El espejo de la Luna
Por Laura Olivera Sala
En otoño parece que la Luna quiere tocar la Tierra en esta parte del mundo. Cada noche, tantas luces y entretenimientos impiden el disfrute natural de la visión maravillosa que el cielo ofrece. Es gratis, sólo debemos mirar hacia arriba, pero estamos muy ocupados la mayor parte del tiempo. Los poetas, amantes de la perpetuidad, supieron conectarse con la Luna en diferentes etapas de la historia de China. Una época en la que disfrutar de las maravillas naturales era un regocijo nocturno. La pasión por obras de poetas clásicos no se ha perdido, forma parte esencial del idioma y la forma de decir de la gente.
Varios acontecimientos que coinciden estos días en China invitan a un viaje por esta parte del mundo. El final del otoño y la impresionante Luna del 14 de noviembre crean una confluencia espiritual que hay que aprovechar. A pesar del desarrollo actual, no se puede comparar con los tiempos de la dinastía Tang, especialmente las artes. El viaje del monje Xuanzang y su peregrinación a India, desde donde regresó con los sutras budistas, marcó la entrada del budismo a China e inspiró la novela Viaje al oeste, uno de los cuatro clásicos de la literatura China.
Poesía popular
No es solamente lo que dice el poema sino el significado de cada palabra. Cada una revela un estado de ánimo, una situación social, un sentimiento o deseos insospechados. “La brillante luna se alza desde la Montaña Celestial, en una bruma infinita del mar de nubes. Y el viento que viene de mil millas golpea en el muro almenado el Paso de Jade”, escribió Li Bai (701-762), el más alabado poeta de su tiempo. El poema se titula ‘La luna en el paso montañoso’ y continúa así: “Los soldados de la corte abren camino en la montaña Baideng, las tropas tártaras merodean el lago de aguas azules. Quienes lo han pisado jamás han regresado a casa”. Li Bai es considerado el más grande poeta de su tiempo. Los más simples detalles de la vida terrenal en su pluma se acercan al alma humana.
“Su imagen de hombre libre, simpático, alegre, enérgico, amigable y espontáneo; su amor por la embriaguez que sin pretensiones ofrece estados trascendentales de la mente; su fidelidad a los amigos de toda clase social; su admiración por la naturaleza y su devoción por la armonía universal, en el mejor estilo taoísta, son características tan personales que no sólo lo definen, sino que nos lo acercan como a un ser muy humano, desbordante de vida”, explica el sinólogo peruano Guillermo Dañino en la Enciclopedia de la cultura china.
Más de mil poemas se conservan del autor nacido en la actual República de Kirguistán, territorio chino durante la dinastía Tang. La poesía le ha otorgado el don de la eternidad. “Ante mi lecho un charco de luz. ¿La escarcha cubre la tierra? Levanto los ojos y contemplo la luna. Bajo la cabeza y pienso en mi hogar”. El poema ‘Añoranza en la noche serena’, traducido por Guillermo Dañino, sintetiza el estado de ánimo propio de un hombre que vive alejado de su tierra. Sus contemplaciones nos devuelven un pasado irrepetible. Li Bai tiene el don de la pureza del espíritu y la sinceridad de un artista total. Utilizó versos de longitud irregular con regionalismos de la provincia de Sichuan. Con largas frases subordinadas, algunas veces se aleja de las normas revolucionando las creaciones de su tiempo. “Estudia las reglas de la retórica y luego atropéllalas una a una”, aconsejó a un joven poeta.
Las leyendas sobre su muerte son variadas. Una de ellas asegura que se ahogó al tratar de abrazar la Luna reflejada en el agua, y otra que fue por exceso de alcohol. Desde una visión taoísta dicen que voló al cielo convertido en delfín. La más terrenal explica que murió de pulmonía. Es que hay muertos que no permanecen en sus tumbas, sobreviven bajo una luz cenital que los regresa una y otra vez. “Con mi jarro de vino entre flores, sin amigos, bebo solo. Levanto la copa e invito a la Luna y somos tres con mi sombra. La Luna no sabe beber, mi sombra sólo acierta a seguirme. Pero pronto nos hacemos amigos y alegres disfrutamos la primavera”. Fragmento del poema ‘Bebo solo bajo la luna’, traducido por Guillermo Daniño.
La Luna es compañía mágica, alma complaciente ante los gustos del poeta. Quizás ese vínculo con el astro nocturno sea parte de la inmortalidad de su obra. Como la misma Luna, sus versos desandan para siempre.
Una dinastía poética
Du Fu (712-770) fue un gran maestro de la palabra. “Los viajeros desaparecen al escuchar el redoble de los tambores en la fortaleza fronteriza, sólo un ganso solitario de la frontera gime en el otoño. Hoy se inicia la temporada del rocío blanco, la luna de mi tierra ha de estar luminosa”. La guerra desde la visión del poeta ha llegado hasta nuestros días bajo el título ‘Recordando a mi hermano en una noche de luna’. Contemporáneo y amigo de Li Bai, sus obras tienen un marcado carácter político y social. La originalidad de la obra de Du, aunque no le permitió alcanzar gran reconocimiento en vida, influyó en los poetas de China y de Japón después de su muerte.
