El punto ciego
Por Agustín Paullier
Nynhã Aba. Corazón de indio, de Ângela Ferreira
La pérdida de la esencia
En la última edición de las jornadas de fotografía organizadas por el Centro de Fotografía, la curadora Verónica Cordeiro presentó a Ângela Ferreira e invitó a los presentes a mirar su libro que ahí se encontraba: “Hay guantes para los que quieran venir a verlo de cerca”, dijo. Mirada, tacto y distinción en una misma acción, una sinestesia involuntaria que es significativa a la hora de explicar los fotolibros y la exposición de la portuguesa en la galería a cielo abierto en la Ciudad Vieja.
El libro de Ferreira fue su tesis doctoral en comunicación visual y es el resultado de un proyecto de casi diez años en comunidades indígenas y caboclas (mestizos entre indios y blancos) en el nordeste de Brasil. Es un libro-objeto cuyo valor se encuentra no sólo en su contenido, sino también, y por sobre todo, en su forma. Semejante a una caja y a un álbum de recuerdos, contiene imágenes impresas e imágenes pegadas sobre otras, dibujos y líneas que decoran sus páginas intervenidas por los indígenas, distintos tipos de papel y láminas con dibujos, sobres cosidos a sus páginas que contienen fotografías, retratos tomados por la autora y otros que son documentos antiguos, recuerdos de familiares retratados en fotos pintadas a color. Se aspira a contar la historia de estas comunidades de manera poética, habilitando pasado y presente sin negar el lugar de extranjera de la autora, elaborando de manera conjunta un relato construido por una polifonía de voces y miradas. Es sin duda un libro que se puede disfrutar como un tesoro recién descubierto, una puerta a otro mundo.
La exposición consistió en imágenes del libro sobre una mesa, desde la visión cenital del lector, y un par de manos que pasan las páginas; lo que hoy en día se llama un book trailer, pero en imagen fija. Imágenes de imágenes, cuadros dentro de cuadros. La placentera experiencia de recorrer un libro con la yema de los dedos, sentir la textura de las páginas, hundir la nariz entre el encordado, se pierde al ser registrado en otra imagen: lo vivencial desaparece. Por eso la intención de pasar la experiencia a una exposición con imágenes en paneles colgados al aire libre es, al menos, privadora del carácter original del trabajo. El cambio de formato es demasiado literal, directo y simplificador.
Dos eminencias de la fotografía contemporánea y el pensamiento en torno a la imagen, Joan Fontcuberta y Martin Parr, sostienen que el ámbito propio de la fotografía es el libro y no la exposición. Y es en este pasaje en el que el trabajo de Ferreira pierde su esencia.
Al fotolibro se lo considera una obra en sí misma, integral y autónoma, independiente. Fuera de su formato original se convierte en otra cosa, otra obra, al igual que una imagen del libro no es el libro o un acto de una obra de teatro filmada no es la obra ni la misma experiencia que tuvo el espectador. En los fotolibros predominan el conjunto, la secuencia y el ritmo que imponen las imágenes y el diseño, que tiende a ser poético y no lineal, buscando tensión en el lector.
El libro de fotomontajes del checo Jindrich Styrsky, del que existen sólo diez ejemplares, fue rematado en Christie’s por 193.000 dólares, mientras que la maqueta de Sleeping by the Mississippi, del contemporáneo Alec Soth, está a la venta por 65.000 dólares. Se intenta crear una falsa unicidad y exclusividad como valor agregado a la creación y también al mercado. Esta parece ser la forma que encontraron los fotolibros para colarse en el mercado de arte, mediante la simulación, limitando su reproductibilidad.
El de Ferreira es presentado como un libro de artista, definido en oposición a un libro de edición de reproducción industrial. Se está ante la necesidad de explicitar que esto lo hizo un artista. El arte en estos tiempos parece necesitar decirse y justificarse ante sí mismo y ante el resto de la sociedad. En el mismo movimiento, se ha vuelto hacia la academia en busca de argumentos y teorías que expliquen su trabajo; preocupado por defender su ámbito, parece haber perdido autonomía.
“La artisticidad ya no subyace en el acto físico de la producción de imágenes, sino en la prescripción de los valores que puede acoger”, escribe Fontcuberta en su último libro, La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía. El arte se convierte en un gesto artístico que surge de una conciencia de autor, el libro como obra en sí misma prevalece ante el valor y la autoría de las imágenes: la noción de autor entra en crisis.