Sobre El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, la mejor película de 2020
Hoy, época en la que quizás vivamos como si no hubiera un mañana, cuando hablamos de un pasado que ocurrió con nosotros en el mundo, lo que entra en colisión en nuestra cabeza es la disputa entre la palabra oficial y nuestra memoria. ¿Cómo recordamos eso que cruzó el espacio como una pavesa inflamada que se deshace en el aire, y cómo nos lo cuenta la historia autorizada? Las formas de reproducir el tiempo, hoy mismo, son muchas y muy diversas, y quizás la más cercana sea la imagen audiovisual. Pero la imagen audiovisual difícilmente sea objetiva: su constitución ya incluye el recorte, la selección, la omisión de determinados elementos. Ni la cámara es capaz de registrar todo lo que puede ver ni el micrófono todo lo que puede oír; así, nuestros ojos y nuestros oídos tal vez sean más perfectos.
En la Cartagena murciana, durante 1992, año de los festejos por el quinto centenario del descubrimiento de América, el presente de sus habitantes no tiene nada que festejar. Eran años de adscripción a un neoliberalismo que en el mundo intentaba atenuar los temblores que produjo la caída del muro de Berlín. Y aunque España estaba gobernada por el socialismo, un socialismo más preocupado por reinstalar al país en el concierto de las naciones (europeas, fundamentalmente) a través de la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, que por atenuar la recesión y el desempleo en los que se debatían la economía y la sociedad, el caldo de cultivo estaba en ebullición y no tardaría en desbordar la olla tapada. El proyecto de reconversión (eufemismo por privatización) de la Empresa Nacional Bazán, astilleros que daban trabajo a la mayoría de los trabajadores cartageneros, llevó a estos a levantarse contra las autoridades locales, puja que derivó en el incendio de la Asamblea Regional de Murcia con un saldo de cuarenta heridos: veinte obreros y veinte policías. El hecho, uno de los más violentos producidos en la sociedad murciana por su propia civilidad, hoy parece haber sido superado por otras cuestiones y es muy factible que lo olvidaran propios y extraños, aunque no por todos, porque el olvido, por suerte, no es unánime.
Luis López Carrasco, un joven realizador nacido en Murcia, recuerda este hecho ocurrido en Cartagena a sus diez años como un suceso nodal de su memoria. El año del descubrimiento, su segundo largometraje, es un documental que raya con la maestría cinematográfica. Durante doscientos minutos, López Carrasco analiza una (enorme) pluralidad de puntos de vista con un recurso que el cine siempre ha tenido a su disposición pero que rara vez ha utilizado, o que apenas utilizó de forma experimental: el de la imagen simultánea. En la mayor parte de su metraje El año del descubrimiento le presenta al espectador una pantalla dividida en dos, dos imágenes que ofrecen acciones y reacciones, la memoria de unos y las imágenes de archivo que las grafican, causas y efectos, opiniones contrapuestas, verdades contrastadas, ideas irrefutables.
López Carrasco disuelve el tiempo para elaborar un nuevo concepto de presente continuo en el cine, uno que ensaya la democracia de pensamiento al involucrar al autor y a los espectadores en la búsqueda de una verdad común. Por eso es tan importante ver esta película en una sala oscura: la experiencia comunitaria nos obligará a descubrir que testimonios memoriosos, doloridos y viscerales como los de José Ibarra Bastida (“Yo era un niño impúber, no tenía pelos en los huevos, pero tenía un trabajo de hombre. Conoces el trabajo antes que el sexo, conoces el trabajo antes que el dinero, conoces el trabajo antes que el amor. Esa es la vida del obrero de los años ochenta. La nuestra es la última generación de niños obreros del país”.) forman parte también del tejido de nuestras propias vivencias. Y luego de ver este documental, no podremos menos que reflexionar sobre cuál es nuestro sitio entre dos imágenes, qué podrá pasarnos mientras nos decidimos a obrar, y comprendamos que el tiempo que tardamos en expresar nuestras ideas nunca será un tiempo perdido, ni para nosotros ni para los demás.