Solsticio de invierno:
Octavio Paz
sol parado,
mundo errante.
Sol desterrado,
fijeza al rojo blanco.
La tierra blanca negra,
dormida,
sobre sí misma echada,
es una piedra caída.
Roland Schimmelpfenning es uno de los más exitosos dramaturgos alemanes del momento, pero su obra se ha representado muy poco en Uruguay. Junto con Antes/después, puesta en escena por Gabriel Calderón con cuarenta actores en el Teatro La Gaviota, esta es la segunda de sus obras que podemos ver, esta vez con la acertada dirección de Denevi.
En épocas en las que la obsecuencia de la izquierda europea con el islamismo radical ha generado el caldo de cultivo óptimo para el resurgimiento de una derecha neonazi que tiene la peor de las características de los últimos cincuenta años: ni se avergüenza ni se esconde, surge a plena luz con su carga de tinieblas y rayos, esta invocación a la noche más larga, al momento en que la oscuridad pierde su batalla con la luz y el sol comienza a brillar con fuerza, el solsticio de invierno, es una metáfora perfecta de lo que está por ocurrir, la batalla entre las fuerzas del bien y del mal, pero con una salvedad: ¿quién es la luz y quién la tiniebla? De eso, entre otras cosas, nos propone ocuparnos esta obra.
Porque una de las principales aristas de ese cristal facetado al que nos hacen asomarnos el autor y el director nos hace superponer diferentes planos de luz que generan una imagen de múltiples facetas, policromática y compleja, pero a la vez sencilla en su terrible sentido: ¿qué pasa si los malos no vienen con armas y el terror siguiéndolos como un aura sino amable y plácidamente, vestidos de corderos? ¿Cómo actuar entonces?
Denevi dialoga con este caleidoscopio mediante sus técnicas habituales. No existe una partícula de polvo, nota musical o rayo de luz que no tenga un sentido preciso en la puesta, así como la férrea dirección de actores y otras novedades, creadas para la obra. Por ejemplo, los elementos del dispositivo escénico son icónicos, con total prescindencia del elemento simbólico, pero los objetos que aparecen son los que menciona el texto, salvo excepciones. Un cuadro que domina todo el fondo de la escena es descrito como “óleo impresionista”, pero dista mucho de serlo, pese a que se niega que sea abstracto; tampoco es impresionista, sólo se lee, con insidia, el resto de la palabra “Odin” casi sugerida en la superficie matizada en tonos de gris.
Otro ejemplo: Till Silva lee el guion a la manera en que un director pasa la letra de una obra en el ensayo, pero ese código que se acepta rápidamente y se hace esencial incluye, como en una trampa, toda la existencia escénica del personaje María, la hija de Alberto (Antúnez, absolutamente magistral en su papel) y Betina (Ferreira).
La obra interpela al espectador, le exige alerta, los códigos se construyen y se destruyen con rapidez. Las palabras del narrador, a veces –como en la alquimia–, se deben interpretar literalmente, pero otras de manera inversa. Por ejemplo, en un momento en que la narración dice “pastillas verdes”, en escena hay cápsulas amarillas. El mensaje es claro: alerta, no se puede descansar en lo convencionalmente aceptado porque en esas convenciones se oculta el enemigo. En uno de los momentos más logrados de la puesta, Rudolph (Vázquez, también brillante en su papel) desde la penumbra del fondo (toda la obra transcurre en la tarde-noche de Navidad, la noche en la que el solsticio de invierno boreal marca el final de la debilidad solar y comienza la victoria de la luz, especialmente en los mitos germánicos invocados) se acerca como un anciano impecable en su terno y sobretodo clásicos, pero una vez a la puerta la luz que falla (la oscuridad en la que pasan cosas y que se resiste a dejar ganar a la luz) le permite entrar e invadir la Navidad familiar; pese a que fue invitado, no lo fue por los dueños de casa.
Daniel Viglietti cantaba a Circe Maia: “por detrás de mi voz –escucha, escucha–, otra voz canta”. El autor parece decirnos lo mismo con los múltiples niveles de la obra*. En el nivel de anécdota pasa de una escena familiar de Navidad con un amable abuelo interpretando Chopin al piano a una diatriba sobre el arte degenerado o sobre la amenaza nazi.
Hemos optado por hablar de la obra sin decir nada sobre lo que ocurre en escena, porque esta obra es urgente e imprescindible: hay que verla. Apenas hemos levantado una punta del velo que la cubre; no es nuestro deber ni tenemos derecho a más.
Una última cosa: si al salir lo hace cantando, como Luis Eduardo Aute, “presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga”, no es casualidad: estamos en el sur, el invierno se aproxima y the night is dark and full of terrors.
* No en vano en el programa de mano Denevi incluye una escena navideña con la bandera nazi en siniestro contraplano.
Dramaturgia: Roland Schimmelpfenning.
Dirección: Jorge Denevi.
Elenco: Pepe Vázquez, Ileana López, Valeria Ferreira, Till Silva, Gustavo Antúnez, Emilio Pigot.
Asistente de dirección: Renata Denevi.
Iluminación: Eduardo Guerrero.
Escenografía y vestuario: Felipe Maqueira.
Diseño gráfico: Juan Vázquez, Christian Menéndez.
Realización audiovisual: Luciana Pereyra.
Fotografía: Martín Pratto.
Producción: Moreno Producciones.
Prensa y difusión: Into Prod.