Por Eldys Baratute.
He llegado a Tuyo siempre sin haberme leído los libros anteriores de Sebastián Pedrozo, un autor que ha dedicado gran parte de su obra a la creación para niños, adolescentes y jóvenes. Esa literatura que, si es buena, se disfruta por lectores de todas las edades. Es Sebastián un autor que no sólo ha sabido conquistar a la familia, sino a los críticos, lectores especializados, editores y mediadores de lectura, de ahí que su obra haya sido reconocida no sólo en Uruguay.

Tuyo siempre llega a mis manos gracias a la cortesía de la Editorial Club, y confieso que me atrae el trabajo de este sello, tanto por el diseño, como por la propuesta textos digamos más personales, con una visceralidad dolorosa a veces. Libros que quizás no aparezcan en los grandes circuitos de venta, o que no generen excesivos ingresos, pero que, al menos en los que he leído, se respira una apuesta por la buena literatura.
Seis textos principales conforman el cuaderno, digo textos y no cuentos, o relatos, o historias, o poemas, o testimonios, o ensayos. Utilizo la palabra textos porque me ayuda a nombrar este collage que Pedrozo construye: especie de galería con fotos sobre personajes nostálgicos, que se han dejado arrastrar por sus pérdidas, personajes que todo el tiempo están tratando de llegar a la orilla pero esa orilla, cada vez se les aleja más.
Una mujer que sirve de escudo para defender a sus hijas, un adolescente al que le roban los encuentros con su hermano, otro que se refugia en el sexo para olvidar, otro que refleja dentro de sí el mundo exterior. Otro, otro, otro… Hay mucho dentro de esos hombres que van dando saltos de una historia a otra en Tuyo siempre, como si no se conformaran con quedarse dentro del marco en que Sebastián los encierra y se escapan hacia el siguiente texto.
¿Cuentinovela? No sé si es una cuentinovela, por más que se respire un contexto similar (a medio camino entre lo rural y lo urbano), sobre todo en los tres primeros textos. Por más que los tres mantengan el mismo tono, el mismo espíritu, la misma comunión y a ratos creo que hasta el mismo narrador (en este caso me refiero más bien a la misma persona), no llega a ser una cuentinovela.
Por cierto y aquí hago un paréntesis: es hermosa la forma en la que Sebastián cuenta. Su delicadez. El tiempo que le dedica a detalles casi imperceptibles por otros, detalles no determinantes en la cadena de acciones, pero que definitivamente aportan belleza, lirismo y convierten un texto, cualquier texto, en literatura.
Promediaba el cigarro cuando el pino más grande del predio, que se veía más allá del techo, se movió hacia los costados, como borracho. La madera crujió. El viento había cambiado repentinamente. Juana caminó hacia el jardín y miró hacia arriba. Una piña enorme cayó sobre el pasto y rodó hasta la arena que daba a la calle. Justo hasta un montículo de arena mezclada con tierra. Ella sabía qué había ahí debajo. Tenía que cambiar de lugar. Ya lo había pensado muchas veces, nunca encontraba el momento oportuno.
Este es uno de esos ejemplos en los que el uso de los recursos literarios convierte la clásica historia de violencia en buena literatura.
Es, exactamente, este cuento el que le da título al libro, la pieza mejor lograda del conjunto. Hay mucho dato escondido que no llega a revelarse, mucho pasado queda oculto debajo del temor de esta mujer que huye, huye, huye… pero la desgracia siempre la alcanza. Una desgracia con cuerpo de hombre y sudor de hombre y sexo de hombre y noches de lujuria con ese hombre. Juana quiere escapar, por el bien de sus hijas, pero su pasado no la deja. Esto que quizás cualquier otro pudiera resumir en pocas líneas, Sebastián Pedrozo lo convierte en una historia llena de atmósferas, de momentos de tensión, también de culpas. Y logra que los lectores compartan el orgullo de esa mujer que prefiere el café nigeriano aunque sea un lujo casi imposible de darse.
“Malas tierras” es otro texto que destaca por la estructura y por la persistencia de un narrador que va evolucionando física y psicológicamente de un apartado a otro. Y aunque su voz sigue siendo la misma, su esencia se transforma a la lo largo de la trama.
Si algo debo señalarle a Tuyo siempre es que por momentos este collage se hace demasiado heterogéneo y pareciese que algunas de sus piezas no articulan con las otras. Algo que sucede sobre todo con los tres últimos textos del libro. Todos tienen valores formales y estilísticos, pero que distan del tono, el ambiente y el espíritu de los tres primeros. Incluso esas tres últimos tampoco dialogan entre sí.
“Diamantina” está lleno de misterio, de mística, de magia garciamarquiana, pero no cierra como texto independiente ni dialoga con el resto del conjunto, más allá de la persistencia de la Bruja como un ente que levita en todo el cuaderno. “Órganos internos” es un hermoso poema sobre otro poema, algo que además le da otra dimensión al texto. Y que recomiendo a Sebastián publicar en algún poemario y aunque en el cuento “Avalancha” también se respira angustia, desasosiego, temor, el contexto e incluso la forma más directa de narrar, lo alejan del resto del conjunto.
Tuyo siempre, en definitiva, es un libro para disfrutar. Sebastián Pedrozo se luce y demuestra que un escritor lo es, no importa si escribe para toda la familia o sólo para los adultos. Que la emoción y la palabra son dos de las herramientas más certeras para enamorar a los lectores. Y que sus historias (a manera de collage) pueden ser también de tuyas, suyas, nuestras….