Un encuentro con el escultor
Con el paso del tiempo, el aumento en cantidad de las piezas escultóricas fue demandando más lugar y ahora el taller ha ganado en altura,conquistando espacios para albergar una producción que crece diariamente a instancias de la imperiosa necesidad de crear. Octavio Podestá es un ameno conversador que, con tono divertido, cuenta muchas anécdotas de su vida
y de su arte. Pese a tener 85 años, es sorprendente la energía que desarrolla día tras día, la que confirma su pleno sentido de existir a través de la creación. Porque Podestá siempre está creando, incluso cuando revisa
antiguas obras a las que somete a una mirada nueva, porque según sus propias manifestaciones “el artista siempre se está desarrollando, en una lucha continua contra la duda”. Lo guía un espíritu de experimentador.
Mediante una viva y aguda imaginación concibe múltiples obras a partir de los objetos encontrados. Seducido desde hace años por el hierro y el acero, asiduo visitante de la popular feria de Tristán Narvaja, Podestá colecciona los más variados objetos con el propósito de transformarlos en obras de arte. Este proceso de creación se denomina técnicamente “ensamblaje” y consiste en una técnica de la escultura moderna nacida de los experimentos del cubismo, a comienzos del siglo pasado.
La formación artística de Octavio Podestá comenzó en la antigua Escuela de Bellas Artes, por 1947, años antes de la reforma universitaria. En aquella época –relata Podestá– había sólo talleres de madera y piedra
denominados “Técnicas de la madera y técnicas de la piedra”. Después comenzaron las clases de modelado en barro, con la realización de moldes de yeso, etcétera.
Recuerda entre sus maestros de entonces a Juan Martín y a Severino Pose. Cuando Podestá egresó de Bellas Artes, Eduardo Yepes ingresó en calidad de profesor, por lo que solicitó ser admitido en sus clases. La capacidad para la
docencia de Yepes es subrayada por Podestá, como también lo resaltó Águeda Dicancro, cuando la entrevistamos para Dossier. Los consejos del docenteartista Yepes serán cuidadosamente recordados por Octavio Podestá, quien, paralelamente, comenzó su peregrinaje por el mundo.
Así es que visitó asiduamente las bienales de San Pablo desde su fundación (al respecto nos muestra los catálogos datados en los años cincuenta, correspondientes a aquellos memorables eventos). Recuerda una bienal en
particular, cuando en Brasil se podían apreciar artistas de primera categoría de la vanguardia moderna: Calder, Moore, Picasso, entre otros, lo cual le produjo un gran impacto. Podestá pudo acceder a una beca de
perfeccionamiento en Francia, otorgadas por Bellas Artes, por medio de la modalidad de concurso. (Comenta que él mismo fue docente de esta institución, luego de haber desempeñado cargos en sus oficinas). Mientras recuerda sus primeros encuentros con los grandes artistas de la modernidad, Podestá rememora sus fermentales clases con Yepes y dice que fue en aquella oportunidad cuando se comenzó a estudiar el espacio como factor plástico.
“Nunca nos habían hablado del espacio”, sostiene, y esta revelación hace que de allí en más la escultura se convirtiera en un problema espacial, en que el entorno adquiría una especial relevancia. El artista se preguntó
entonces: “¿Acá qué ponemos?”.
Otra característica de Yepes –anota Podestá– era su capacidad para estimular la imaginación creadora, lo cual permitía escapar de las rigurosas representaciones del modelo, entre otras cosas. De esta manera Podestá
sorprendió en una ocasión a su modelo con una forma tan abstracta que ella exclamó: “¿Así me ves?”. El desarrollo del proceso creativo de Octavio Podestá, sostenido por la libertad que su imaginación le proporcionaba, fue determinante para que se convirtiera en un incansable buscador de formas. La forma –dice–es su principal preocupación en la escultura. La forma en
el espacio, que es volumen (hueco, lámina fina o gruesa, varilla, bloque de hierro, piedra, cuerda, hilo), conforma un lenguaje. Podestá es dueño de este lenguaje y en consecuencia se ha convertido en un maestro. Su
incansable sed de crear, de inventar, se ha plasmado en una enorme trayectoria sembrada de exposiciones y de obras realizadas para ser emplazadas en espacios públicos. Particular acento merecen estas obras
monumentales, que ha donado para parques, plazas y otras situaciones urbanas. Esta práctica se sostiene en su idea de que “el arte debe convivir con la gente”.
