Por Gabriela Gómez.
Tamara Silva nació en Minas en el año 2000. Hija y nieta de maestros, siempre estuvo acompañada por los libros de su familia y los que recibía de regalo. Desde la publicación de su primer libro de cuentos, se ha consolidado como la nueva voz joven femenina de la literatura, es la más joven de las escritoras que han recibido el premio Bartolomé Hidalgo, al que se hizo acreedora en 2023, además de llevarse el premio Revelación por el conjunto de cuentos publicados por la editorial Estuario en Desastres naturales, que ya va por la quinta edición. Ese año también recibió una mención en Narrativa por la novela Temporada de ballenas, de pronta edición.
La naturaleza, los animales, los niños, la niñez están finamente retratados y rondan sus cuentos, aportando una mirada bucólica y sensitiva en los más mínimos detalles, donde se aprecia la calidad de su narrativa. Por otro lado, y en simetría con la placidez de la vida natural, la tragedia se hace presente de forma muchas veces cruel para romper este idílico equilibrio.
Lectora, entre tantos, de los uruguayos Horacio Quiroga, Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti y Armonía Somers, Tamara Silva nos brinda una literatura fresca, atractiva y sorprendente con sello propio.
Naciste en Minas y te mudaste a Aiguá a los quince años, ¿ves a esta ciudad con una mirada de extraña?
Sí y no, a la vez, porque yo venía de Minas, que tampoco es tan distinto a Aiguá, pensando en las sierras, un poco en la ciudad y que yo en Minas vivía en un barrio, entonces tampoco estaban en el centro de la ciudad. Yo vivía frente a un terreno baldío y después, en el campo, vivía frente al campo de un vecino que no veíamos nunca, entonces el ambiente, en cuanto al movimiento de gente, no era tan distinto. Pero sí eran otras las dinámicas de Aiguá, sobre todo porque me mudé y empecé el liceo ahí, hice tercero y me cambié de un grupo de treinta personas, a un grupo de diez alumnos que ya venían juntos desde primaria, entonces ahí se empezaron a gestar otro tipo de vínculos y otra forma de vincularme con la gente, porque antes conocía a todo el mundo, y acá no, eso está todo como muy cerrado, lo mismo en el pueblo.
Entonces empecé a ser “la hija de la maestra Andrea”, que es mi madre, porque todos los niños empezaron a ser sus alumnos. Hay dos escuelas en Aiguá y en el correr de tres años mi madre ya tenía muchas generaciones de alumnos, hermanos y familias que se conocían, entonces yo era más la hija de la maestra Andrea que Tamara. Mi hermana sí ganó otro tipo de vínculo con el lugar, hizo todo el liceo en Aiguá, pero yo no, entonces sí hay algo de la irrupción en un espacio que por ahí no es tan conocido, que eso sí puede estar en mis cuentos.
En los cuentos de Desastres naturales hay mucha infancia, muchos animales, naturaleza, o muchos de los acontecimientos suceden fuera de las casas.
Claro, sí, aunque no sé si se relaciona tanto con mi forma de ser. Soy una persona muy de adentro, incluso cuando me mudé al campo pasaba mucho tiempo en mi cuarto, en la cocina y toda la tarea de salir a hacer la quinta o darles de comer a los animales la hacían mi hermana y mi madre. Yo estaba más como alejada de ese lugar. De a poco me estoy moviendo, estoy empezando a salir y ahora me encanta. Estoy todo el tiempo afuera y creo que eso está en los cuentos, porque hay niños y están afuera jugando todo el tiempo. Además, en la mayoría hay calor, es verano, entonces tampoco se da el clima para estar adentro, me parece. Todos estos niños se están relacionando con el entorno y lo están modificando también, se están relacionando con esos animales que están ahí en la vuelta y que forman parte de ese paisaje, que creo que en todos los cuentos es distinto. Pero, claro, está ese mismo tipo de aire, es el mismo clima, ambiente, que es rural y a veces no tanto, pero está lleno de animales, lleno de niños, lleno de abuelos también.
En un ambiente muy familiar…
Sí, muy familiar y en algunos casos también de mucha soledad, a pesar de que esté lleno de gente todo el tiempo.
Y ahí está la maravilla de tus cuentos: cómo combinar situaciones de soledad, de tristeza en muchos casos, con la tragedia.
