Por Soledad Gago.

Su formación es teatral, pero todo la fue llevando hacia las artes visuales. Nació en Juan Lacaze, Colonia, y ha vivido siempre en movimiento: en distintas ciudades, en distintos países. Su obra tiene como foco el tiempo e intenta poner en un lugar central a la mujer.
Si tiene que decir un momento, cuándo empezó todo, Carla Espinosa, artista, dice una y otra vez la misma frase: “En mi casa. Mis padres me educaron para el arte”. Entonces se le vienen a la cabeza imágenes como esta: es de noche, todos se fueron a dormir, pero su madre sigue trabajando. Es peluquera y además hace ropa, tiene sus propios clientes y un rincón en su casa, una especie de hall desde el que se ve la cocina, donde está su máquina de coser. Todos duermen menos ellas, la mujer que cose y Carla, una de sus hijas, que la acompaña, que la mira trabajar. Su madre insiste en que vaya a dormir, pero ella se queda.
También habla de su padre. Menciona que era un hombre que leía muchos libros, un intelectual. Y repite: “A mí me educaron para el arte. Yo no conocía otra cosa, ¿entendés? Yo iba a ballet, a un instituto de música, a declamación, después hice un taller de dibujo y de pintura. A mí me interesaba, pero mis padres fueron los que proyectaron en mí a una artista”.
Como si todo eso, esa familia, ese hogar, hubiesen forjado en ella un único destino posible, Carla Espinosa dice que nunca hubo otra opción. Todos aquellos recuerdos, aquellas imágenes, aquella infancia, tienen que ver con lo que vino después, con el camino, con las obras, con las exposiciones y con las temáticas que ha elegido hacer, que ha mostrado.

Nació en Juan Lacaze, en el departamento de Colonia, pero ella cree que el hogar está donde una decide que esté. Cuando vivió en Montevideo, era allí. Cuando lo hizo en Playa Hermosa, también, incluso cuando estuvo en Italia, o ahora, que vive en Colonia del Sacramento. No siente nostalgia de su ciudad de origen, no tiene arraigo.
A los 18 años empezó a viajar a Montevideo para estudiar teatro. A los 22 se mudó y se quedó a vivir en la capital. En ese tiempo empezó a trabajar en la Dirección Nacional de Identificación Civil, lo pasaba bien, pero lo que más le importaba era salir, correr, llegar a tiempo a las clases de Carlos Aguilera o de Omar Varela, sus dos maestros.
Su formación principal es teatral. Fue el teatro el que le abrió otros mundos, otras posibilidades. Porque en 1992 el grupo al que pertenecía recibió una invitación a participar de un festival de teatro popular en Chile, y allí tuvieron un taller para trabajar con máscaras de papel. Les enseñaron a manejar el material, las técnicas, cómo moldearlo, cómo endurecerlo. Se quedó en ese país por dos años. Tal vez no lo sabía, tal vez no podía saberlo, pero algo de todo ese conocimiento quedaría en ella como un presagio.

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Es un jueves a fines de enero. En Montevideo el calor es sofocante, pero parece no importar. 18 de julio está cortada y las calles de alrededor también. Esta noche se realiza el desfile inaugural de Carnaval y se siente, en las veredas y en el aire, la ansiedad de un evento importante.
Carla Espinosa no vive en la capital desde hace mucho tiempo, pero viene todas las semanas. Faltan tres minutos para las cinco de la tarde cuando Carla manda un mensaje. Dice que ya llega, que ya está entrando.
Tiene el pelo entre el blanco y las cenizas, viste un vestido negro corto, sandalias. Cuando se sienta en la cafetería en la que ocurre la entrevista parece que, para ella, el resto del mundo se apagó, como si solo existiera esa conversación.
-¿En qué estás trabajando ahora, me podés contar?
-No, por ahora no. Lo que sí te puedo decir es que cuando termino un proyecto ya estoy pensando en otro. No es que no viva los proyectos, pero sí estoy pensando continuamente. Si vislumbro una idea o me imagino algo, empiezo a proyectarlo. Si bien hace ya 19 o 20 años que estoy trabajando como artista, creo que los proyectos cada vez me llevan más tiempo. Todo lleva trabajo, nada sale espontáneo, lo que puede salir espontáneo es una idea, tal vez, pero después hay que trabajar y trabajar y trabajar. Y ese proceso para mí es algo cada vez más largo.
-¿Por qué?
-Antes un proceso me podía llevar unos meses, por ejemplo, hacer una instalación como la que hice en el Shopping de Punta del Este hace unos años en la que mujeres invadían un auto. Pero después un proceso me empezó a llevar un año. Después dos años. Es como si cada vez pareciera más largo. ¿Por qué? No lo sé. Tal vez es porque cada vez me la complico más. O porque involucro gente en los procesos y el tiempo del otro nunca es el tiempo de uno. Yo estoy obsesionada con el tiempo, ¿te lo mencioné?
Todavía no lo mencionó, pero lo dirá pronto. Y volverá, una y otra vez, sobre la misma idea: con su obra lo que ha hecho ha sido intentar rescatar el tiempo.

