Wakolda, nueva película de la argentina Lucía Puenzo, candidata al Oscar
Por Wilmar Umpiérrez
Estamos en el otoño de 1960 y vamos por una carretera patagónica desértica rumbo a Bariloche. Acompañamos a una familia que va a hacerse cargo de una hostería que una abuela alemana les heredó simpáticamente. En el camino entablan relación con un veterinario y genetista teutón que se ofrece a tratar a la nena de la familia que parece tener algunos problemas de crecimiento. Tiene doce años pero aparenta ocho, y no deja de jugar con una muñeca, la misma que le da nombre al título del filme. Primero no hay quórum para aceptar el ofrecimiento del extraño, pero terminan diciendo que sí, que haga lo que pueda.
Mientras, la familia procura hacer pie en un marco geográfico tan bello como hostil y la chica comienza a despertar en todos sus sentidos y se ve atraída por el profesional que parece tan serio y bueno. Así viene Wakolda, la tercera película de la directora argentina Lucía Puenzo (XXY, El niño pez) y que será la candidata al próximo Oscar por parte de la vecina orilla y sirve para corroborarla como una estupenda narradora que busca en el detalle fino la diferencia para hacer una buena película.
La nena se llama Lilith (una exuberante Florencia Bado, otra promesa para el cine argentino), la madre es Eva y está embarazada (ya no sorprende la solvencia de Natalia Oreiro, soberbia en su trabajo y hablando en el idioma de Goethe) y el padre se llama Enzo (otro rendidor de tiempo completo como Diego Peretti). El alemán en cuestión es el catalán Alex Brendemuhl, que viene a prestarle el rostro al criminal de guerra nazi Josef Mengele, el mismo que experimentaba con los prisioneros de los campos de concentración, antes de darse a la fuga y terminar en estas pampas donde se dio el gusto de casarse en nuestra Nueva Helvecia para luego morir tranquilo en una playa brasileña.
Como dijimos, Lilith (figura mitológica para el judaísmo) comienza a sentirse atraída por ese extraño doctor y empieza a espiar sus movimientos. Digamos que la atracción es mutua aunque por diferente motivo. Si bien al principio el personaje no les cuadraba del todo a los padres de la chica, comienzan a tenerle confianza cuando sus conocimientos parecen tener un buen impacto en el cuerpo de la adolescente, aunque para Enzo no deja de ser algo incómoda la intromisión del extranjero. Para acentuar ese acercamiento, el científico le banca de su bolsillo la instalación de una fábrica de muñecas a Enzo, las Wakoldas, que serán blancas, bien rubias y de ojos muy azules, como quería el führer.
Lo siniestro en esta película está brindado por múltiples factores, algunos manejados con sutileza, otros que suenan como un golpe seco sobre una mesa. Puenzo desarrolla algunos movimientos inteligentes, pero pasados los hipnóticos dos tercios de la cinta, la cruda tensión cede ante cierto facilismo disfrazado de thriller político, que no deja mostrar todos sus dientes al monstruo que se esconde. De todas formas estamos ante una apuesta arriesgada que se salva en buena medida gracias al peso actoral de Oreiro.