“La Luna crece ahora llena sobre el mar. Allá lejos compartirás este momento de contemplación. Lamentando el martirio de los amores separados que velan la larga noche de añoranza. Apago el candil para disfrutar la Luna, me pongo el abrigo porque me hiela el rocío”, escribió Zhang Jiuling (678-740) en su poema ‘Mirando la Luna y pensando en la lejanía’. Fue un niño ingenioso y luego del examen imperial, en el que obtuvo la más alta calificación, ocupó el cargo de ministro.
El taoísmo, el confucionismo y el budismo, los tres movimientos más importantes del pensamiento chino, alcanzaron su mejor expresión poética durante la dinastía Tang. Taoísta fue Li Bai, confucionista Du Fu y budista Wang Wei (701-761). Coincidentemente fueron amigos los tres. Wang fue un músico virtuoso, por lo que ocupó el cargo de secretario asistente de la Oficina de Música Imperial en el año 723. También se lo considera el padre de la Escuela del Sur de pintura, porque creó el estilo de paisajes con tintas grises sobre fondo blanco. Impresionantes imágenes ofrecen algunos de sus poemas. Sonidos, movimientos y perspectivas pictóricas surgen en sus poemas: “En la callejuela profunda, la serenidad de los rayos oblicuos; entre la puerta silenciosa, la sombra de los sauces frondosos. La blancura de la hierba escarchada parece niebla; un árbol marchito se viste de luna”.
Mecido por los acordes de la inmortalidad, la voz de Wang Wei palpita en la memoria de China. ‘Melodía de una noche de otoño’ es uno de sus exquisitos poemas: “Con la Luna naciente brota un ligero rocío de otoño, enfriando su vestido de seda delgada que no quiere cambiar. Sigue tocando su xilófono de plata a altas horas de la noche, porque tiene miedo de volver a su habitación vacía”.
La soledad es la musa eterna de los poetas. Su sonrisa perpetua asoma en las noches de Luna, la reina solitaria que se pasea escoltada por las estrellas.
Wang tuvo una profunda amistad con Meng Haoran (689 o 691-740). ‘Noche en el río Jiande’ es uno de los celebrados poemas de Meng: “El cielo que se ciñe a la inmensa llanura parece más bajo que los árboles, y reflejada en las aguas cristalinas del río, la Luna se aproxima a la gente cariñosamente”. Según cuentan, vivió en el mismo lugar de su nacimiento y tuvo poco éxito en su carrera.
La diosa de la Luna en China se llama Chen E, según una antigua leyenda. El día 15 del octavo mes del calendario lunar es la fiesta del Medio Otoño en China, ocasión para celebrar en familia bajo la Luna llena y compartir la torta de la luna. Aseguran que esta tradición también se originó por Chang E. Dicen que en las noches de Luna llena, si se observa con detenimiento, se puede ver a la hermosa mujer debajo de un árbol de laurel, acompañada de un conejo blanco, sufriendo la soledad eterna. Algunos poemas revelan los sentimientos de su autor con sinceridad total.
La Luna es amiga de la noche, del silencio misterioso y profundo que se extiende por el mundo. “Mientras velo, la Luna desciende, un cuervo grazna a través de la escarcha; mirando las luces de los pescadores bajo la sombra de los arces, mi melancolía crece”, así ha quedado una noche de hace tantos siglos en la memoria literaria de China. Zhang Ji (712-715 hasta 779 aproximadamente) tituló a este poema ‘Una noche anclado cerca del puente de arce’. Poco se conoce de su vida, pero su poesía es una revelación tantos siglos después.
La visión de la Luna no es un acontecimiento aislado del otoño. El gran disco brillante permanece impasible manipulando el alma de los poetas. Caen rendidos a sus encantos sin importar los designios de las estaciones. “En la noche profunda, la Luna iluminaba medio patio, brillaba la estrella del norte, y la estrella del sur se ponía. Hoy comencé a sentir las tibias brisas de la primavera, por el cantar de un insecto a través de la seda verde de mi ventana”. ‘Noche de Luna’ es el nombre de este poema de Liu Fangping (742-779).
Miles de veces asoma su rostro la Luna en poemas infinitos en los que el amor y los acontecimientos políticos y sociales se advierten. ‘Anclado en el río Qin Huai’ exhibe la habilidad del poeta Du Mu: “Brumas densas cubren las aguas frías, mientras la Luna platea las arenas. Ya muy entrada la noche, amarro mi barca cerca de una posada del río, cuando en la otra orilla, las muchachas, inconscientes del dolor de su reino conquistado, siguen cantando ‘Flores del patio trasero’”.
Durante siglos hemos adorado a la Luna, una reverencia por la magia de su luz y los encantos que otorga a las noches. Jorge Luis Borges, en su poema ‘La Luna’, dedicado a María Kodama, atrapa la esencia de la trasnochada bola luminosa: “Hay tanta soledad en ese oro. La Luna de las noches no es la Luna que vio el primer Adán. Los largos siglos de la vigilia humana la han colmado de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo”.