Cuando nos detenemos a conversar sobre este tema, aparece el problema de la realización, dado que son obras de gran porte que deben ser ensambladas en lugares apropiados y con el concurso de un equipo de trabajo. A menudo Podestá realiza una maqueta en madera o espuma plástica para ser trasladada a la gran escala.
Muchas de sus anécdotas refieren a la necesidad de contar con técnicos en la materia: ingenieros, por ejemplo. Podestá, sonriente, relata ciertos casos; por ejemplo, un ingeniero le subrayó la necesidad de contar con ciertos conocimientos sobre física, estabilidad y las leyes del movimiento. La intuición pura a menudo se encuentra en dificultades para resolver problemas de la estática, y al respecto habla de la necesidad de contar
con asesoramiento técnico en grandes obras emplazadas en un espacio donde es necesario calcular, por ejemplo, la velocidad del viento y la resistencia de la pieza.
En su calidad de artista, Podestá ha tenido, como en general sucede, algunos desacuerdos con sus clientes. Como se sabe, a menudo sucede que el público en general es movido por sus gustos y preferencias, lo cual es
impedimento para apreciar el arte en sus aspectos más
profundos o como lenguaje del propio creador. En este sentido recuerda la sorpresa que se llevó por un comentario de un trabajo suyo que un cliente le había encargado: “No se ofenda, pero en vez de la Virgen parece
una geisha”. Podestá comenta la anécdota de forma divertida y se refiere a la mirada de los otros, citando la gran sensibilidad de su madre, quien, carente de formación artística, disfrutaba de sus obras abstractas.
Como escultor, nos comenta que su preocupación es puramente formal, aunque en algún momento la anécdota o el tema se le impone. En general la obra es la que da lugar, luego de estar conformada, al tema o al título, dado
que su aspecto puede asimilarse a un símbolo. Tal es el caso de Los calabozos, serie que inauguró en la sala Sáenz del Ministerio de Transporte y Obras Públicas. ‘El diablo en bicicleta’ es el título de una escultura que surge casi espontáneamente de la propia relación de formas. La serie Los toros de lidia, sin embargo, surge por su admiración de estos animales observados directamente en campos de España, y responde a un afán de
representación: a partir de las chapas de hierro se transmite la fuerza física de los míticos animales.
Octavio Podestá se siente muy atraído por todo tipo de maquinaria y cuenta que ha visitado últimamente el Museo de Arte Negro y Africano, en Brasil, donde se exponen máquinas de la época de la esclavitud. Allí pudo
disfrutar de la particular relación formal y artística de las piezas que componen estas maquinarias, lo cual nos recuerda el comentario que Marcel Duchamp realizara a Giacometti, en ocasión de visitar una exposición de aeronáutica. Señalando una hélice de avión, Duchamp le
dijo: “Esto es una verdadera escultura”. Esta particular atracción hacia la máquina que produce el producto industrial se refleja en la predilección de los materiales compositivos de Podestá. Chapas de acero de todos los
espesores, provenientes de barcos y de máquinas de diverso tipo, rieles de ferrocarril, engranajes, poleas, ruedas, cuerdas… Podestá conoce el uso de estos materiales y a menudo su propia historia. Infatigable buscador, como por arte de magia determina la idea que comandará su obra a partir de un punto de partida que es sugerido por una determinada pieza. Después comenzó el trabajo de encontrar las relaciones plástico-formales,
a los efectos de dar vida a una escultura.
El lenguaje del ensamblaje en hierro no fue un descubrimiento temprano para el artista. Siempre tuvo habilidades para el dibujo; cuando era escolar se sentía fascinado por los germinadores que los maestros solían encomendar como tarea, a los efectos de estudiar la naturaleza y sus leyes primarias. Sostiene que en la escuela “siempre estaba distraído”, pero sus habilidades en el dibujo fueron prontamente descubiertas. Un profesor
de liceo que también era artista lo invitó a su taller al detectar sus facilidades plásticas y comenzó a entusiasmarlo con el arte. Podestá comenzó a intuir el sentido de la forma en el espacio desde estas tempranas
investigaciones. Luego encontró un material que nuestra tierra posee en abundancia y que brinda generosamente: el barro. A partir de este medio el artista comenzó a modelar, siendo muy joven, sus primeras piezas, que
luego perfeccionaría con sus estudios académicos. Otro día compró un poco de yeso y a pesar de no saber cómo se trabajaba, logró hacer un pan que luego finalizó tallando.
No obstante su facilidad para el dibujo, en su obra madura Podestá no hace bocetos ni croquis gráficos. Las maquetas –que pueden ser consideradas bocetos en volumen– las genera directamente desde sus propios
materiales. En su primera época juvenil, el suplemento cultural de El Día le proporcionaba reciente información sobre el arte de vanguardia, que ávidamente aprovechaba.
