Por Daniel Tomasini.
Gladys Afamado es la artista y es la mujer. La artista es la mujer y la mujer es la artista. Esta tautología se resuelve por medio de su incansable gesto creativo. A los noventa años, Afamado sigue creando, investigando lenguajes, reelaborando ideas del pasado con nueva tecnología. Esta exposición del Museo Nacional de Artes Visuales es una retrospectiva que muestra sólo una parte de su producción.
María Eugenia Grau, su curadora, ha organizado la muestra en bloques que responden a una etapa de la vida artística de Afamado: los grabados, las “máquinas”, las cajas, los criptolitos, los libros. No obstante, es posible detectar la gran presencia del lenguaje del grabado y del collage en esta trayectoria. El grabado investigado en los lejanos días del Club de Grabado, donde el dibujo alcanza sus más mordaces vertientes con sus “máquinas”, las cajas de ensamblaje (un concepto de collage en el espacio), las imágenes antiguas con su puesta a punto a partir de la estética moderna, sus criptolitos (pinturas en piedra), sus recuerdos, sus fotografías, sus hilos, sus encajes. Todo ello se refiere siempre a lo humano, visto con su mirada de artista-mujer y desde su fina sensibilidad.
Todo este repertorio contiene citas ineludibles, infalibles, descarnadas desde la artista como tal y como mujer a través del velo de la forma artística. Gladys Afamado se cita a sí misma, se implica y se compromete en una mirada retrospectiva que es introspectiva y que encuentra, en cierta etapa, un correlato crítico hacia el contexto de terror que generó la dictadura que asoló a Uruguay por más de una década. Su genio creativo se dispara en sutiles y potentes diatribas plásticas, en clave irónica con sus “máquinas”, que aluden a la represión de aquella época. Su talento de fina escritora y poetisa se filtra en su obra plástica. Esta inclinación literaria genera obras de una gran sutileza de expresión, mediante el inteligente uso de la metáfora plástica y –en otros casos– con el necesario aditamento de textos y de citas. Debemos detenernos en sus etapas, a efectos de comprender sus procesos creativos.
Afamado integró el Club de Grabado desde 1959. Su técnica de grabado en linóleo ha alcanzado la maestría técnica y como propuesta estética. Con estas obras ha recogido premios y reconocimiento nacional e internacional. Su dibujo está consolidado como lenguaje propio y, en su caso, propositivo. El tema de la mujer, de lo femenino o del género –como quiera llamarse– ocupa prácticamente toda su obra. Una mirada femenina y a menudo infantil se posa delicadamente en sus soportes cuando comienza a generar el fenómeno plástico que dará origen a la obra de arte. Afamado se integró a la producción del Club de Grabado hacia 1964 e intervino en múltiples actividades de este. La ruptura democrática, que trajo aparejada la abolición de los derechos civiles, la encontró en una fase crítica que se canalizó, entre otras cosas, en su serie de “máquinas”, sumamente ingeniosas y sobre todo elocuentes de un momento crítico para el país. Con su técnica de grabado en linóleo, la artista inventó su ‘máquina para decir no’, su ‘máquina para hacer llover’, su ‘máquina para aguantar’, su ‘máquina para pensar con la televisión encendida’, su ‘máquina inflable para hacer cigarrillos de alcohol’, su ‘máquina para envolver prohibiciones’. Como hemos dicho, su referencia a la mujer es la constante en la obra de Afamado, sin perjuicio de que también aparecen, en mucho menor medida, imágenes masculinas. Su opción estética incluye referencias a obras maestras universales, como la ‘Maja desnuda’, de Goya (que revisita con sutil ironía), hasta estudios realizados a lápiz en sus primeras épocas y hoy digitalizados por la artista.
El rostro femenino, en diversas fases expresivas, es también una constante en la obra de Afamado, quien desde la modernidad y considerando el –por así decirlo– terminante lenguaje que le ofrece el grabado monocromo –en el sentido del contraste que permiten las tintas– incluye vestimentas femeninas de otras épocas, con cierto aire romántico, y esta nostalgia se propone como una forma de lirismo plástico altamente sugerente. No olvidemos que la artista es también una gran poetisa, que necesariamente abreva en muchas fuentes literarias y poéticas del pasado. Esta mirada retrospectiva es traída al presente continuamente, haciendo de este modo que el pasado se vuelva presente. Como en el arte nada es imposible, Afamado recorre sus memorias, desde la niñez, donde encontraba formas que su imaginación reconstruía en formas plásticas, y reagrupa los contenidos. Estos contenidos están presentes en toda su obra, y su lenguaje plástico, que a menudo surge del grabado o bien de los collages, tanto en el plano como en el espacio, conduce al mismo concepto artístico de contraste y de fragmentación autorreunificante, y –¿por qué no?– esperanzador. Es de hacer notar que Afamado cuenta con gran experiencia en la fabricación de papel artesanal. Este conocimiento le permite indagar las resistencias y las posibilidades del material no sólo en sus grabados sino en sus gofrados, es decir, en sus papeles con volumen. Encontramos en su obra cierta reminiscencia de los pintores de íconos, sobre todo por el protagonismo de sus figuras, por su composición y por su conformación como imagen.
El lenguaje del grabado exige, del mismo modo que a los artistas medievales, gran sentido de lo esencial. Pero, además, se deduce cierto trasfondo místico al considerar estas figuras como íconos, cuyo significado va más allá del signo. Por lo tanto, cuando Afamado representa una mujer, es por medio de su concepto técnico-estético que representa a la mujer. Cuando representa a una mujer dolorida, nos presenta sobre todo el dolor. Su capacidad artística –de la que esta muestra de sesenta piezas recoge cincuenta años de experiencia– delata asimismo su capacidad de manejo y de concentración del lenguaje que, sin eludir el detalle, lo representa con los medios más económicos y eficaces, y, por lo tanto, en el máximo sentido de la expresión. Esta capacidad de síntesis se observa en la maestría de su trazo, sobre el que se erige toda su obra. Cuando pinta sus piedras también encuentra –a veces con la sugerencia del propio soporte– un trazo exquisito y perfectamente adecuado a la expresión que busca, a una autoexpresión que constituye una verdadera cita sin fin.