La Gala V del Ballet Nacional Sodre (BNS) fue una buena oportunidad para ver el amplio registro del elenco estatal, que interpretó tres obras bien distintas: Paquita, una pieza de ballet clásico; Petite mort, una joyita coreográfica del director checo Jiří Kylián; y Gracias, una acertada producción de la coreógrafa uruguaya Graciela Figueroa.
Si bien Paquita propicia el lucimiento del plantel masculino (porque abre con 16 varones en escena), los bailarines no estuvieron todo lo coordinados que la pieza exigía, y sus movimientos no fueron lo suficientemente fluidos para dar al conjunto la armonía esperada. De todas formas, las bailarinas (mucho más homogéneas en su desempeño) estuvieron impecables y toda la puesta en escena, con cuidado vestuario y escenografía, resultó del agrado del público, que aplaudió fervorosamente. Hay que destacar el buen desempeño de las bailarinas que ejecutaron las cuatro variaciones: Laura Boltri, la solista Ariele Gomes, Paula Penachio y Nina Queiroz. También de la pareja principal integrada por los bailarines invitados Zhang Yao, primer bailarín del Ballet Nacional de China, y Fang Mengying, corifeo del Ballet Nacional de China.
Fue en Petite mort, exquisita pieza de corte contemporáneo, que realmente se lució todo el elenco y se reivindicaron los varones. La obra comienza con seis hombres en escena que dominan y blanden en el aire sus floretes (una de las tres armas de esgrima). Para hablar del amor y de la petite mort (paráfrasis de orgasmo en francés y árabe) Kílian se vale de ingeniosos recursos, como un telón negro que por momentos cubre todo el proscenio o los aparatosos vestidos (estilo corte del Rey Sol, barrocos y negros), que parecen tener vida propia y desplazarse como hieráticas esculturas. Tal como se menciona en una crítica de The New York Times, en esta obra “los hombres tienen sus armas y las mujeres sus armaduras”. Pero lo que se destaca en la obra son los dúos. Las parejas estuvieron a la altura de los desafíos impuestos por la coreografía y supieron llenar de sentimiento sus ejecuciones. Particularmente notables fueron los desempeños de Nina Queiroz y el solista Guillermo González, así como de la solista Nicolaza Manso y el primer bailarín Gustavo Carvalho.
Un artículo publicado en al página web del Australian Ballet da cuenta de que en los siglos XVIII y XIX el término petite mort era utilizado para referir a la pérdida temporal y breve de la conciencia (esa que habitualmente padecían las mujeres en forma de desmayos o mareos, a veces provocados por un apretado corsé). También se menciona que en el Medioevo persistía la idea de que mucho sexo hacía mal a la salud, ya que drenaba la fuerza vital de los cuerpos, una idea que se mantuvo incluso en el Renacimiento y después. El término se alineó a esa creencia médica, de tal modo que un orgasmo era considerado una pequeña muerte. Pensadores más modernos consideraron que la petite mort iba más allá del mero acto físico y consistía en una liberación espiritual devenida junto al clímax sexual. Esa suerte de desorden de los sentidos que hace que uno se pierda a sí mismo y que los científicos asocian a la liberación de oxitocina del cerebro. Otros pensadores han dicho que eso puede ocurrir de diversas maneras, incluso leyendo un buen libro, por ejemplo.
De todo eso trata Petite mort, del genial coreógrafo checo que supo estar durante más de veinte años frente al Nederlands Dans Theatre (un laboratorio por el que desfilaron los coreógrafos más prestigiosos del planeta, que rompieron los moldes del ballet clásico en los años cincuenta) y convertirlo en un elenco de nivel internacional.
Entre las muchas cosas que hay que destacar de la gestión de Julio Bocca al frente del BNS, una nada menor es la buena elección de obras de reconocidos coreógrafos contemporáneos, como las de Vicente Nebrada, las de William Forsythe, Nacho Duato y Boris Eifman, a las que ahora se suma esta notable creación de Kílian.
Finalmente, Gracias, de la maestra y coreógrafa Graciela Figueroa, es una suerte de sentido homenaje a la danza en el que prevalecen los aspectos lúdicos del baile, la libertad de movimiento y el goce del elenco que se hace evidente en todo momento: en pasajes colectivos en los que la danza adquiere un carácter tribal, en los momentos más líricos, cuando se torna más neoclásica, en las figuras más contemporáneas e incluso en algunas irrupciones bastante surrealistas. En todos los casos da gusto ver al elenco estatal bailar de manera completamente libre y desestructurada, pero sin perder por ello la calidad de las ejecuciones.
Los personajes orquestados por Figueroa: son mayores, mujeres, hombres, jóvenes, niñas, niños, angs, agus, cordis y petates. La presentación de unos se sucede a las de los otros, de tal modo que los mayores representan la sabiduría, mientras que hombres y mujeres serían la conciencia y la libertad, los jóvenes los optimistas y los niños la pureza. También hay ángeles, corderos (como símbolos de paz), agujeros negros (que nos desafían) y petates (rufianes que nos provocan y nos tiran para abajo). De todo esto nos enteramos en el encuentro con el público que tiene lugar una hora antes de la función, ocasión en la que la periodista Rosario Castellanos brinda herramientas para apreciar mejor las obras.
La propuesta incluye gritos, golpes y distintas formas de seguir el ritmo. Por cierto, el ritmo, la energía y la fluidez de la coreografía son notables. El canto puede decir ahá, o la la la la la la la, gracias o cha cha cha cha cha. La obra, que no tiene una narrativa, gana cuando la coreógrafa se aleja un poco del caos y los pasajes se organizan en solos (hay algunos notables de las primeras bailarinas Giovanna Martinatto y Vanessa Fleita y del solista Ismael Arias), dúos y potentes cuadros en los que participa todo el elenco. También cuando los personajes se dibujan de manera más sutil. Y pierde cuando se tornan demasiado evidentes como en el caso de los corderos.
Hay que destacar el trabajo de equipo: Figueroa reunió un grupo de colaboradores entre los que figuran las docentes, coreógrafas y bailarinas Daniella Pássaro y Valentina Bidart, la escenógrafa y vestuarista Paula Villalba y el compositor Rodolfo Vidal. También la buena elección de la música (de Johann Sebastian Bach, Luciano Supervielle, Jorge Drexler, Ramiro de la Zerda y Vidal, entre otros).
Figueroa es directora del Espacio de Desarollo Armónico-Río Abierto Uruguay, presidenta de la Fundación por la Paz que lleva su nombre y una de las máximas representantes del movimiento de danza independiente de Uruguay. El mayor acierto de esta “Maestra de todos los tiempos de la danza” (una distinción que le han otorgado) en esta producción fue ser completamente fiel a su estilo (a sus colores, su energía y su manera de ser imprevisible) y lograr la empatía de los bailarines para sacar a relucir una nueva versión de ellos mismos.
Ballet Nacional Sodre.
Dirección artística: Julio Bocca.
Gala V: Paquita, de Luis Origoza; Petite mort, de Jiří Kylián; Gracias, de Graciela Figueroa.
Auditorio Nacional Adela Reta.