Eso a mí me gustaba. Y me gusta que a veces son tragedias mínimas, que por ahí podés leerlas y no importarte mucho lo que pasó, o sí, y esa ambigüedad a mí me gustaba cuando estaba leyendo y, sobre todo, cuando estaba haciendo los ejercicios de estos cuentos, a partir de un taller con el escritor Horacio Cavallo, que nos mandaba consignas.
¿Hiciste ese taller para empezar a ordenar tus escritos?
Hice un taller para escribir algo, porque venía escribiendo muy poco y de forma muy desordenada. Era el año 2020, entonces me dije que quería hacer un taller. La idea era hacerlo presencial, quería tener ese intercambio. Están buenos los talleres por eso, porque escuchás a otra gente leer; otra gente te escucha leer, te dicen cosas, intercambiás. Después vino la pandemia y no se hizo. Horacio me dio la posibilidad de hacerlo por mail. Entonces me fui para Aiguá, estuve unos meses allí, teniendo clase por Zoom y con Horacio nos mandábamos mails. Él me enviaba una consigna y yo le respondía con un fragmento, un pedazo de relato, algo así, y así estuvimos desde marzo hasta noviembre, con un texto semanal. Llegó diciembre y me dijo que hiciera algo con eso, que no volviera al taller al año siguiente. Agradecí ese impulso y empecé a trabajar con los cuentos, tenía material: tenía textos sueltos, que no eran cuentos, pero eran partes. Estuve trabajando en verano para terminarlos. De ahí saqué un puñadito de cuentos, de los que algunos quedaron en el libro y otros no, y después fui sumando textos más recientes. Los dos primeros los escribí, creo, tres meses antes de publicar, entonces está eso también: la mezcla de textos más viejos con textos más nuevos.
¿Te llevó más o menos un año darle unidad al libro?
Sí, fue más o menos un año, en 2022 ya lo tenía pronto. Estaba ahí archivado y no pensaba hacer nada con esos textos y se fueron sumando. Por ahí aparecía un cuento que podía funcionar o un cuento que no y en ese caso se descartaba. Antes de publicarlo también hice una revisión. Saqué un par de textos que me parecía que desentonaban. Encontré el título, que todavía no lo tenía, entonces cuando lo encontré, se terminaron de acomodar algunas cosas y terminaron de entrar o de salir algunos textos.
Respecto al cuento como género, ¿tenés alguna influencia de algún autor nacional, por ejemplo, Horacio Quiroga, en cuanto al golpe de efecto al final de tus cuentos?
Sí, a mí me encanta, Quiroga me gusta mucho. Creo que la conexión con Quiroga ahí es muy directa por el tema de la naturaleza y a que somos uruguayos; por los niños, también, y por el clima y la violencia. Sí, me gusta Quiroga, pero también Felisberto Hernández me encanta, Armonía Somers, también. A Armonía me la crucé re tarde, porque cuando empecé a leerla yo ya estaba escribiendo, incluso ya había hecho mi primer año de facultad, que fue cuando me crucé con La mujer desnuda, que es una locura. Un amigo me prestó una edición española de empezamos a leer. Yo se lo presté a otros amigos, entonces ahí se fue generando como un pequeño club de fans de Armonía Somers que no la conocían. Cuando era adolescente leía mucho a Onetti, leí muchos de sus cuentos. Cuando leí El infierno tan temido, lo releí un millón de veces y me encantaba y me parecía el mejor cuento que había leído hasta ese momento, claro, después se me fue pasando. Pero Onetti para mí fue increíble. Además, lo sentía como un descubrimiento porque nadie me había hablado de él, un profesor me mostró ese cuento y me quedé encantada. Y después, como cuentista me gusta, Rosario Lázaro Igoa. Leí muchos cuentos, ahora estoy leyendo menos, pero me gusta María Teresa Andruetto, Morosoli, minuano, y lo tengo muy leído, Anderssen Banchero también, María Inés Silva Vila, y más contemporáneas también: Eugenia Ladra, que escribió la contratapa de Desastres naturales, hay un listado muy grande de buenas escritoras.
Hiciste la licenciatura en Letras en la Facultad de Humanidades, ¿qué te aportó?
