Raíces, psicodelia e industria
Una vez que se supo que Bajofondo volvía al ruedo discográfico con un nuevo título, el sucesor de Presente, lanzado en 2013, la industria que se mueve a escala planetaria movilizó todo su arsenal de recursos promocionales. Los medios, como suele ocurrir en estos casos, se aliaron con esta movida, animando el pulso de las expectativas en clave el disco más esperado. Las fechas de conciertos se multiplicaron y las salas se colmaron, como ocurrió a mediados de octubre con las dos funciones que el colectivo bajofondero dio en el Auditorio Nacional del Sodre. Un nuevo producto de la industria, Aura –tal es el título del nuevo fonograma– llegó para agitar los exotismos tan caros a ese estado de complacencia global con algunos discursos de la corrección, de la hibridación y las postales pintorescas de lo regional.
El disco es, como los anteriores, de factura impecable. El sonido, los arreglos para cuerdas, el ensamble de la banda liderada por el argentino Gustavo Santaolalla y el uruguayo Juan Campodónico (la completan los uruguayos Luciano Supervielle, Verónica Loza y Gabriel Casacuberta, y los argentinos Martín Ferrés, Javier Casalla y Adrián Sosa), el tratamiento de las ideas expresivas y formales, están en sus justos lugares. Suena, inequívocamente, como Bajofondo. Es, además, otro mojón en el proceso de transformación del lenguaje al que ha apostado este proyecto. Después de aquel primer disco, lanzado en 2002, Tango Club, que resultó de un trabajo de laboratorio, con una apuesta a negociar conexiones entre el tango, la milonga y los recursos de la electrónica, hasta el penúltimo, Presente, el colectivo se jugó a transformar el collage, las bases secuenciadas, los samples y loops en un sonido más orgánico, de banda. Un proceso de transformación que no sólo incidió en el tratamiento tímbrico, en la producción del sonido, sino también en el trabajo formal, lo que fue acompañado de un voluntario distanciamiento de los clichés y la etiqueta del tango electrónico y de otras manifestaciones englobadas como neotango.
La apuesta funcionó. El cambio fue evidente, sin ambigüedades, y con Aura alcanzó un punto culminante. Se liberaron del cliché de tener una larga lista de invitados; en Aura se escuchan las performances de dos invitados para dar quizás dos de las más interesantes composiciones del disco: la de la cuerda de tambores de Cuareim 1080 en la pieza ‘Solari Yacumenza’ y la banda mendocina Usted Señálemelo en la poderosa ‘A tiempo’. Como banda, ya se dijo, consolidaron un funcionamiento orgánico, efectivo, sólido, convincente.
A nivel compositivo siguen, sin embargo, con la idea de negociar conexiones, convivencias, acoplamientos entre giros, formas, timbres que tienen sus fuentes en el tango, la milonga, el vals, el candombe, la cueca, con una mirada contemporánea. La vieja y prolífica tensión entre modernidad y tradición, con el plan de que significantes nuevos asuman la representación de significantes antiguos, los que habitan en los imaginarios con fuertes anclajes locales, en este caso en el Río de la Plata, y se plieguen a esa experiencia fagocitadora de la cultura de lo global contemporánea.
De semejante plan pueden resultar ideas y lenguajes realmente potentes. No obstante, siempre está presente el riesgo de despojar ‒de despojar violentamente‒ toda la densidad simbólica que sostiene a los elementos desplazados, relocalizados, resignificados. Proceso que no siempre desemboca en el descubrimiento de nuevas y ricas posibilidades expresivas. La postal para turistas del dance floor, ávidos de exotismos, de esnobismo multicultural, es una de las perversiones de este estado de lo contemporáneo, donde la metrópolis montada en las oficinas de las transnacionales de la música disciplinan y pintan de correcto lo diferente (o, mejor dicho, la diferencia que es espesa, compleja, contradictoria, a veces poco amable, poco vistosa). Y, al final, el exotismo se convierte en un puesto de rarezas para el festival plástico de la hibridación de la world music: Cosas étnicas para el consumo esnob y la pintoresquización banal del otro.
Dicho esto, no queda más, al menos por ahora, que asumir una posible contradicción. Aura es el disco que madura una puesta musical en clave psicodélica, como sus propios artífices lo han definido. Sus piezas, la mayoría en plan instrumental, quizás no funcionen para el apetito de canciones pegadizas. Pero, eso sí, serán, como muchas piezas de los discos anteriores, no sólo para agitar el ambiente dance, sino también como fuente para musicalizar producciones audiovisuales, programas radiales, spots publicitarios; la capacidad de estas composiciones para articularse en creaciones multimediales es innegable. ¿Qué queda como música? Difícil es responder. Quizás no mucho más que un golpe de efecto; un producto de la industria realizado por músicos de notables virtudes, pero que, lamentablemente, se agota en la postal con aire de discurso político, pero con trasfondos ideológicos cuestionables, ajustados, demasiado ajustados, a los intereses de la industria.