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En 1998 falleció su padre y ella dejó todo: el trabajo en Identificación Civil, el teatro, las clases, los proyectos. Estuvo un tiempo así, procesando, en sí misma. Hasta que en 2003 decidió estudiar dibujo y pintura, aunque, aclara, solo para tener herramientas, para seguir aprendiendo.
Tres años después se enamoró y se fue a vivir a Necochea, en Argentina.
-Cuando te vas a vivir a otro lugar es como un refresh, tenés una vida nueva, sos una persona nueva. Y entonces me surge la idea de hacer esculturas. El diario de la ciudad, uno de los de mayor tiraje del interior de Argentina en ese momento, cumplía 85 años. Así que se me ocurrió hacer esculturas con papel de diario, una técnica que yo manejaba de las máscaras de teatro. Entonces fui, le golpeé la puerta al director y le propuse la idea. Me dijo que le parecía original y entonces hice a un canillita y a un surfista arriba de una ola, porque es un balneario precioso y quería que la gente se sintiera identificada.
Si hubiera una imagen que describiera cómo ha sido su carrera y, tal vez, cómo es una parte de su personalidad, es esa: Carla golpeando una puerta, proponiendo, haciendo.
La de Necochea no fue, sin embargo, la primera exposición. La primera fue antes y la montó tres veces, en tres lugares diferentes. Primero en el Bastión del Carmen, en Colonia del Sacramento. Después en un centro de turismo en la misma ciudad. Después la llevó al Centro Cultural Borges, en Buenos Aires. Se trataba de un hombre que cargaba y tiraba relojes.
-¿Ves? El tiempo. Eso fue algo que yo me di cuenta después: que toda mi obra ha tenido que ver con el tiempo.

-¿Por qué te obsesiona el tiempo?
-Al principio no me daba cuenta. Cuando hacía algo, para mí me caía una idea y trabajaba sobre eso. Pero después, mirando para atrás, me di cuenta de que una cosa se enlazaba con la otra y que yo, en mi trabajo como artista, soy una recreadora de mundos, voy rescatando el tiempo. El tiempo es algo que nos va marcando todo. La vida, la dimensión de la vida, el misterio. Hoy estás, mañana no estás. Nadie puede contener ni agarrar el tiempo. Podemos hacer el ejercicio de estar aquí ahora, pero es un ejercicio de una aproximación, no es algo tangible ni real. Yo como artista me doy el lujo, como creo que puedo recrear el tiempo, de recrear mundos, me doy el lujo de jugar a rescatar ese tiempo.
Hay otro tema en su obra. Aunque esa primera escultura fue un hombre, de a poco, con el tiempo, empezó a trabajar sobre la mujer, a poner en el centro a la mujer. Dice que es feminista, que su padre la hizo feminista. Que cuando nadie hablaba de feminismo y los modelos eran otros, su padre leía libros, tenía una postura y decía, abiertamente, que era un hombre feminista.
-¿Qué es ser feminista para vos?
-Ser feminista es para mí una actitud de vida. Y lo soy desde siempre, no es algo de ahora.