Además de la ya mencionada decisiva incidencia de Yepes en su formación, también la tuvieron artistas internacionales como Alexander Calder, Henry Moore y otros que pudo estudiar en sus viajes al exterior. Artistas cuyas
investigaciones sobre el volumen y la forma en el espacio determinaron un giro conceptual importante hacia la escultura moderna en relación a los cánones del Renacimiento y el Barroco. Podestá, sin embargo,
encuentra coincidencias muy importantes entre todas estas tendencias estéticas, dado que todas ellas se encuentran bajo el lenguaje de la escultura, y en tanto lenguaje, no pueden estar muy alejadas en el concepto.
En estos casos, afirma, cambia la anécdota, no el concepto.
Octavio Podestá enfatiza el hecho de haber sido conmovido por la obra de otros escultores. Por este motivo es reticente a las fórmulas, pero no a los principios. Sostiene que una vez que se aprenden los principios, se
mantienen toda la vida. “Yo hago una escultura bien plantada porque aprendí”, nos comenta con seguridad.
Por otra parte y en relación con sus métodos de docencia que en otra época aplicó, el artista rechaza algunos procedimientos que consisten en la corrección/destrucción de la obra del estudiante por parte del docente. En este sentido afirma que “hay que darle tiempo al estudiante para que se equivoque y para que aprenda”. Hay estudiantes cuyo tiempo de comprensión es más largo, o que eventualmente no llegan a entender. Podestá es contrario a que se toque el trabajo del estudiante, y eventualmente sugería, por ejemplo, “cortá acá, no lo tires”. Este pensamiento del artista como docente es muy importante porque él mismo se somete continuamente a la autocrítica.
Gran admirador de las artesanías populares, relata su encuentro con estas en las más variadas regiones del planeta: Grecia, Egipto, Brasil, entre otros. En Buenos Aires afirma que aún se ven carros fileteados, de aquellos que se observaban en Montevideo hace cincuenta años, cuando los vendedores ambulantes salían a ofrecer sus productos en carros tirados por caballos. Cuenta que en París visitó una “escuela para salvar todas las artesanías”,
donde lo maravilló el trabajo de un martinete a propulsión hidráulica. Es que Podestá ve en todos estos productos una relación estética y plástica, una historia maravillosa del hombre creando cosas para la utilidad y para la belleza.
El concepto de escultura, a su entender, es siempre el mismo: la relación de la forma en el espacio. Por este motivo se siente cómodo con el ensamblaje, y si bien ha desarrollado el vaciado en cemento, la talla y el modelado,
últimamente el ensamblaje en metal y el aditamento de otros tipos de materiales en un plano más simbólico han caracterizado su obra. En su taller ha colgado un compás áureo y una paleta. Podestá reconoce que le cuesta integrar el color a sus esculturas, aunque actualmente está realizando murales en altorrelieve de alto cromatismo. Recuerda que en su época de estudiante el color era algo prohibido en la escultura.
Hablando de estructura, se detiene en el pensamiento de muchos artistas que analizan la estructura de los vegetales, entre otros, y afirma que a menudo es necesario tener sólidos conocimientos de ciertas leyes de la
naturaleza para soportar las obras, con lo cual retoma la idea del trabajo en equipo. Observamos en su taller una gran cantidad de piezas que podrían ser trasladadas a la gran escala, aunque el escultor sostiene que “a veces el
traslado a otra escala es fatal”. Otras tienen el encanto de las miniaturas y, no obstante, no pierden su proyección plástica que involucra la fuerza del volumen trabajando en el espacio. Podestá conserva una colección de piezas de bronce y sus moldes de madera articulados, que posee un gran encanto por sí misma. Conserva además sus vigorosos yesos de la época de Bellas Artes y sus impecables maquetas que esperan el momento de convivir con el viento y la gente de nuestro país.
Octavio Podestá es un artista de una gran producción, un hacedor nato, que se encuentra a la par de los grandes escultores contemporáneos como Calder y Chillida, por nombrar sólo algunos. Es, sobre todo, un hombre sencillo, abierto y generoso que cree fervientemente en el arte
como fermento social y como lenguaje y, por lo tanto, en la comunicación que puede llegar a efectuar a través de la belleza de la forma.
Entrevista de Daniel Tomasini. Artista plástico, poeta y escritor. Licenciado en Artes plásticas y visuales. Docente del Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes (Udelar). ( Dossier Nro. 48 )