Fisura sónica
Por Alexander Laluz
MILES DAVIS, JOAQUÍN LAPETINA, RADIOHEAD
Viajes
Difícil es despejar la paja del grano de trigo en materia discográfica. Tanta producción oculta algunas buenas realizaciones que, como suele suceder, están silenciadas de la difusión masiva. Lo que sigue son apenas tres ejemplos; un breve menú de músicas para melómanos inteligentes.
Time, no changes
Hacia fines de octubre llegó a las disquerías el quinto volumen de la valiosa colección de cajas de discos The Bootleg Series, dedicada a la obra inoxidable de Miles Davis. Se trata en este caso de Freedom Jazz Dance – The Bootleg Series Vol. 5, que contiene los preciados registros que Davis realizó hace medio siglo (entre 1966 y 1968) para el sello Columbia con su segundo gran quinteto y con otro legendario, el productor Teo Macero. La caja contiene tres discos con grabaciones originales para los discos Miles Smiles (1967), Nefertiti (1968) y Water Babies (editado en 1976 pero grabado en 1967); tomas alternativas, conversaciones, el registro de Miles tocando el piano y componiendo en su casa junto a Shorter. Un botín.
El personal que Davis convocó en esa época reforzó y renovó sus búsquedas: Davis, como siempre, en trompeta, Wayne Shorter en saxo, Herbie Hancock en piano, Ron Carter en bajo y Tony Williams en batería. Esta formación se convirtió a la postre en una de las más influyentes en la historia del jazz, capitalizando las exploraciones del quinteto anterior en el que figuraban John Coltrane (saxo), Red Garland (piano), Paul Chambers (contrabajo) y Philly Joe Jones (batería).
El primer trabajo que hizo con este quinteto fue el legendario ESP, de 1965, también editado por Columbia, pero que no está incluido en esta edición documentada. Con aquel disco, este grupo adoptó una técnica de interpretación, improvisación y composición que Davis llamaba “times, no changes”, una suerte de profundización del trabajo iniciado durante la concepción y grabación de Kind of Blue, de 1959. Esta técnica es (sólo en apariencia) muy simple: cada pieza tenía una estructura temática, con sus tempos, metro, líneas melódicas y soporte armónico, pero, tras su exposición, la improvisación se hacía sobre un tempo fijo y sin una secuencia armónica prefijada. Un desafío a la capacidad de crear y de explotar los recursos del ensamble; una jugada a exprimir todo el potencial a los colores armónicos, a la inventiva melódica, al tratamiento rítmico y métrico.
Y vaya resultados que dio. Davis le sacó todo el jugo posible a un grupo de músicos que en esa época ya emergía como muy prometedor en la escena jazzística, y que se gozaba con la libertad para explorar y la energía de sus jóvenes años (el más veterano era Shorter, que en 1965, cuando grabaron el ESP, tenía 31, los otros eran más chicos: le seguía Carter con 27, Hancock con 25 y Williams con 19).
Este Freedom Jazz Dance – The Bootleg Series Vol. 5 es, al igual que los volúmenes anteriores, una caja indispensable para componer una fase fundamental del jazz en los años sesenta, previo al salto eléctrico de Davis. Una música de notable creatividad, que todavía sigue sonando innovadora en tiempos de corrección política y posmodernismo bienpensante. La calidad del sonido es, además, impecable. Un equipo comandado por Steve Berkowitz, ganador de varios Grammy, Michael Cuscuna, Richard Seidel y Mark Wilder trabajó con las cintas analógicas originales, tanto con los rollos con las tomas de sonido como con los masters, y logró un resultado de alto nivel que permite apreciar cada detalle de las texturas, de las conversaciones entre los músicos, de las respiraciones. Y los textos del librillo, a cargo de otro especialista, Ashley Kahn, autor del libro Kind of Blue: The Making of the Miles Davis Masterpiece, completan un combo ideal para coleccionistas y melómanos.
Y volvió a hacerlo
La primera escucha ya da una pista interesante: es posible rockear a la uruguaya, sin curtir las obvias referencias al género; dicho de otra forma: rockear sin convertir al rock en bandera (como para agitar en estadios). Buenas ideas formales, bien tocado, arreglos inteligentes, que funcionan muy bien con la garra expresiva que tiene la voz de Lapetina. A diferencia de Tiempo lento, en este nuevo trabajo cualquier cazador de hits tiene varios títulos como para “sacarse las ganas”: ‘El principio’, ‘Sin saber’, ‘Peces’.
Y si el escucha anda buscando algo fuera de lo “normal”, hay otras opciones: ‘Perdidos en Bulevar’, ‘A cada paso’, ‘Primavera’ que bien podría competir en la lista de hits, o la notable ‘Se abriga tanto’, con la participación vocal de Ney Peraza.
Lapetina es uno de esos secretos creativos al que hay que prestarle mucha atención.
Viaje
Los liderados por Thom Yorke se despacharon con un repertorio de canciones conocidas por sus seguidores, pero con un original planteo en la producción y en los arreglos orquestales, que llevan la firma del guitarrista y compositor Jonny Greenwood, con el que juegan con densidades tímbricas contrastantes, texturas diáfanas, líneas melódicas que imantan la escucha y motorizan el trabajo evocativo.
A Moon Shaped Pool es, a la vez, una suerte de síntesis de lenguajes propios de Radiohead. Un nudo de ideas que se vislumbraban en Kid A, en In rainbows o en el excelente OK Computer. Ideas, buenas ideas, volcadas a la experimentación tímbrica, y un intenso trabajo con lo expresivo. Un viaje.
Poca cosa se rescata de la vidriera más llamativa del rock y del pop. Pero los ya no tan chicos británicos siguen demostrando que hay materia prima para rato en este territorio musical.