-¿Pero vos sabías antes que eras feminista, lo decías así, con esas palabras “soy feminista”?
-Claro que sí, porque la palabra existe desde siempre. Capaz que no me había interiorizado sobre la lucha de la mujer, sobre el voto, sobre el trabajo, a eso lo supe después, pero yo lo decía y era una defensa, no en contra del hombre, sino de la mujer por la mujer en sí misma. Y después, con el tiempo, empecé a profundizar más sobre esa lucha de la mujer en la sociedad, en la vida misma. Y cuanto más conozco, más feminista soy. No podría no serlo. Entonces, ¿qué es ser feminista? Es ser consciente de la vida.
Que no es radical, que no está en contra del hombre, que hay varias maneras de feminismo y que la que ella encontró es expresarlo a través de su obra.
Carla ha expuesto en Rusia, en Rumania, en Venecia, en España, en México, en Portugal, en Argentina, y más. Sin embargo, hay dos de sus obras de las que todo el mundo habló, que yo todavía recuerdo por la potencia, pero, también, por las historias que, tal vez sin querer, contaba, visibilizaba.
Durante dos años Carla le pidió a mujeres uruguayas destacadas de diferentes ámbitos -la política, la cultura, el espectáculo, la ciencia- que le donaran un par de zapatos. En ese tiempo, las mujeres convocadas le dieron, personalmente, algún par que fuese especial, que tuviese una historia que contar. Después Carla los intervino, creó una obra a partir de cada uno de ellos. En 2018 inauguró la muestra en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo.
Después vino el vestido: una pieza hecha con cartas que mujeres de todas partes escribieron a mano y le mandaron por correo.
La idea, dice ahora, mirando hacia atrás, viene de aquellos años en su casa de la infancia, de las noches acompañando a su madre mientras cosía, de los vestidos que hacía para Carla y sus hermanas, unos vestidos que ella todavía recuerda como los más lindos del mundo. El suyo era celeste, de crochet.
-La idea del vestido es un proceso, porque el primer vestido que hago es uno de follaje. Me invitaron a hacer una exposición en Punta del Este, y se me ocurrió llevar el mundo de la playa, que es donde yo vivía en 2014. Compré rosas, junté ramas, e hice un vestido de follaje que salía desde un maniquí, tenía un reloj en la cintura y un árbol a su lado con tazas de té. Todo eso, para mí, habla del tiempo. El vestido porque es algo de la niñez, de otra época, de una época que ya no existe. Las tazas de té porque para tomar el té se requiere de un ritual que lleva tiempo. Como te decía, yo me doy el lujo de rescatar un tiempo que ya no existe. Me encanta la idea del vestido por eso, y por eso la traigo y la frecuento.
El vestido de cartas también necesitó de un proceso. Le pidió a más de 100 mujeres que escribieran una carta a mano con tinta negra, alquiló un buzón en el Correo, pidió que se las hicieran llegar ahí. Le hacía cierta ilusión ir cada día a revisar el buzón, a encontrarse con las cartas que llegaban.
-La carta escrita a mano es otro rescate del tiempo. Porque estamos viviendo en tiempos donde mandamos un whatsapp, un mensaje o un email, ¿no? Y yo soy de la época de la carta, entonces yo viví ese tiempo, yo sé lo que es escribir una carta y no solamente eso, enviarla o recibirla. Todos podemos escribir en algún momento, todos podemos enviar una carta, pero no es lo habitual. La carta tiene la particularidad de que sí o sí te obliga a estar predispuesto y dispuesto a hacerlo. Necesitás de una predisposición para escribir una carta. Se maneja otro tiempo, requiere de un contacto más crudo, necesitás tu mano, ponerla en contacto sobre el papel. Yo siempre digo que las palabras escritas a mano son un dibujo y es un dibujo muy propio. Es tu letra. Sos un creador.
La parte de arriba del vestido es un tejido con hilos del mismo color que las hojas de papel. Mientras lo hacía, Carla se imaginaba que eran palabras que se cruzaban, que creaban nuevos significados. La falda es la sucesión de cartas en la que, al final, se encuentra la suya: un texto de agradecimiento a todas las mujeres que habían sido parte del proyecto, que se habían tomado el tiempo de hacerlo.
La muestra “El vestido” se inauguró a comienzos de 2024 en Edificio Mercosur.
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Muchos días después de la entrevista, Carla avisa que fue invitada a participar de una muestra en el museo de la OEA en Estados Unidos.
-La exposición es bajo el estilo ART MAIL, un movimiento que tiene su origen en Estados Unidos en los años 60, aproximadamente, en el que los artistas se enviaban pequeñas obras en formato postal. La propuesta del museo es que las artistas de los estados miembros de la OEA participemos con una obra en formato pequeño, casi como una tarjeta personal.
Ella hará una obra en homenaje a la artista estadounidense Margaret Keane.
Carla no lo dirá, pero esta pieza también tendrá que ver con el tiempo. Al final, aunque diga que no siente arraigo por ningún sitio, se ha dedicado -ya lo dijo- a rescatar las cosas que, de otra forma, no se podrían rescatar.

