Por Carlos Diviesti.
Las comunidades religiosas tuvieron cotas muy altas en la pantalla (Ordet, Carl Theodore Dreyer, 1955; Testigo en peligro, Peter Weir, 1985; Stellet Licht, Carlos Reygadas, 2007), por lo que una nueva incursión en este territorio -aún más si tomamos en cuenta la mirada eminentemente femenina de dicha incursión- generaba una expectativa que no se condice del todo con el resultado final de esta película.
Basada en la novela de Miriam Toews, que especula una posible verdad a partir de la invocación de ciertos hechos reales, la decisión que toma un grupo de mujeres contrariando las costumbres atávicas de la comunidad menonita (el abuso sexual y su enmascaramiento detrás de la posesión demoníaca) merecía un procedimiento cinematográfico tal vez menos amparado en el discurso bidimensional de la palabra y más cercano a una acción dramática que expresara los insondables estados del alma y que tan bien trabajaron los grandes autores de la historia del cine. En este caso la mera verbalización de los hechos, de sus consecuencias y de las íntimas resonancias en cada una de estas mujeres -sin tomar en cuenta la leyenda que aparece a los cuatro minutos de iniciada la película y que indica que “lo que sigue es un acto de imaginación femenina”-, pierden fuerza y emoción por lo explícito de las intenciones.