Me anoté en Humanidades en 2019, después de perder una prueba de traductorado. Y cuando perdí la prueba ya tenía alquiler acá en Montevideo, tenía el proyecto de hacer algo en Montevideo, entonces tenía que hacer algo. Primero me anoté en Corrección de estilo, pero cuando me fui a anotar, tenía como un recuerdo de una profesora que me había dicho que existía algo llamado Licenciatura en Letras, entonces pregunté en bedelía y me anoté en las dos. Y ese año empecé a cursarlas juntas. Corrección la hice rápido, en Letras me queda la tesis y un par de literaturas, pero me encantó. Ahí empecé a leer, cursé muchas veces, más veces de las que debería haber cursado, Literatura latinoamericana, por ejemplo, que capaz que no fue tan inteligente en este momento, porque ahora me faltan créditos. Pero, sí, estaba encantada con todo lo que estaba leyendo y me estaba acercando a lugares a los que no había llegado sola y que creo que no hubiese llegado sola. Me pasó lo mismo con Literatura inglesa y cuando hice el primer curso, empecé a interesarme por la ecocrítica, que es como hay un estudio de literatura en su relación con el medioambiente y enloquecí. Seguí haciendo varios cursos y ahora estamos en un grupo de investigación en Humanidades y es increíble. Me dio cosas Humanidades.
¿Eras lectora de niña?
Mi madre es maestra, mi padre es maestro y mis dos abuelas son maestras. Son todos maestros. Entonces había libros por todos lados y me regalaban libros. Cuando empecé a leer la saga de Harry Potter, yo sabía que en mi cumpleaños cada año, me iban a regalar un libro de Harry Potter, entonces me regalaban uno, yo lo releía muchas veces ese año; llegaba mi cumpleaños, me regalaban el otro y así, hasta que tuve toda la saga. En realidad, también me regalaban para el día del niño, que coincide con mi cumpleaños. Tengo el recuerdo de toda mi familia juntando los piquitos de Conaprole para comprar los cuentos, de esos que se canjeaban con los piquitos de la leche: vos canjeabas tantos piquitos de leche y tanta plata y te daban un cuento. Ahí empecé a leer a Susana Olaondo, a Roy Berocay, autores uruguayos y también otros que no eran uruguayos, que estaban en esa colección. Pero sí, siempre había libros a mano, de mi madre por la escuela y porque ella y mi padre también leen.
Hablando de autores uruguayos, ¿conocés, por ejemplo, a Gustavo Espinosa?
Lo he leído, no en profundidad. Empecé a leer Las arañas de Marte y me quedé como por la mitad. No lo dejé porque no me gustara, sino porque lo empecé a leer en una feria del libro y después empecé con parciales y cosas. Pero sí, lo he leído, lo conozco, lo sigo y leí un comentario que hizo en Brecha sobre la novela Temporada de ballenas y guardé a ese comentario. Fue un honor que fuese parte del jurado que premió a mi novela. Es que yo cuando vi que Espinosa era parte del jurado, después que me dio la mención, fue como una palmadita extra y fue uno de los primeros contactos que tuve con un escritor de carne y hueso cuando estaba en Aiguá. Él fue a dar una charla al municipio y habló de su novela China es un frasco de fetos. Lo llevó el profesor de Literatura. En ese momento no tenía ni idea quién era Gustavo Espinosa, pero quedaron unos libros suyos en la biblioteca. Ese es el recuerdo que tengo de ver a un escritor real.
¿Quiénes son tus autores extranjeros favoritos?
Me gustó mucho en su momento, y después la dejé, Carson McCullers y también Flannery O´Connor. No uruguayos, pero más cercanos en Argentina, obviamente tuve una etapa de obsesión total con Mariana Enríquez. Pero tipo obsesión de fans de una estrella de rock, así. Leí todo, tengo hasta una remera con la tapa de su novela, es una serigrafía de Nuestra parte de noche. También me gusta Samanta Schweblin, Fernanda Ampuero, Gabriela Cabezón Cámara, tuve una época de leer a Rosario Castellanos también.
¿Has escrito poesía?
He escrito poesía y no he publicado nada, o sí, pero en blogs. El año pasado Alejandra Gregorio y Catalina Torres, que hace poco editó su primer libro de poesía, armaron algo que se llamó Panorama poesía, un encuentro de poesía de cinco personas, leyendo con un micrófono en semicírculo; y en mi edición estaba Magela Ferrero, María Eugenia Trías junto a Alejandra y Catalina. Esa fue la primera vez que leí poesía en público, la primera y la única. Pero sí me gusta y es otra cosa, me divierte, además, o me divierto más que escribiendo narrativa, capaz.
