La cultura en tus manos

Famoso a lo uruguayo. Con César Troncoso

24 octubre, 2025

Foto por Mario Cattivelli

Por Isabel Prieto Fernández.

Nacido en Montevideo, con una trayectoria como actor dentro y fuera del país, César Troncoso es un claro exponente de la actuación uruguaya. Revista Dossier fue al encuentro del artista sin saber que encontraría un vecino más.

El decir que en Uruguay no hay farándula es un lugar común, pero una piensa en un sinfín de gente valiosísima arriba de las tablas o tras la pantalla del televisor y es difícil de entender esa frase que utilizamos como una sentencia. Sobre todo cuando una tarde fría te encuentra rumbo a la casa de César Troncoso. Inevitable pensar en El eternauta. En unos minutos vas a estar hablando con un actor de fama internacional. Si hasta ganas de decírselo al taxista te da, pero no hay tiempo porque hay que repasar la entrevista que una imaginó, cómo salir del paso cuando ese hombre, el entrevistado, te deje en falsa escuadra. Yo leí muchas entrevistas con actores o a actrices conocidas que, de golpe, hablaban de algún director de vanguardia y se podía adivinar –y hasta sufrir– la ignorancia del periodista. 

Bajé del ascensor en las alturas del décimo piso y me recibió un hombre de barba, con gorro de lana y camisa leñadora. Pasé, me ofreció un té, elegí el de hierbas. Se fue a la cocina, supongo, y volvió con dos tazas, me dio la que me correspondía, vi un incienso que largaba una estela fina de humo, vi adornos en las paredes y vi su cara. Yo conocía al actor, pero por primera vez vi la cara de César Troncoso y pensé ¡qué actorazo este ser humano!

“Nací en Obreras y Empleadas; mi vieja me parió ahí. La primera casa en la que viví de bebé fue en Rondeau y Caraballo, a la vuelta de la casa de mi abuela. Al año, más o menos, nos mudamos a un almacén con vivienda, en Rocha y Blandengues, donde estuvimos hasta mis quince, que nos fuimos a dos cuadras de ahí. En el 82, con el tema de ‘la tablita’, mis viejos volvieron a España y yo me quedé”, cuenta.

El joven César tenía diecinueve años cuando se fueron sus padres, y hacía dos que trabajaba en un estudio “de auxiliar contable y más nada; no me interesaba en lo más mínimo”, aclara, como para que no haya confusión. 

El eternauta.

Se puede decir que el teatro le llegó por casualidad, de la mano del padre, que en un tiempo tuvo un boliche a la vuelta del Teatro del Centro, donde concurrían actores que lo invitaban “y mi viejo nunca fue al teatro, en cambio yo sí iba, pero más que nada al cine, porque era socio de Cinemateca Uruguaya y veía cine, aunque no tuviera un mango. Al final me hice espectador de los dos mundos. Me hice asiduo de las obras de Teatro Uno, que lo llevaba adelante [Alberto] Restuccia y [Luis] Cerminara, y también iba mucho al Circular, donde veía El Herrero y la Muerte, Doña Ramona… Por esa época me casé, me divorcié, quedé medio en banda y me metí a estudiar teatro con Restuccia y no paré más”, dice. 

Sus estudios no quedaron por allí, sino que, con su compañera de grupo, la actriz María Dodera, se fueron juntos para La Gaviota, escuela de la que ambos egresaron a los tres años de comenzar. Para entonces, las pretensiones en la actuación que tenía Troncoso no eran demasiado elevadas: “En esa época lo que uno imaginaba era que podías hacer alguna obra, que te podían llamar y no mucho más que eso. Mi pretensión nunca fue salir del país. Lo que me planteaba era seguir laburando en el estudio contable, salir a las siete de la tarde, ensayar tres meses, tres meses más de obra y así sucesivamente, sin aspiraciones de nada”. Aunque ese fervor teatral sería fundamental para el éxito de hoy, basta recordar aquel dúo cómico famoso, Suárez-Troncoso, que hizo reír a una generación de jóvenes y no tanto en los años noventa. 

