Un viaje hacia las raíces
Fotos por Celeste Carnevale
Hay en la pintura de Daniel Ramos un algo telúrico que indica una dirección desde un pasado remoto hacia un futuro incierto. Es probable que el matiz, generalmente la base de su pintura, obre potentemente en la percepción de lo anterior. Se trata de un color terroso, una tierra siena rojiza, como teñida o amasada con sangre. Posiblemente se trate de una elección simbólica. En otros casos se trata de unos grises muy luminosos, pero siempre contenidos en una paleta más cercana a la cerámica indígena que a la pintura altamente cromática, legado de los modernistas europeos. El manejo del color, sin embargo, es complejo y de mucha riqueza, con una elección muy adecuada que indica mayor luminosidad, como los blancos y los amarillos.
El artista, oriundo de Tacuarembó, ha visitado más de una vez una zona del norte del Perú muy antigua, probablemente de origen anterior a la expansión inca en América. Sus pobladores nativos, que aún conservan el antiguo legado chancay, poseen una serie de lo que hoy llamaríamos ‘artefactos’ culturales, en forma de muñecos, con las vestimentas típicas. Algo muy profundo y chamánico se percibe en la pintura de Ramos, quien en muchas oportunidades toma como objeto de representación este tipo de cosas. Por lo demás, su tratamiento pictórico casi en clave metafísica –nos recuerda en algo a la pintura de Carlo Carrà o de Giorgio Morandi– establece un enlace plástico entre la disciplina de la pintura y la antropología. La serie de los objetos de la cultura chancay establece un puente entre el pasado y la modernidad desde la mística de sus formas. Desde esta concepción casi mágica de la obra de arte, Ramos inventa sus caballos, tratados en forma sintética y concreta, fuertemente volumétricos, que hacen referencia a este animal en tanto símbolo con una mezcla de arte infantil y primitivo. También presenta obras sin objetos referenciales, con formas a las que el observador debe calificar, dejando que la imaginación juegue desde la ambigüedad de aquellas. En otra ocasión dirige su mirada creativa hacia los libros, en clara alusión a la importancia de la cultura. Sin embargo, son libros que, dado su tratamiento como pintura, remiten a la idea de manuscritos, como si de manuscritos medievales se tratara.
Otras obras de Ramos son simbólicas en referencia a su pasión por los viajes: relata la historia de viejas valijas en un primer plano fotográficamente cortado, donde se percibe la incertidumbre de la aventura a través del propio sentido de la composición. El dominio técnico del óleo como materia expresiva es altamente contundente y sutil en el caso de las sombras, cuya resolución en muchos casos le otorga el toque metafísico que mencionamos. También podríamos citar cierta afiliación ‘surrealista’, donde la imagen que relata genera su coherencia desde lo plástico pero no desde la lógica de la visualidad formal. Sin embargo, Ramos muestra una obra altamente intuitiva, sin bocetos previos, en la que la aventura pictórica se resuelve en forma directa y espontánea. Esto le permite desligarse de la ortodoxia de las escuelas. Una obra muy bien montada en el luminoso espacio del hall del auditorio de la Facultad de Artes.