Por Nelson Díaz.
Escritor, editor y periodista, Gabriel Sosa ha incursionado en el relato y la novela, impregnado por su oficio en medios de prensa. La investigación periodística fue la materia prima, por ejemplo, para la ficción que llevaría a la creación de Las niñas de Santa Clara y Las mujeres de Nueva Troya, novelas negras protagonizadas por su álter ego, Gustavo Larrobla. En diálogo con Dossier, Sosa se refirió al cuento como el género literario uruguayo ‒por excelencia y tradición–, la novela policial y la autoficción.
Tu primer libro de relatos fue Orientales excéntricos, publicado en 2001 y reeditado en 2020. Tu segundo libro, también de cuentos, es Cómo ser de izquierda en estos días. Vale la pena comentarlo porque está la idea de que las editoriales no apuestan al relato, como sí lo hacen por la novela cuando, paradójicamente, Uruguay tiene una rica tradición cuentística.
Siempre prensé que el cuento era el género uruguayo. Acá hay novelistas, autores que tienen los dos roles, como Onetti o Mario Levrero, pero lo que hay es una tradición de cuentistas muy superior en número. Mario Arregui solo escribió cuentos, Anderssen Banchero escribió una sola novela y el resto de sus obras son cuentos, Tarik Carson era cuentista, las novelas que tiene son cortas. Ahora se editaron los cuentos completos de Armonía Somers. Solo por nombrar algunos escritores y escritoras que escribieron relatos. El género uruguayo es el cuento, sin duda. Está también la tradición anglosajona del cuento, las revistas de cuentos estadounidenses, pero con un antecedente muy fuerte en Inglaterra. Luego fue el predominio de la novela como el género principal literario. Incluso ahora también bajó un poco. Hasta los años ochenta, noventa y principios de siglo, la novela tenía seiscientas páginas, eran novelas de quinientas páginas para arriba. Eso se atemperó, se puede ver una novela de ciento cincuenta páginas y puede ser muy buena. En Uruguay estamos siguiendo las generales de la ley, la norma mundial, que es la novela. Y estamos dejando de lado la tradición uruguaya, que es el cuento.
En Irrupciones Grupo Editor publicaste Tres libros de cuentos, de Mario Arregui; a Anderssen Banchero ‒Cuentos completos I y II, Las orillas del mundo, Los regresos‒, también a Tarik Carson, Mario Levrero y Felipe Polleri, entre otros, considerados “raros”.
De los raros uruguayos, que son los uruguayos por antonomasia, se habla de cuatro o cinco, pero hay muchos más. L. S. Garini, Raúl Blengio Britos… hay un montón. Lo que pasa es que es una patriada editarlos, porque comercialmente no tiene retorno. Son tipos que tendrían que estar disponibles en todas las librerías. Como editor son gustos que te das cada tanto. Tenés que conseguir el dinero. Te pongo un ejemplo que nombraste. En el caso de Anderssen Banchero, la financiación fue del Banco de Seguros del Estado, porque él fue empleado del banco, pero me llevó un año. Es muy desgastante. Tampoco podés contratar a alguien que haga el trabajo de gestión pero no hay margen, no hay un porcentaje que pague todo el trabajo que tiene que hacer esa persona.
La novela decimonónica, como decías, ha dado paso a la nouvelle, que en muchos casos no es lineal. Son novelas fragmentarias, con elementos autobiográficos.
La autoficción es un género muy uruguayo. Creo que, a esta altura, todos los escritores uruguayos conocidos pasaron por la autoficción. Te nombro a dos que se vienen a la mente: Levrero y Daniel Mella. El escritor puro, onettiano digamos, está en retroceso.
Practicar la autoficción conlleva el riesgo de que el autor termine agotándose en sí mismo.
