Por Daniel Tomasini.
Lacy Duarte fue una artista entrañable: su arte corresponde a un estado emocional que proviene del centro del sentimiento, de esa capa de tierra que con su fertilidad abona el humus de la existencia. Su arte es de corte genuino en lo que tiene que ver con el uso del color a cuenta de la propia sensación para transmitir emociones puras –no contaminadas por pensamientos estéticos o académicos en busca de tal o cual idealidad o perfección–, las cuales se extraen exclusivamente mediante una síntesis de pigmentos y un gesto en el dibujo. Esta gestualidad gráfica está eximida de cualquier signo de pretenciosa grandilocuencia. Todo lo contrario: sus personajes, tanto en el plano como en el espacio, despliegan una rusticidad y una inocencia que sólo quien posee pureza de sentimientos puede expresar de esa forma.
Nacida en la frontera con Brasil, a Lacy Duarte parece que le fue incorporado el color de su terruño, con matices de rojo hierro y amarillo ocre. Desde esta base cromática, con timbre moderado y profundo construye sus sinfonías, en las que el azul aparece como la nota más esperanzadora. Una artista comprometida con lo humano, especialmente con la vida dura de la mujer del campo, amasa su paleta con una fuerza telúrica que atrapa interioridades a la manera del hechicero que conjura los espíritus. En este deambular que al mismo tiempo es batallar por la existencia, la suya y la de otros, Lacy Duarte presentó en alguna oportunidad sus pensamientos en palabras que asoman tímidamente en las pinturas, como una denuncia clara y simple, sin violencia. En algunas de sus obras asumió un sincretismo que recuerda la pintura de íconos del arte popular, tan ingenua y tan directa como la pregunta de un niño. Con esta ingenuidad, cargada de fuerza plástica, la artista interrogó y se interrogó, describió la soledad en metáforas plásticas que participan en la categoría de pintura metafísica, por tanto su mensaje se comprende a partir de las asociaciones plásticas que sólo un gran artista puede conseguir. En otros casos, dirige su atención a las prendas de trabajo que representa dentro de un universo de formas, donde se reconoce un signo de gratitud a partir de la imagen que simbólica y plásticamente las enaltece.
Lacy Duarte construyó historias cotidianas, conmovedoras por su sencillez, profundas por su simplicidad. Sus objetos también participan en este carácter icónico e incluso chamánico. Son obras cargadas de una inmediatez que sorprende, incluso cuando se refieren a composiciones grupales. El aspecto de brutalismo técnico se revierte en un mensaje de conmovedora franqueza que su dibujo, tanto en el plano como en el espacio, transmite. No podemos hablar, sin embargo, de arte naíf; tampoco podemos hablar de expresionismo a ultranza. Porque todo está mediado por un aire de sentimiento posiblemente vulnerado o herido, pacificador y resistente, sutilmente femenino y, sin embargo, redimido por la forma y el color. Lacy Duarte exprimió su factura con el peso de su experiencia y encontró en cada composición la manera de vencer a la muerte y al dolor. Un homenaje más que merecido a una artista que demostró que el arte penetra más allá de la imagen y que puede mostrar más de lo que se puede ver.