El mundo del arte se conmovió cuando los pioneros en la fotografía, Daguerre y Niepce, demostraron que la imagen de la realidad se puede fijar mediante un dispositivo con base en sales de plata. De allí en adelante la fotografía ha recorrido un camino prodigioso en superaciones técnicas de tal manera que desde la peculiaridad de su lenguaje, es decir, de aquella posibilidad cierta de recrear la realidad, encuentra su camino en el arte por vía de la explotación de su propio lenguaje. Estas peculiaridades, entre las que se pueden nombrar los registros de luces y de sombras, el movimiento, el encuadre, la posibilidad de registrar ese segundo irrepetible, y recientemente el color y todas sus posibilidades digitales –como el fotomontaje– constituyen en sí mismas las formas de expresión que, dirigidas convenientemente, pueden constituirse en verdaderos enunciados artísticos.
Sólo cuando la fotografía es capaz de renunciar al registro visual de orden ‘mimético’ (¿objetivo?) es cuando ingresa en la gramática del arte.Aunque en rigor esto acontece casi siempre desde la perspectiva del lenguaje del medio, teniendo en cuenta que la realidad nunca puede ser registrada en el sentido estricto de la palabra, porque en definitiva, lo que la fotografía ofrece es una imagen similar o ‘idéntica’ al modelo sobre un soporte específico (papel en general) y, por consiguiente, este registro factual no constituye la ‘realidad’ misma. Además de filosófico, es un tema de aproximaciones, y estas aproximaciones surgen del verdadero objetivo del artista, palabra que reúne un aspecto material (lente) y un aspecto volitivo (intención), curiosamente, ambos guiados por la mirada.
Las aproximaciones a tal o cual imagen (o tipo de imagen) siempre estarán determinadas por los fines del individuo que maneja la cámara y aquí se encuentra la diferencia sustancial entre un amateur y un profesional, por ejemplo. La profesionalidad revela conocimiento y maestría en el uso del medio, y muchísimos reporteros gráficos aún no siendo ‘artistas’ profesionales, nos han deleitado con tomas magníficas de gestas deportivas, por ejemplo, por la precisión de su enfoque y su registro oportuno.
Las imágenes fotográficas que utiliza Philippe Ramette encierran mucho de documento gráfico (de ‘realidad’), pero están magistralmente intervenidas, es decir cargadas de creatividad, surgida de una permanente controversia o paradoja entre lo ‘real’ y la relación del autor con este ‘real’. El artista siempre está presente en sus fotografías, y no precisamente como un autorretrato, más bien como un voyeur. Un observador que mira el paisaje desde un punto de vista imposible y que nos conduce, por la vía de lo inverosímil, a considerar su mundo –y en cierta medida al nuestro– como posible.
La propuesta, si se quiere, es muy sencilla: eliminar la gravedad y por otro lado producir la sensación de que el hombre se puede comportar como un insecto, adhiriéndose a las paredes y los techos y ubicándose en lugares donde sólo este tipo de animales, a veces con sus patas almohadilladas o mediante sus alas, pueden llegar. Al mismo tiempo pareciera que el hombre puede desarrollar mecanismos de respiración debajo del agua, como los animales marinos. Todo ello produce un efecto verdaderamente kafkiano, efecto que surge de la paradoja visual, sutilmente elaborada Una verdadera metáfora visual, convincente de la irrealidad de la realidad o de lo real de lo irreal, jugando, además, con el sentido del humor.
La experiencia de observar estas piezas es movilizadora y la impavidez del personaje –el autor y único ser humano que se advierte– parece reforzar el enigma de la idea que se nos propone. El personaje puede considerarse como un intruso que no pertenece al reino de lo existente, y como el gato de Cheshire, nos sonríe desde su propia sonrisa, último vestigio de su existencia visible. En otros casos de metáforas más fuertes, el título de la obra proporciona la clave de su interpretación. Ramette podría inspirar relatos como el de Alicia en el país de las maravillas porque su fantasía es contagiosa. A partir de la imagen que él crea (por medio del interjuego de las imágenes) podríamos
llegar a elaborar un fantástico epílogo para sus aventuras.Naturalmente, para inducirnos a este tipo de reflexiones, el artista necesita ser convincente, Y lo es, mediante su técnica. Sus fotografías de gran formato y a todo color imponen una presencia tan seductora como rigurosa. Ramette es polifacético y en esta muestra nos invita a conocer la génesis de alguna de sus fotografías a través de dibujos a tinta, que naturalmente tienen menos impacto que sus grandes ploteos, aunque al mismo tiempo no están exentos de humor.
Incursiona también en la escultura, o mejor dicho con formas espaciales, algunas de las cuales han servido para incorporar a las propias fotografías. Ha inventado ciertos artefactos, en madera, por ejemplo, que luego incorpora al personaje, cuando considera que la sola presencia del ser humano en el paisaje no es suficiente. Llama la atención un cerebro de metal reluciente, posiblemente realizado como símbolo de la capacidad del hombre de crear, de inventar y de imaginar, capacidad que el artista nos revela como una de sus principales características.
Título de la muestra: Philippe Ramette. Artista: Philippe Ramette.
Lugar: Fundación Atchugarry.
Fecha: enero-febrero 2013.