Sí, y además depende mucho de cuánto tenga el autor de arranque para mostrar. La otra vez, en una especie de mesa redonda que hicimos con Renzo Rossello y José Arenas, hablamos sobre literatura policial y periodistas. Hay como una moda de sacar novelas policiales donde el protagonista es un periodista. La principal diferencia entre el trabajo periodístico y el detective de novelas es que los periodistas somos la cosa más aburrida e inocua que hay. Nunca se nos presentan casos como en las novelas y, si se nos presentaran, nos sabríamos qué hacer. El periodista es lo opuesto a todo tipo de acción.
Sobre periodismo y novelas policiales, tus novelas Las niñas de Santa Clara y Las mujeres de Nueva Troya tiene como protagonistas a Gustavo Larrobla, que también es periodista.
Claro, y además las dos se basan en investigaciones periodísticas que hice en su momento para el suplemento Qué pasa del diario El País. Por supuesto que las ficcioné y les puse acción a las partes más entretenidas. Queda otra novela de la saga que, se supone, se publicará en 2022.
¿Qué te llevó a elegir esas dos historias y no otras de las tantas que investigaste?
Las dos investigaciones me dejaron picando, ya sea por el tema en sí, por la dinámica de las ciudades del interior donde transcurrieron o por elementos que no terminaron en la nota por diferentes causas. Por ejemplo, no haberlo podido contar como quería, averiguar datos que no tenía cómo justificar. Entonces aproveché la libertad que da la ficción. Además, me gusta mucho el interior del país. Vas al interior, das vuelta una piedra y hay una historia. Está el mito de que en el interior la gente es tranquila y que nunca pasa nada. No es verdad. A la gente del interior le pasan cosas como en todos lados, tienen sus idas y vueltas y tienen sus historias, incluso más que en otros lados. Es como aquello de pueblo chico, infierno grande.
En tu caso, ¿cuánto pesó el periodista en el escritor?
Mucho. Escribo como periodista, no sé escribir de otra manera. No podría escribir de una forma más barroca, adjetivar diferente. Unos de los pocos elogios que se me hace como escritor es que escribo muy ágil y que soy muy fácil de leer [risas]. Eso proviene de la formación periodística. A la crónica, por ejemplo, se la considera desde hace un buen tiempo parte de la literatura. Todo el periodismo puede ser literatura, sobre todo la crónica. Hace poco me compré El puente, de Gay Talese, sobre la construcción del puente Verrazano-Narrows en Nueva York, en los años sesenta. Es la historia detallada de ese puente, con testimonios. Es unan crónica que se transforma en una novela.
Talese y otros como Tom Wolfe, Truman Capote, Norman Mailer integran lo que se denominó el nuevo periodismo.
Claro, y no nos olvidemos de Hunter Thompson, pero fíjate que Talese no solo literaturizó la crónica, sino que cambió el lenguaje. Mi gran maestro fue Homero Alsina Thevenet. El tipo era un monje templario defendiendo a muerte la pureza de la frase concreta. Sospecho que debe haber odiado el nuevo periodismo porque no tiene esa pureza de la frase que él adoraba y que el nuevo periodismo dinamita.
Las mujeres de Nueva Troya nace de una investigación que estabas haciendo y de un dato concreto que averiguaste: en una localidad de interior había 98 por ciento de ocupación.
Sí, cuando llegué a ese lugar una persona me dio la explicación de ese porcentaje. Podemos decir que ese es el disparador, pero la novela no sigue ni de cerca esa investigación periodística. Sí me pareció que era un lugar ideal para ambientar geográficamente una novela por el puerto y los marineros. Ir a una ciudad del interior y encontrarte con un grupo de marineros coreanos era muy surrealista. Y los lugareños, los tipos que jugaban de locales, lo veían como algo natural. Eso es totalmente real, pero también hay otras anécdotas de otros lugares. Y elegí como protagonista a un periodista porque es algo que conozco, es una excusa perfecta para hacer una especie de trama casi policial, porque una investigación, ¿quién la hace si no es un policía? Un periodista.
En la novela policial uruguaya no se hacía referencia a la dictadura, salvo en algunos casos. Desde hace unos años eso está cambiando. En Argentina, por ejemplo, eso ya está instaurado en el género.