Con la novela Temporada de ballenas ganaste una mención en los premios Onetti.
Es una novela bien breve y fragmentaria. Está pensada para ser un mapa acuático de relaciones, de recuerdos y de experiencias. Creo que justamente la novela le saca el cuerpo a ese “de qué se trata” porque no sé bien de qué se trata. Empezó siendo un experimento, yo no pensaba terminarla y tampoco pensaba que se convirtiera en una novela, pero terminó en ese lugar y va camino a publicarse, entonces ahora existe en serio y va a ser una novela en serio.
¿Qué es la literatura para ti, qué lugar ocupa en tu vida?
Creo que es una compañía que está muy a mano. Y que no la estoy usando tanto como me gustaría, pero siempre ha sido una compañía, desde que soy muy chica. Ahora te diría, incluso, que después de publicar Desastres naturales paso mucho tiempo pensando en la escritura que ya estaba de antes, pero ahora yo cobro derechos de autor, entonces ahí hay otro vínculo que se abre con la escritura y con la literatura que yo antes no tenía, que es que me den plata por haber publicado algo, ese pensamiento estaba muy lejos cuando yo estaba leyendo a Onetti con dieciséis años. Era muy lejano, entonces creo que la palabra compañía acompaña ese vínculo. Ahora está como difuso, en un momento de cambio, porque no sé muy bien hacia dónde se está moviendo todo esto de la literatura. Se puede pensar la literatura y la lectura. Mi vínculo con la lectura es un vínculo muy amoroso y muy de esto de la compañía y mi vínculo con la escritura, desde que se publicó el libro, cambió, porque hay propuestas editoriales, porque hay edición de autor, porque hay charlas, hay entrevistas, voy a ferias, hay expectativa, y no digo que esté mal, pero me modifica un vínculo que yo tenía y que era: escribir y ya está.
¿Cómo reaccionás frente a toda esa movida de actividades?
Creo que está fuera de mi control, en primer lugar eso, y segundo que cuando salió Desastres naturales hubo mucho ruido afuera, de gente que no me conocía, fue aturdidor porque yo no me lo esperaba y porque fue muy repentino. Después agradecí mucho ese ruido, porque esto hizo que Desastres naturales hoy tenga cinco ediciones. Es increíble; yo no me lo esperaba, no se lo esperaba nadie. Entonces todo ese ruido, recomendándolo en programas de televisión y de radio, ayudó a que el libro sea lo que hoy es y yo estoy recontra agradecida, obvio, entonces no me parece que sea contraproducente. Pero sí, en su momento, di un paso atrás para decir: “Bueno, todo esto está en el mundo y esto qué está pasando ya no es ni responsabilidad”. Pero también saber diferenciar el mundo de la lectura, el mundo de la escritura, el mundo del mercado editorial. Cuando se publicó Desastres naturales y todos estaban leyéndolo, tenía como un pensamiento recurrente que me angustiaba un poco que era que no voy a poder escribir otra vez Desastres naturales y después tuve un pensamiento que me hizo mucho bien, porque yo no quiero escribirlo otra vez, y no voy a hacerlo, entonces eso fue muy liberador, saber que voy a escribir otras cosas, que van a gustar o no, pero no hay un Desastres naturales eterno.
Así escribe…
El segundo episodio pasó cerca de dos semanas después. Estaba preparando el almuerzo, cuando escuché un alarido, casi animal, en el patio del frente. Ernesto estaba arrodillado, en calzoncillos, haciendo un agujero en la tierra con las manos. Con la sequía, la tierra estaba demasiado dura y las puntas de los dedos le sangraban. Necesité de la ayuda de uno de mis vecinos para sentarlo en los escalones y alejarlo del pasto. Aproveché el momento de quietud para enjuagarle las manos con la manguera. No me miraba,
repetía enunciados atropellados que terminaban siempre en las mismas palabras: “con las manos”. Cuando conseguí que fijara la vista en algún lugar cerca de mi cara, y no en la nada, me repitió lento lo que antes decía con nerviosismo y se metió una mano en el bolsillo de la campera: “La reventé con las manos y ella no se puede enterar”. Sacó el bicho, agarrándolo por las patas, y la cabeza colgó hacia abajo, inerte.
Fragmento del cuento “Todo lo que revienta dentro de una mano”