En el Museo de Historia del Arte, pegado a la Intendencia de Montevideo, se ofrece una retrospectiva en conmemoración del centenario del nacimiento del artista Julio Alpuy, junto con la obra de sus alumnos, muchos de los cuales son hoy artistas reconocidos. Además de esta muestra, es posible disfrutar de la colección permanente del museo, por demás interesante.
Julio Alpuy, nacido en 1919 en Cerro Chato, Tacuarembó, falleció en 2009 en Nueva York, donde se había radicado desde 1961. Fue alumno del maestro Joaquín Torres García, a quien conoció en 1940, cuando se integró al taller homónimo. Alpuy ha tenido una fuerte vocación docente y la obra que el museo exhibe demuestra su capacidad formadora.
Es notorio que la obra de sus discípulos mantiene el espíritu constructivo original del Taller Torres García, pero demuestra una verdadera inflexión en cuanto a la ortodoxia torresgarciana, lo que habla en cierta forma del propio Alpuy como docente. Es verdad que hacia la década de los setenta había tomado un sesgo personal, aún impregnado por los principios estructurales basados en la regla de oro y la paleta de color básica torresgarciana. El color en aquel momento abandonó ciertos principios tonales y la estructura se independizó de la grilla ortogonal clásica. Estas reflexiones podrían también aplicarse a la obra de José Gurvich, quien pasó por un proceso similar, acaso más drástico, cuando comenzó a trabajar en el kibutz en Israel, luego del fallecimiento del maestro. Alpuy modificó un poco los principios doctrinarios, pero jamás abandonó la premisa torresgarciana, que tiene como pilares la estructura con la divina proporción, el signo y el concepto de lo plástico.
En esta exposición hay ejemplos de su trayectoria, desde grabados hasta construcciones con madera –ensamblados, relieves‒, pintura al óleo, pintura a la acuarela, dibujos a lápiz y tintas. Por otra parte, en su vasta producción artística se cuentan pinturas murales, mosaicos y cerámicas. Con relación a sus alumnos, podemos citar obras de Rafael Lorente, Linda Kohen, Gustavo Serra, Fermín Hontou y otros que, como mencionamos, han seguido sus propios derroteros sobre la raíz conceptual del constructivismo, aunque en todos los casos se han alejado de la ortodoxia fundacional. El respeto al estilo personal como premisa docente se refleja en las producciones de los alumnos de Alpuy, aun cuando se mantienen las convicciones plásticas. Estos ejemplos son elocuentes de una postura antidogmática y de respeto a la libertad de expresión, que son obviamente los pilares de la educación y que Alpuy supo generosamente cultivar.
En tanto nos encontramos en el Museo de Historia del Arte, debemos mencionar el excelente nivel de su acervo, en particular de su serie de calcos (de excelente ejecución técnica) de diversas culturas universales, como el antiguo Egipto, la cultura asiria, la griega arcaica y clásica, Roma y la Edad Media, llegando al Renacimiento y el Barroco, con muestras de mobiliario, pinturas y utensilios de la época. Posee también una excelente colección de máscaras africanas y de objetos utilitarios y esculturas de la América precolombina muy ordenados didácticamente. Se presentan mapas y esquemas sobre las culturas de referencia que constituyen un excelente material pedagógico.
Cabe detenerse especialmente en la muestra de textiles de Guatemala, realizados por diferentes comunidades de aquel país, con un nivel plástico y de diseño particularmente destacable. Textiles aplicados a vestimentas y accesorios con un juego de formas y colores tan genuinamente creativos que se podrían colocar como obras de alto rango contemporáneo. Recomendamos calurosamente una visita a este museo y garantizamos la sorpresa de encontrar piezas verdaderamente interesantes.