Claro, en Argentina lo hizo Juan Sasturian con sus novelas policiales. Lo que pasa es que la novela policial tiene una gran ventaja, una gran virtud, y es que sirve para todo. La novela policial siempre tuvo un componente social muy fuerte. Cuando pasó de moda de la escuela inglesa y empezó la novela negra, lo que los estadounidenses denominan hard boiled, con autores como Raymond Chandler, Dashiell Hammett, la pata social era fuertísima. Tenés también, por ejemplo, el caso de la novela sueca que estuvo tan de moda y que a mí nunca me interesó, salvo cosas aisladas. La fórmula la sacabas a la tercera que leías. En el primer capítulo pasaba algo espantoso, en el segundo capítulo comenzaba la investigación de eso espantoso que había ocurrido y las restantes páginas eran naturalistas, de la vida cotidiana del policía, mientras se investiga hasta que se resuelve el caso. Ese era el formato de Henning Mankell como el de tantos otros. Curiosamente, no fue el caso de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, la pareja creadora de la serie de novelas sobre el inspector Martin Beck, en las que el policía está en un plano secundario y hay una fuerte crítica a todo lo sueco, desde el sistema, pasando por las instituciones financieras, hasta la comida. En ese panorama infernal había investigaciones policiales. Todo lo contrario que con esta dupla me pasó con el fenómeno Stieg Larsson ‒autor de la trilogía Millennium‒, que para mí es un bluf. Hablando de periodistas, comencé a leer su primera novela y ahí tenés al personaje que, se supone, es el mejor periodista de Suecia, pero lo abandoné enseguida. Lo que pegó fue la fórmula, no la novela sueca en sí.
¿Cómo fue la experiencia de escribir El doble Berni y Los muertos de la arena a cuatro manos con Elvio Gandolfo y darle vida a Jorge Lucantis?
Más que policiales, es un divertimento para Elvio y para mí. El tipo [Lucantis] es un buscavida, que anda por ahí y encuentra cosas. Tiene algo levreriano, de Dejen todo en mis manos. Lucantis anda a los tumbos, no resuelve nada. Estas historias no tienen un corazón policial duro, pero entran dentro del género. Hay una tercera historia que no salió por un tema muy delirante con la editorial.
En coautoría con Alejandro Michelena y Andrés Linardi escribiste Historia de las librerías montevideanas 1830-1990, que pone el foco en la rica tradición de librería que tiene y tuvo Montevideo.
Se me ocurrió que una historia de librerías de Montevideo podía estar buena. Ya Michelena había hecho la historia de los bares y siempre pensé en él para que lo escribiera, pero no le encontraba la vuelta. Se lo comenté a Claudia [Garín] de Editorial Planeta y les interesó de inmediato el proyecto. Luego, estaba en la librería Linardi y Risso, le comenté a Andrés y me ofreció fotos y un daguerrotipo de una librería que es el primero que hay en el mundo de un edificio y no de una persona –que ilustra la tapa del libro– y a partir de ahí me pareció que tenía que sumarse al proyecto. Siempre hubo muchas librerías en Montevideo, eso es todo un fenómeno. Pero hay otro fenómeno y es que están en una franja a diez o doce cuadras de la rambla. Si hacés una franja en el mapa de Montevideo, ahí están todas las librerías. Habrá alguna en algún shopping que está más lejos, otra en el Mercado Agrícola, pero 99,9 por ciento, históricamente, estuvo en esa franja. No sé cuál es la explicación, incluso no es parejo dentro de esa franja, porque llega hasta Pocitos, se corta y luego aparece alguna en Carrasco.
Así escribe
Entre 1910 y 1916 Río Grande do Sul vivió aterrorizado por un asesino de leyenda, un monstruo con forma humana que diezmó la población local sin piedad y que convirtió a los habitantes del estado en rehenes de su furia. Un asesino sin nombre, un matrero salvaje, acechó durante esos largos años los caminos de todo Río Grande, de norte a sur y de este a oeste. Cada noche, siempre en lugares distintos, una, dos y hasta cinco o seis personas caían víctimas de su cuchillo. Lo llamaban El Degollador, y nunca nadie supo su verdadero nombre ni la razón de sus crímenes.
