Por Soledad Gago
El 26 de noviembre el Ballet Nacional del Sodre estrenó La tregua, un espectáculo basado en la novela más famosa de Mario Benedetti, con entradas agotadas.
Con dirección de Igor Yebra, coreografía de Marina Sánchez, dramaturgia de Gabriel Calderón, música de Luciano Supervielle, escenografía de Hugo Millán e iluminación de Sebastián Marrero, la versión del BNS cuenta la misma historia que la de Benedetti, pero de forma diferente: las escenas no respetan el orden de diario que tiene la novela, tiene una mirada que trae la trama a la actualidad y además hay personajes nuevos.
Quienes hayan leído el libro de Benedetti conocen la historia: Martín Santomé tiene 49 años, es viudo, tiene tres hijos y una vida rutinaria con un trabajo en una oficina y unos días en los que no pasa nada. Todo cambia cuando a la oficina llega Laura Avellaneda, una joven de 24 años, con poca experiencia pero que a Santomé le parece distinta a todos. Avellaneda y Santomé se enamoran y entonces el amor los rescata de una vida pacata y quieta, los eleva, los cuida, los protege, los sacude y, al final, también los desarma.
En la función del estreno Santomé estuvo interpretado por Sergio Muzzio, solista, y Avellaneda fue Nadia Mara, primera bailarina de la compañía. Ellos bailan juntos desde 2019, cuando Mara vino como bailarina invitada para hacer Onegin. La conexión entre ambos se nota y queda en evidencia en una obra en la que los detalles, los gestos y las expresiones importan tanto como el movimiento del cuerpo. En La tregua, el amor ocurre en una mirada, en una sonrisa, en una caricia.
La historia del BNS agrega a la de Benedetti a dos personajes que son los que hacen avanzar la trama y que son esenciales para entender la historia: la Rutina y el Azar.
La primera, que en la función del 26 fue interpretada por Ciro Tamayo, es la Sombra de Santomé. Vive colgado a sus hombros, le pesa pero también lo protege. La Rutina lo ayuda a trabajar en la oficina y además le dice que no se enamore, que mejor deje las cosas que están, que quizás puede sufrir. El personaje interpretado por Tamayo es de una belleza dura, espesa, difícil, y tiene la misma fuerza y explosión a la que el bailarín español tiene acostumbrado al público uruguayo.
El Azar, que en el estreno estuvo a cargo de Damián Torío, es quien ayuda a Santomé y a Avellaneda a encontrarse siempre, incluso en el medio de una ciudad que anda desenfrenada y sin rumbo. El trabajo de Torío merece un comentario aparte. Su personaje no tiene género, podría ser Dios, el universo, la suerte o el destino. Por eso, Torío aparece en escena con un vestido azul oscuro y baila la primera parte de la obra con zapatillas de punta, con una facilidad y delicadeza que merecen aplausos de pie.
La tregua es una obra en la que no sobra ni falta nada y en la que todo –el cuerpo de baile, las luces, la escenografía, el vestuario y la música– está puesto al servicio de contar una versión que tiene una mirada propia y actualizada de la novela escrita en 1959.
La coreografía de Marina Sánchez, ex bailarina del BNS, es una síntesis de todo lo que venía haciendo hasta ahora y una puesta aún mayor. Si se puede decir que las creaciones de Sánchez tienen una marca propia, es la de mezclar en sus piezas momentos clásicos, contemporáneos y también un rastro de tango y hasta candombe, un sello uruguayo que es sutil pero que siempre está.
La música de Supervielle es bellísima: una mezcla de clásico, tango, música electrónica y hasta trap que se mezcla con momentos de sonido ambiente y que ayuda a que la obra dialogue entre el pasado de Benedetti y la actualidad.
No es exagerado decir que La tregua fue el acontecimiento cultural más importante de 2020. Tampoco parece exagerado decir que es una obra que va a marcar la historia de la danza nacional.