En el espacio Fundación Proa, en el barrio de La Boca, se aprecia una exposición altamente interesante de un artista chino contemporáneo. La muestra consta de instalaciones, pinturas murales, objetos, esculturas y fotografías. Este amplio abanico de disciplinas tiene, no obstante, un lugar común en la ideología del artista Ai Weiwei (l957). Para comprender esta ideología estética es necesario ir a las fuentes de su formación cultural y artística. Su padre, Ai Qing, fue colaborador de Mao Tse-Tung en la revolución cultural proletaria china que se extendií de 1966 a 1976. Afiliado al Partido Comunista, pasó a la etapa de la disidencia cuando, acusado de derechista por el régimen, fue exiliado y debió hacer trabajos forzados en una granja. Fue reivindicado en 1979, después de la muerte de Mao, mientras China se abría al mundo con su economía de mercado pero persistía la forma política de dictadura. Ai Weiwei nació en 1957 y a los veintidós años fundó el grupo Stars, que se enfrentó a la política estética oficial del Partido Comunista chino. Viajó a Estados Unidos, donde se ganó la vida como carpintero, niñero, fotógrafo y retratista callejero. Recibió la influencia de Marcel Duchamp y de Andy Warhol. Regresó a China cuatro años después de la masacre de Tiananmén. Participó en la 48ª Bienal de Venecia. En 2003 China implementó “el Gran Escudo Dorado”, un programa de censura y vigilancia de sitios de internet, que afecta a Twitter, Facebook y Google. Ai Weiwei abrió un blog con el que difunde su pensamiento y su obra. En enero de 2011 su nuevo estudio en Shanghái fue demolido bajo el cargo de “construcción ilegal”; el artista fue condenado a prisión domiciliaria. Poco después, arrestado 81 días en la clandestinidad, recibió un golpe en el cráneo que le ocasionó hemorragia cerebral, por lo que debió ser operado.
En 2015, tras numerosos arrestos y complots contra su obra y sus exhibiciones, fue galardonado por Amnistía Internacional. En 2017 realizó el documental Marea humana sobre el tema que siempre le preocupa, los refugiados, e inició su gira sudamericana, que comenzó en Argentina y continuará en Chile y Brasil. Hasta aquí, una muy escueta biografía de Ai Weiwei. Llegado a este punto, describiré la exhibición en líneas generales, no sin antes difundir su pensamiento estético, que es al mismo tiempo estético-político y estético-humanista. Sostiene, por ejemplo: “Sin libertad de expresión no hay mundo moderno, sólo uno barbárico”. “Todo es arte. Todo es política”. “La libertad se trata de nuestro derecho a cuestionarlo todo”. “Los ciudadanos deberían asumir la responsabilidad de pasar a la acción”. “El arte tiene que ver con la estética, con la moralidad, con nuestras creencias en la humanidad; sin esto, simplemente no hay arte”. “Ser un artista es más una mentalidad, un modo de ver las cosas; no tiene ya tanto que ver con producir algo”.
Ai Weiwei es un artista, pero también un activista por los derechos humanos, y toda su acción en el sentido del arte está dirigida por esta consideración de lo humano, en la que se encuentran en primera línea los principios de la libertad de expresión. Ha transformado las experiencias fruto de la presión que el régimen ha efectuado sobre él en contenidos para su obra. Es por ello que se puede ver un par de esposas en jade y madera de membrillo, dos elementos muy caros a la cultura china; o una cámara de seguridad llevada fielmente a una escultura en mármol; una serie de fotografías memorables, entre ellas el antes y el después de su estudio de Shanghái, demolido en 2011; una fotografía que muestra la secuencia de la caída deliberada de una urna de la dinastía Han. Este gesto de destrucción de obras culturales de la tradición es un recuerdo –dice el artista– de la destrucción en serie que inauguró la revolución cultural de la que fue testigo en su niñez. Con respecto a la tradición, es sumamente interesante escuchar las siguientes opiniones del artista: “La tradición es sólo un ready-made. Nos corresponde a nosotros hacer un nuevo gesto, utilizarla como referencia, más como punto de partida que como conclusión. Por supuesto, hay actitudes e interpretaciones muy diferentes sobre nuestro pasado y nuestros recuerdos de él. Y el nuestro nunca es completo, pero está roto. En China, pero también en mi práctica”.
Sus instalaciones Ley del viaje y Odisea son despliegues visuales escultóricos, apoyados con pinturas murales y videos de gran proyección emotiva con la temática de los exiliados, la guerra, la desolación, la violencia. Llama particularmente la atención su concepto de dibujo, que en Odisea se expresa en los muros de la sala (muy similar a la técnica del cómic, pero con características propias). El artista lo explica: “Tratamos de encontrar un lenguaje visual inspirado directamente en los dibujos encontrados en las primeras tallas griegas y egipcias, cerámicas y pinturas murales. Dentro de este contexto, integramos el nuevo conflicto con imágenes encontradas en las redes sociales e internet, así como fotografías tomadas por mí. Más allá de las imágenes también examinamos la literatura y las condiciones políticas de los diversos períodos. Tomó más de medio año terminar el dibujo que se relaciona con seis temas: la guerra, las ruinas resultantes de la guerra, el viaje emprendido por los refugiados, el cruce del mar, los campamentos de refugiados y las manifestaciones y protestas”.
Toda la filosofía de Ai Weiwei está reflejada en su mundo de formas, tan multiforme y variado, tan lábil y sugerente, que pone en cuestión el mismo concepto de arte –en caso de que haya algo parecido a ello– y, sobre todo, la dirección social que tiene esta actividad en un mundo que se presenta cada vez más caótico y donde la promesa del positivismo y las propias teorías económicas y políticas están continuamente contrarrestadas por la condición real del hombre. La instalación “semillas de girasol” es una sorprendente alfombra gris compuesta de réplicas en cerámica de semillas de girasol, pintadas a mano de un color monocromo, cuyo peso es de varias toneladas. Para ello Ai Weiwei contó con la colaboración de l.600 trabajadores, mayormente mujeres. Esta impresionante instalación es obra, por lo tanto, de humildes campesinos chinos, muchos de ellos ancianos.
El artista desea reivindicar los oficios como la carpintería y el trabajo en madera que también forma parte de una tradición artesanal que se enfrenta a la tecnología industrial masificante. Bajo este precepto trabaja en muebles y artefactos ensamblados sin clavos ni tornillos. Algunos de estos artefactos aluden a hechos trágicos, como la muerte de varios niños en un contenedor de basura mientras querían calentarse. Esta nervadura de afinidades, sensibilidades, sistemas de autodefensa y de ternuras empáticas hacia lo humano en su sencillez y autenticidad constituye el caudal emotivo de un artista que revierte el sufrimiento en pos de la dignidad.
Su obra traspasa las murallas de la censura y de la opresión, y, esperanzadora, se abre al mundo. El símbolo de la bicicleta colocado a la entrada del pabellón –cientos de cuadros y ruedas de bicicletas soldadas y sin pintar– indica la potencialidad del movimiento desde la maravillosa sencillez de la concepción de este vehículo, un símbolo posiblemente de “estar en el camino”. La muestra se titula, no por azar, Por siempre bicicletas. Aquí cabe hacer una aclaración: Forever, que significa “por siempre” en inglés, es una marca popular de bicicletas en China. Bajo este título el artista ha hecho varias exposiciones, lo que significa que el símbolo de la bicicleta persiste en su idea de presentar sus obras bajo un código personal que debe interpretarse a la luz de su experiencia y desde su cultura. Ai Weiwei sigue en camino, todavía con muchas cosas que decir.