Columna El punto ciego
La alquimia del tiempo
Cuenta la leyenda que el mago Merlín utilizaba cuernos de unicornio para perforar las cámaras oscuras y así captar figuras luminosas. En el siglo IV la hechicera Fata Morgana, hermana política del rey Arturo, celosa de los descubrimientos de Merlín, logró robarle uno de sus secretos: para que la cámara funcionara, el orificio debía ser perforado con un cuerno de unicornio (incluso se ha atribuido la extinción de los unicornios al éxito que tuvieron las cámaras oscuras). La fotografía siempre ha estado asociada a propiedades fantásticas, al misterio y a la alquimia. Después de todo, la máxima aspiración que una imagen puede tener es la de hechizar y encantar a quien la observa.
Cuando Rodrigo Abd llegó a Afganistán en 2006 como parte del equipo de fotógrafos de la agencia Associated Press (AP), encontró a los fotógrafos callejeros de Kabul que tomaban imágenes con cámaras instantáneas de madera que datan de fines del siglo XIX. Decidió aprender el oficio; compró una de estas cámaras y comenzó a tomar retratos de trabajadores en busca de un empleo durante la reconstrucción de un país diezmado por la guerra.
A pesar de que Abd no se define como un gran fotógrafo, ni siquiera como uno bueno, el resultado de ese trabajo es una serie de retratos que cautivan por su artesanía, por la entrega y por el manejo de la luz. Admite, sí, que tiene la capacidad de identificar historias, investigar, interesarse y empatizar con quienes son parte de sus imágenes, algo que no lograba con su cámara digital. Con una cámara de cajón, no muy distinta de la que utilizaba el mago Merlín, logró una conexión especial con otras personas, encontró su cuerno de unicornio que le permitió transmutar el tiempo.
A Leonardo da Vinci se le atribuye la invención de la cámara oscura. Fue quien le dio una utilidad práctica al profundizar en el estudio y el comportamiento de la visión, y en la perspectiva geométrica, para aplicarlos a su pintura. También fue responsable de agregarle un lente a la caja de madera para lograr mayor nitidez en la imagen reproducida.
Abd explica cómo funciona su cámara de cajón: “Es una cámara en su totalidad de madera, bastante pesada, que utiliza un trípode rígido también de madera. Cuando uno encuadra, debe ir para adelante o para atrás con todo el armatoste, moviendo las patas con cuidado porque en cualquier momento se resbalan o te equivocás, y todo se va para el piso, todo: también los químicos que van dentro de la cámara. Esta es un cajón cerrado que no permite que entre la luz, ya que funciona al mismo tiempo como cuarto oscuro. Todo comienza con encuadrar y enfocar al retratado. El enfoque se hace con una varilla que adelanta o retrasa el chasis dependiendo de dónde uno quiere el foco, que se comprueba mirando a través de un vidrio esmerilado. Cuando ya decidiste dónde enfocar, ‘clavás’ el foco con un broche en la varilla. El disparador es tu propia mano: para exponer hay que sacar la tapa del lente y colocarla de vuelta en cuestión de segundos. Expuesto el papel, se revela dentro de la cámara. Hay un tubito en la tapa de la cámara para mirar dentro y ver cómo se revela, pero es muy complicado. Si uno no pega bien el ojo, entra la luz y se vela la foto. Aunque ese defecto tampoco está mal”. El negativo de las fotografías es en papel de seis por cuatro centímetros, que es positivado al poner el negativo sobre otro papel fotosensible y proyectar luz sobre ellos.
Las manchas de pintura sobre la camisa de Abdul Hamil revelan que se trata de un pintor; el blanco cubre toda la parte inferior y se va desgranando en salpicaduras que, a su vez, se mezclan con las rayas y puntos de suciedad propios del papel fotográfico al ser revelado. Junto al leve desenfoque que tienen gran parte de las fotografías y al movimiento de alguno de los personajes retratados durante largas exposiciones –de hasta varios minutos, que permiten un encuentro contemplativo–, le aportan la marca de lo artesanal de la práctica. El cálculo de la exposición es aproximado, ensayo y error; y a esperar a que, en el juego con lo incierto, la suerte y la estética estén del lado del creador. Todos los retratos fueron tomados con una tela negra como fondo; las imágenes oscilan entre contrastados blancos y negros, destellos de luz y profundas sombras.
El Psyco posa calmo, con el temple de un guerrero maorí, de rasgos reptilianos, con su piel dura, cubierta de dibujos, tatuajes; se encuentra recluido en la cárcel de Chimaltenango, en Guatemala, y es parte de la Mara 18, una de las pandillas formadas por jóvenes deportados desde Estados Unidos. El Intruso es abrazado por una luz que cae sobre el rosario blanco que pende de su cuello, sumido en la oscuridad, con un gesto que se debate entre la clemencia, la resignación y el miedo. En las antípodas, una participante del concurso Rabin Ajaw (hija del rey) para ser elegida como reina maya, con una belleza prístina, una tela que cubre su pecho y un collar como adornos para una reina cuyos atributos deben incluir su capacidad como líder social y valores morales.
La exposición que se pudo ver en la sede del Centro de Fotografía contaba con una suerte de anexo: en una sala contigua se mostraron una serie de fotografías de estilo periodístico y un breve documental. Las imágenes muestran el lado crudo de los eventos que presenció Abd en Siria, Afganistán, Haití, Guatemala, Perú y Argentina; muchos cadáveres entre guerras, conflictos viejos y nuevos, huesos que fueron cuerpos y escombros que fueron ciudades. Son muestra de cómo, mientras realizaba su labor para la agencia, cargaba con su cámara de madera tomando retratos para lograr una mirada más personal sobre la misma situación que registraba en otra sintonía; otra forma de contar la misma historia.
Los retratados son hombres que cortan caña –algunos junto a sus hijos–, payasos que alegran la espera en los semáforos, convictos, albañiles, reinas indígenas y mujeres con familiares desaparecidos por la dictadura. En todos se está ante una entrega y una resistencia.
Los potentes retratos, realizados con un método y práctica antiguos, le permitieron a Rodrigo Abd empatizar con los retratados, realizar un trabajo documental que aun en su tradición resulta renovador, y encontrar la piedra filosofal de la fotografía.
La cámara afgana
Autor: Rodrigo Abd