Hay discos que marcan una época y discos que quedan con las marcas de una época. El caso de Viaje sin retorno, segunda y última edición del histórico grupo uruguayo Delanuka, que fue lanzado por el sello Ayuí en 1992 y relanzado en formato cedé el año pasado, porta los signos de la segunda posibilidad –algo que también podría aplicarse al primer trabajo, lanzado en 1989, Montevideo mata–. Una obra valiosa para comprender algunas de las formas de “sonar” durante la transición entre los años ochenta y noventa en estas latitudes, cuando los caminos eléctricos y los más acústicos configuraban un mapa de caminos estilísticos más o menos “incierto”, entre las exploraciones filopunk –más cercanas al coqueteo con ciertos gestos de transgresión– pero que pronto se fueron diluyendo, y otros caminos más interesantes en lo creativo a nivel musical, como por ejemplo los de Fernando Cabrera y Jaime Roos, entre otros.
Esta reedición de Viaje sin retorno llega a tres décadas de la formación de esta suerte de supergrupo integrado por César Martínez, Coco Fernández –quien lamentablemente falleció en 2014–, Carlos Quintana, Guillermo Hill, Ricardo Gómez y Marcelo Taquini Núñez. Y el lanzamiento fue acompañado de una presentación en La Trastienda, realizada en setiembre.
Tanto este disco como el primero, Montevideo mata, se convirtieron en piezas raras en las bateas de fonogramas. Ahora, este material, que se presenta con el mismo orden que en la edición original, permite acercarse a los signos de una época que parece muy lejana –aunque solo en apariencia–. El uso de los recursos del estudio –como las cámaras de efectos, los criterios de mezcla y masterización–, así como los arreglos y formas de interpretación, portan esos signos, ensamblados por un toque de muy buena técnica, mucho swing para mixturar elementos del lenguaje rockero, la música progresiva, el jazz –especialmente en el trabajo con el material armónico–- y el candombe.
Muy recomendable es volver a escuchar ‘Cien metros llanos’, de César Martínez y Coco Fernández, que tiene la madera de hit radial de los ochenta, con una interpretación vocal que luce las dotes técnicas distintivas de César y una banda sonando con toda la garra. O los teclados envolventes en la intro de la versión de ‘Negro’, de Ruben Rada, que da paso a una descarga swingueada y jazzrockera de alto voltaje, con buenas ideas –incluso a pesar de cierto uso algo forzado del rap–. O el vuelo baladístico de ‘Viaje sin retorno’…
Se trata de un sonido de fusión eléctrica que devino marca local, pero que abreva en fuentes musicales muy disímiles a las del movimiento rockero que emergió con la llamada “primavera democrática”, y que se acercaba a las raíces de figuras como Roos, Eduardo Mateo y Hugo Fattoruso y al jazzrock de los setenta y ochenta.
Los procesos de crecimiento técnico y estilístico que ha tenido cada uno de los integrantes permite varias relecturas de Viaje sin retorno y, quizá lo más interesante, abre la especulación con el alto nivel que tendría este proyecto si el sexteto efectivamente retomara sistemáticamente la actividad.
En fin, otro rock local sería posible si se reescucharán otros proyectos del pasado no muy lejano.