Las víctimas eran encontradas en cañadas, a los costados de los caminos, incluso en sus propias casas. Todas, sin excepción, degolladas de oreja a oreja. Casi nunca se constataba que hubiera un robo, solo a veces faltaban unos billetes de algún bolsillo, o algunos alimentos de algún rancho. Tampoco había signos de lucha, ni motivos aparentes para el asesino. Este llegaba en silencio, degollaba a su infortunada víctima y seguía su rumbo. Ningún camino, ningún campo, ningún pueblo estaba a salvo. Hasta en los suburbios de Porto Alegre aparecieron muertos con la garganta abierta. Una vez tres morenos, gente de mala vida, fueron encontrados a pocas cuadras del centro de la ciudad con las gargantas rajadas, aunque en ese caso se sospechó que se trataba de algún ajuste de cuentas que quiso hacerse pasar por crímenes del Degollador. Igual, nunca se aclaró nada.
Desde peones y desharrapados hasta hacendados que se aventuraban solos por la noche, el Degollador no despreciaba a nadie, hombres o mujeres. Jamás se supo que matara niños, pero también es cierto que muchas de sus víctimas deben haber quedado sin encontrar. Una noche, en una de sus hazañas más terribles, luego de despachar al que hacía guardia en la puerta entró al rancho donde dormían seis soldados y un teniente. Cuando los encontraron, varios días después, cada uno de ellos estaba envuelto en su manta, arrollado como en sueños, sobre un charco de sangre seca lamido por las alimañas.
De a poco, entre la maraña de leyendas sobre demonios y fantasmas, una imagen se abría paso. Un gaucho como tantos, solo que más silencioso y solitario, con el pelo desgreñado y la barba tupida y ya canosa. Se lo veía a veces en los alrededores de un pueblo, de una estancia, de un puesto militar. Esa noche morían dos personas, y al otro día el gaucho silencioso ya no estaba.
(De ‘Anastasio Méndez, el soldado de Aparicio’, en Orientales excéntricos recargado).
Los libros
Orientales excéntricos (relatos, 2001).
Qué difícil es ser de izquierda en estos días (relatos, 2004).
El doble Berni (novela, en coautoría con Elvio Gandolfo, 2008).
Los muertos de la arena (novela, en coautoría con Elvio Gandolfo, 2011).
Las niñas de Santa Clara (novela, 2016).
El lado oscuro de parir. La mujer como víctima de violencia obstétrica (periodismo 2018).
Orientales excéntricos recargado (relatos, 2019).
Las mujeres de Nueva Troya (novela, 2020).
Historia de las librerías montevideanas 1830-1990 (en coautoría con Alejandro Michelena y Andrés Linardi, 2021).
La otra cara
El lado oscuro de parir. La mujer como víctima de violencia obstétrica es un libro periodístico que al momento de publicarse, en 2018, visibilizó un tema del que se hablaba poco o nada.
En 2017 me reuní con una amiga, que hacía mucho que no veía, a tomar un café. Ella había sido madre y le pregunté cómo había estado el parto. Ella se quiebra, me cuenta una cosa horrible que le pasó –que es una de las historias que terminó en el libro– y ahí me cayó la ficha de que durante toda mi vida y en situaciones muy diferentes había escuchado testimonios sobre el tema. En ese momento me di cuenta de que ahí había un libro. Hablé con gente de Mujer y Salud en Uruguay (Mysu) para tener un contexto de la situación y decidí no investigar nada, sino entrevistar gente e irme enterando a medida que tenía los testimonios. Yo espero que haya tenido un impacto dentro de lo posible. Hay muchas asociaciones y personas que trabajan el tema, no descubro nada, pero espero que haya servido para visibilizar el tema.