Por Bernardo Borkenztain.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.
Jorge Luis Borges
Hay combinaciones que garantizan el éxito, y desde el principio esta producción demuestra ser un equipo sólido. Si unimos la capacidad para el humor negro de Schmidt con la dirección de Toja y la versatilidad de Armand Ugón, el resultado debería ser positivo. El actor realiza una interpretación excepcional bajo la dirección de Fernando Toja, quien, con su habilidad para controlar el ritmo, utilizando la iluminación de Guerrero/Guerra y la música de manera precisa, logra que el personaje refleje la compleja psicología que lo define.
Por cierto, un tema intrigante para reflexionar es por qué se eligió ‘Money for Nothing’ del grupo Dire Straits en varios momentos, título que literalmente significa dinero por nada. En esa canción se critica a un artista por recibir dinero a cambio de nada (tocar música ‘‘no es trabajar’’) y esa idea de intercambiar algo por nada es uno de los conceptos fundamentales presentados por Toja. La banalidad del mal en todo su esplendor.
El formato de unipersonal no es nuevo para Armand Ugón, el año pasado ganó el Premio del Colectivo de Críticos Independientes por su trabajo en Recuerde esto, la lección de Jan Karski.
Sin embargo, en esta ocasión, el personaje es totalmente opuesto al héroe de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un asesino en serie que carece de emociones y empatía hacia los demás, actuando únicamente por una motivación que sólo se puede comprender si tenemos en cuenta su personalidad divergente: lo hace porque así debe hacerlo.
El dilema es complicado, ya que los humanos buscan entender la atrocidad. Para siquiera concebir la posibilidad de los homicidios y crímenes contra otros seres humanos necesitamos una motivación basada en emociones fuertes, aunque sean terribles. Sin embargo, en este caso particular, el personaje nos narra con tranquilidad que no es así. Y si la muerte no vale nada, no cuesta nada y no tiene consecuencias, nosotros mismos no valemos nada.
Schopenhauer escribió alguna vez que el humor surge de cualquier elemento que no debería estar donde se encuentra. En este caso, ese es el elemento central del texto de Schmidt: detrás de la calma de este psicópata no hay nada, no experimenta emociones, no persigue ninguna recompensa, simplemente hace lo que dijo que haría sin verse afectado por ningún acuerdo social que lo ate. O al menos eso afirma.
A medida que la historia avanza, nos encontramos con varios personajes relevantes, como la mujer que conoció en la escuela. Sin embargo, los verdaderamente centrales, aquellos que residen en lo más profundo de su subconsciente, sólo se mencionan de pasada: su madre, quien tenía problemas con el
alcohol y era violenta; su padre, fallecido por drogas cuando él era un niño; y sus diferentes padres, que eran los amantes ocasionales de su madre, quien, para que no la oyera, lo ponía a ver dibujos animados a todo volumen. Aunque como él mismo señala, en la eterna persecución entre el coyote y el correcaminos no hay mucho diálogo.
De hecho, estas circunstancias se relatan casi como un complemento, simples catalizadores en una narrativa que es sólo la introducción al verdadero propósito de la interacción entre espectadores y personaje. Pero si reflexionamos sobre ello, si una de las armas elegidas para matar es una pizza explosiva, ¿no sería marca Acme? En algún momento se afirma: “Los psicópatas nacen así”. Nos reservamos el derecho de no estar completamente seguros.
Por ejemplo, se siente obligado a acabar con la vida del padre de la única mujer por la que sintió cierto afecto simplemente porque en su infancia prometió hacerlo, sin ningún tipo de ceremonia o explicación mística o mesiánica. El mal se manifiesta en toda su banalidad arendtiana, lo cual lo hace aún más aterrador. Para un psicópata, tanto matar a una persona como a una tortuga son acciones triviales, simples hechos del día.
El relato de Armand Ugón es atrapante y sumerge al público en la obvia coherencia de la locura del personaje. Sus cambios de actitud, su mirada impasible, sus movimientos impredecibles pero serenos; todo contribuye a una sensación inquietante, exactamente como debería ser.
Al igual que con el humor, el horror también se manifiesta por lo que no debería estar ahí… y el relato arranca risas, por supuesto. El autor se asegura de ello.
Sin lugar a duda, no saldremos ilesos tras adentrarnos en los rincones más sombríos de la mente criminal, cuando las risas cesen, una pregunta inevitable surgirá: ¿de qué nos estamos riendo?
Ficha técnica:
Dramaturgia: Fernando Schmidt.
Dirección: Fernando Toja.
Actuación: Álvaro Armand Ugón.
Música original: Eugenia Schmidt.
Letra de canción: Eliana Smerdiner.
Voz en off: Aureliano Folle.
Iluminación: Eduardo Guerrero/Flor Guerra.
Vestuario: María Etcheverrito.
Peluquería: Álvaro Román.
Fotografía: Soledad Malgor.
Diseño gráfico y redes: Belu Marenales.
Spots: Tomás Píriz.
Producción: Beatriz Belloni.
Prensa: CABE.