse demasiado, d) las obras no debían competir entre sí, y e) se debían ajustar al lugar, cada cual a su estilo.
En este grupo, que según Abboud conforma la primera etapa, hay artistas de distintas nacionalidades, fiel reflejo de la vida del dueño de casa y de su pareja, ya que Carlos vivió casi cuarenta años en Francia, donde tiene su empresa; su pareja, la artista plástica Virginie Isbell. Ella es francoestadounidense y lo acompaña en esta suerte de aventura artística.
En este mismo grupo, que también podría llamarse “de los íntimos”, tenemos obra de Antonio Seguí, Pascale Fournier, Luna Paiva, Virginie Isbell, Juan Andrés Videla, Fernando X González, Luis Felipe Noé, Mario Gurfein, Edgard Minond, Alfredo Prior, Pat Andrea, Eduardo Stupía, Alberto Bali, Fernando Maza y Denis Monfleur. “Este es un proyecto por un lado estético y por otro muy sentimental”, dice Abboud al referirse a esta primera etapa, ya que detrás de la realización y emplazamiento de cada obra hay una historia y muchas anécdotas. Todas las obras fueron realizadas especialmente para el lugar en que fueron emplazadas, todos los artistas que participaron tuvieron que empaparse del agreste paisaje serrano del cerro Timbó. Los materiales que los creadores eligieron son muy variados, como son variadas las propuestas. Vidrio, resina, cemento, hierro, madera, acero y piedra son algunos de los materiales escogidos para las obras. El clima es duro y la durabilidad otro desafío más que se le plantea tanto al artista como al creador del parque.
“La primera intención de Carlos, más que reunir allí a escultores consagrados, era convocar a un grupo de amigos muy cercanos”, dice Antonio Seguí, el reconocido artista cordobés radicado en Francia, quien colaboró con este proyecto con un Superman en hierro pintado que sobrevuela un rascacielos, fiel a su estilo que combina la ironía con una frescura infantil.
“Al principio todo empezó despacito”, dice Carlos. A estos primeros quince artistas, les siguieron otros, ya más conocidos en cuanto a su trabajo escultórico. Carlos es un hombre decidido, perseverante; cuando se le ocurre algo, no para hasta lograr su cometido. Así sucedió cuando entró en contacto con el trabajo del japonés Susumu Shingu, conocido como “el escultor del viento”; sus móviles, que parecen danzar al ritmo de las ráfagas de viento, le parecieron perfectos para su parque en el cerro Timbó, así que no escatimó esfuerzos para ponerse en contacto con el artista nipón, que al principio hacía caso omiso de las llamadas de este persistente coleccionista del otro lado del mundo. La perseverancia del coleccionista finalmente dio sus frutos y en una cena en París pudo convencer al japonés de viajar a Uruguay para ver el espacio, otro de los requisitos de Carlos para participar en su proyecto. Hoy, uno de los gráciles móviles de Shingu, concebido especialmente para ese espacio, danza al ritmo de los vientos uruguayos. Algo parecido pasó con el artista holandés Theo Jansen, reconocido internacionalmente por sus esculturas cinéticas, que se asemejan a extraños animales que se desplazan por superficies planas, movidas por el viento. Jansen no veía dónde podía estar su obra en ese paraje rocoso y escarpado del cerro Timbó. Esto no fue problema para Carlos, que armó una playa de arena y una especie de box o hangar donde los míticos animales de Jansen descansan después de sus paseos.
El lazo que se forma entre los artistas y Carlos en su papel de coleccionista y curador del parque es muy importante para él. Es su forma de pertenecer, de ser parte del proyecto en pie de igualdad con los artistas. Se crea una suerte de conexión, de “hermandad del cerro Timbó”, a la manera en que lo hacen los inmigrantes en un país ajeno. Quizás Carlos, que vivió tantos años en un país que no era el suyo, quiso recrear en el cerro Timbó un país imaginario, rodeado del arte y el afecto de los amigos que fue recolectando y eligiendo a lo largo de su vida, forjar una suerte de familia, en la que los lazos comunes son el arte, el amor por Argentina y Francia y, en ciertos casos, la fascinación por otros mundos posibles. En el proceso, quizás hasta inconscientemente, creó algo maravilloso, una joya escondida en el campo uruguayo.