Eldys Baratute
Dirigir una institución como el Museo Nacional de Artes Visuales, con más de cien años de existencia, en un contexto en donde los públicos se decantan por otras múltiples opciones, en donde los museos tienen la responsabilidad de reformularse y en donde las propias artes visuales se van transformando por día, es un real desafío. Mucho más cuando esa persona lleva años alejada del país. Pero Roxana Fabius no les teme a los desafíos y asume esa responsabilidad llena de expectativas, dispuesta a que el MNAV continúe siendo uno de los espacios de preferencia de los creadores y los públicos en Uruguay. Hasta las puertas de esta gestora cultural, llega la revista Dossier.
En varias entrevistas se habla de su trabajo en New York, pero no se menciona nada más, como si Roxana hubiese nacido ese día, ¿Qué pasó profesionalmente antes de llegar a New York?
Antes de vivir en NYC viví muchos años en Tel Aviv donde estudié y trabajé en distintos organismos culturales públicos y privados, desde galerías de arte contemporáneo y arte Naif hasta el Instituto Cervantes de Tel Aviv, en donde organicé mi primera curaduría institucional, junto con el curador catalán Javier García Puerto que luego fue presentada en muchos espacios en España. Otro rol muy formativo para mí fue un puesto temporal que tuve en la primera bienal de Tel Aviv (hubo solo dos ediciones) en donde formé parte del equipo de programas públicos bajo la mentoría de Vardit Gross, una curadora, líder del espacio cultural de la ciudad, que sigue siendo mi referente y mi consejera. En ese año, 2012, también fundé en Montevideo, junto a Silvana Bergson (que es mi prima) Art Büro, un espacio en lo que era en esos días la oficina de MetroVeinte gestión cultural, en el que hicimos exposiciones de artistas contemporáneos y programas públicos con esos mismos artistas. Muchos pasaron por esas puertas, desde Fran Cunha, Santiago Velazco, Popi Sr Estampador, Alfalfa, Rita Fischer, Martín Verges, Fernanda Montoro y Agustín Ferrando, Magela Ferrero y Juan Burgos. Fue una tarea muy hermosa acercar a esos artistas a nuevos públicos y de nuestra parte fue hecho desde una convicción que ese acercamiento es positivo para cada persona que participó de los programas.
Tel Aviv tiene un escenario heterogéneo con respecto al tratamiento de la figura femenina. ¿Influyó tu tiempo allá en la idea de ponderar a la mujer en las artes visuales?
Bueno yo tuve la suerte de ser parte de la cátedra de estudios de género mientras hacía mi primer título en Tel Aviv y eso me expuso a un departamento formado por personas que le daban un lugar muy importante a la figura femenina, pero sobre todo a los cuerpos feminizados, no solo en el arte sino en toda la sociedad, enfrentando narrativas hegemónicas de todo tipo hace más de 20 años. Eso fue muy formador de mi pensamiento y lo sigo valorando hasta hoy.
Si hacemos un análisis genérico se pudiera decir que las artes visuales son bastante masculinas, por lo menos lo más visible, sin embargo Roxana se ha encargado de tratar de demostrar lo contrario. ¿No hay una especie de desgaste ser parte de una de las batallas más longevas de la historia de la humanidad?
Yo me dedico a esto con mucho placer, realmente me gusta, lo elijo y me identifico con mi tarea, vengo de un linaje de mujeres muy feministas aunque no lo declararan así y esa impronta está muy grabada en mí. También me he encontrado en espacios de mucho apoyo y aprendizaje donde las redes emocionales te sostienen y cuando no sostienen es momento de soltar, es por supuesto desgastante y hay muchos conflictos, pero el conflicto en general da lugar a cambios e ideas nuevas de formas de trabajar.
Para algunos pudiera parecer una involución, después de tantos años en New York, regresar a Uruguay, aunque sea a dirigir a una institución tan prestigiosa como el MNAV, ¿Qué la motivó a regresar?
Me motivó literalmente el MNAV, y el deseo de estar en Uruguay. Siempre pensé que un día iba a volver y esta invitación no se puede rechazar.
¿Cuáles han sido las referencias de Roxana, personas que ayudaron a su formación no solo como intelectual sino como ser humano?
Las referencias han sido muchas y muy variadas, desde la artista y curadora Patricia Bentancur que me dio oportunidades en el CCE y fue la primera curadora que vi en acción en vivo y en directo allá por el año 2000, hasta Vardit Gross que mencioné antes y Lisa Kim directora de la galería de la Ford Foundation que estaba en el consejo asesor de A.I.R. y fue siempre una socia en cómo pensar estrategias para hacer crecer la institución, una luminaria en la escena en NYC. Creo que, como dice tu pregunta, todas ellas me enseñaron a trabajar y aspirar a la excelencia, me apoyaron y me hicieron creer en mi visión de las cosas, que es posiblemente una de las transferencias de conocimiento más intangibles que hay.
¿Cree Roxana que los públicos tienen que ir al museo o es el museo el que tiene que ir a los públicos?
Las dos cosas son correctas, y una no es excluyente de la otra. Esta respuesta tiene que ver con la respuesta anterior, cómo podemos operar como museo desde un lugar que busca al público y lo que le va a interesar y al mismo tiempo, en la misma pasada expone a ese público a encuentros inesperados, descubrimientos que informan y a veces hasta conmueven. También, como dice la pregunta, los públicos son diversos y lo que acerca a unos es novedad de otros y así sucesivamente. Creo que hay formas de pensar las exposiciones desde perspectivas de inclusión y representación activa en la mesa que acercan nuevos públicos y nos ayudan a todas y todos a descubrir y aprender cosas nuevas.
¿Qué función tiene un Museo en un siglo en donde la tecnología, la vida agitada, la Tv, las fake news ocupan la atención de los públicos?
Es un espacio que requiere tiempo y dedicación y eso, de por sí, es una herramienta de alfabetización visual. Yo creo firmemente que esta herramienta puede ser una de las más importantes que tenemos frente a la velocidad de creación de imágenes, la experiencia de visionado colectivo, o más bien en un espacio público, aunque sea de una obra digital, ya nos presta a la conversación. Entonces el museo se convierte en un lugar donde entrenamos nuestra forma de mirar, aprendemos de otras y otros, lo hacemos en público, y tal vez hasta conversemos con alguien de lo que vemos, escuchamos, sentimos. Todos estos procesos son fundamentales para cada persona y para la sociedad toda.
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