Un callejón en el paraíso.
Por Carlos Diviesti.
Elia Suleiman va de Nazaret a París, para la época del 14 de julio, a conversar con el posible productor de su nueva película. El productor le dice que simpatiza con la causa palestina, pero que la película que quiere rodar Suleiman es muy poco palestina para su gusto. Luego Suleiman viaja a Nueva York a un encuentro de árabes estadounidenses consustanciados con la causa palestina, encuentro en el que el público aplaude enfervorizado no se sabe qué cosa. En ese viaje, Suleiman se topa con un taxista que llama a su señora sorprendido por llevar a un palestino en el taxi, con Gael García Bernal que se queja porque lo llamaron para filmar una película sobre Hernán Cortés hablada en inglés, y con una muchacha que escapa de la Policía en pleno Central Park (con alas de ángel y el busto desnudo, aunque cruzado por una bandera palestina pintada). Pese a que todo parece muy raro en Nazaret, en París o en Nueva York, la realidad indica que una mujer con chador puede transportar dos cuencos con agua sobre su cabeza si los alterna en su recorrido, en tanto y en cuanto acepte que para avanzar siempre hay que retroceder un trecho.
Lejos de ser una película excéntrica, It Must Be Heaven no se formula cuestionamientos retóricos ni le enrostra al espectador el estado de la violencia en el mundo en estos tiempos. Si es una película que bordea lo genial se debe a que Elia Suleiman, como personaje observador del mundo que lo circunda, presenta sus observaciones sin abrir la boca, sin que sepamos concretamente cuáles son los trazos subjetivos disueltos en una serie de aleatorias, aunque nunca gratuitas, viñetas. ¿Pueden circular tanques de guerra por una París en paz? ¿Un hombre con pinta de pesado necesariamente me hará daño? ¿Circular frente a los clientes de un café nos obliga a desandar la pasarela de un desfile de modas? ¿Soy el ladrón de los limones del vecino si podo y riego su limonero? ¿La exageración de la verdad es una forma poética de la mentira? Las preguntas que nos genera la contemplación del paisaje a veces no son tranquilizadoras, hay que aceptarlo.