Y ahí, en ese momento clave de la entrevista, la pifié: “Y llegó la propuesta desde Brasil”, dije, sorbiendo una década de vida con el resto de té que quedaba en la taza. “No, no, no. Brasil vino con el cine. Y yo a los cuarenta años hice cine por primera vez con El viaje hacia el mar; hasta ese momento todo fue teatro. Luego vino Matar a todos y después El baño del Papa, y ahí aparece Brasil. Claro que fue un gran salto”, dice, mientras reconozco la mirada del Tano Favalli en sus ojos; no se lo digo para no entreverar más la cosa. Pero tengo a César Troncoso frente a mí. Un actor serio como tantos, y un tipo famoso como pocos. Trabajó para Rede Globo, para HBO, para el streaming de Walt Disney, para Netflix… Quiero pensar que este pueblo que se enorgullece de su teatro, tiene algo que ver con su trascendencia, que de alguna manera le exigimos, lo presionamos, lo llevamos hacia el lugar que ocupa, y se lo pregunto. Su respuesta fue una lección de uruguayez: “Estamos hablando de treinta años atrás. No sé si estamos hablando del tipo de público o estamos hablando de que es la salida de la dictadura. Quiero decir, también era un tiempo en el cual Cinemateca reventaba, todo el mundo iba a la Feria del Libro, todos sacaban un libro por mes de Banda Oriental. Salimos de la dictadura muy fuertes culturalmente, con el canto popular y todo eso que ahora medio que se desdibujó. Capaz que tiene más que ver con eso”, se hace el que duda de algo que, obviamente, tiene claro. Porque es cierto, estábamos hablando de un tiempo en que las obras eran fuertes: “No sé si el público nuestro es más exigente. Por ejemplo, Argentina tiene un teatro independiente de primerísima línea, muy grosso, tiene dramaturgos impresionantes y eso desde siempre. En aquel tiempo, estaban Los bañeros más locos del mundo haciendo aquellas cosas con las minas en tanga y qué sé yo… pero también estaba Adolfo Aristarán haciendo Tiempo de revancha, Plata quemada… También se había hecho La Patagonia rebelde y también Quebracho. Creo que son mundos y son momentos, y que la post dictadura generó una serie de cosas que medio se fueron perdiendo y quedamos con este mercadito chico. Y lo que en realidad termina sucediendo es que, al día de hoy, el espectador promedio no va al teatro o de repente va a ver a Pacella, que está en la tele, o Nuestras mujeres porque estamos Franklin [Rodríguez], Diego [Delgrossi] y yo, pero no te ve obras complejas, los dramas…”. Y queda en suspenso, mirándome a la cara y luego observa sus manos. Creo que aún no lo dije, pero Troncoso habla con la boca y con las manos, que son compañeras de sus palabras. En ese instante que me miró fijo, mientras el resto quedaba inmóvil, interpreté que estaba pensando en el nombre de una obra, pero no, lo que venía era una reflexión: “Durante mucho tiempo escucho esa frase de ‘Yo quiero cosas que me hagan reír, porque para dramas ya está la vida’. Lo dice un montón de gente…”. Y vuelve a quedar en pausa y yo asiento, quizá para que no piense que nunca la escuché; yo no solo la había escuchado, había ido más allá, haciéndome eco en más de una ocasión. Fue una suerte no haberle dicho eso, porque él la refutó: “Como si uno no viera dramas en televisión o como si no hubiera interés y entretenimiento en la posibilidad de ver algo un poco más serio que la risa, que la comedia. Pero, por otro lado, tenés el otro espectador. Yo qué sé… Creo que hay diferentes públicos, diferentes coyunturas, para mí que eso se diera a la salida de la dictadura tiene que ver”, saldó. 

El baño del Papa.

Llegó el cine 

“¿Y mientras tanto seguías trabajando en el estudio?”, pregunté para salir del lugar donde me había metido. “Sí, las primeras películas las hice pidiendo licencia sin goce de sueldo, porque no imaginaba que iba a tener tanta continuidad, que iba a ganar premios y que, además, iba a tener las chances de trabajar en Brasil. El viaje hacia el mar la hice en 2003 y renuncié como nueve años después. En determinado momento me llaman de Argentina, la productora de Luis Puenzo, para trabajar en Infancia clandestina, de Benjamín Ávila, con Ernesto Alterio y Natalia Oreiro. Yo trabajaba en el estudio [contable] y me estaban ofreciendo un rol que se decía secundario, pero era protagónico porque estábamos los tres a la par, con el niño Teo Gutiérrez. Y también viene El baño del Papa. Pero mientras hacía Infancia clandestina en Buenos Aires, recibo una llamada telefónica de San Pablo, de la directora Tata Amaral, para ofrecerme un personaje también bastante protagónico en la película Hoje, con Denise Fraga, una actriz brasileña muy conocida. El idioma fue un reto. Al principio costó un poco, pero después que hice la novela en TV Globo, que estuve nueve meses viviendo allá, mejoré mucho. Igual ya venía trabajando sin problemas, chapuceando, aprendiendo cosas de memoria, pero lo conseguí”, dice con una sonrisa. 

Pero este actor no se queda solo con las ganadas o las empatadas (“Me llamó Jayme Monjardim para un papel chiquito, tuve tres días de rodaje porque me mataban enseguida”, diría más adelante), sino que también cuenta el entorno en el que se iban dando esos procesos. Por eso digo que es un famoso a lo uruguayo: “Cuando se juntó Infancia clandestina en Buenos Aires y tenía que pedir un mes más de licencia para hacer lo de Brasil, que me lo estaba ofreciendo Tata Amaral, le pregunté a mi mujer qué hacía, si ella veía bien que pidiera un mes más de licencia o si largaba el laburo, y Adriana me decía que le daba la sensación de que era el momento en el que podía dejar. Además, las condiciones laborales de ella habían mejorado y tenía un salario mensual que nos servía de base para no tomar riesgos excesivos; y renuncié”. 

Marx in Soho.

Luego Monjardim cumpliría la promesa que le había hecho: “Me gusta como actuás; te voy a llamar”, y lo convocó para la novela Flor del Caribe. El actor se fue a vivir a Brasil, “pero solo los meses que duró el rodaje, vivía en Río de Janeiro, en Barra da Tijuca”, dice y aclara: “Es el lugar que te dan ellos, te reciben, te hospedan, te dan transporte… Fueron nueve meses, lo máximo que viví de corrido en Brasil”.

Entonces vi un gesto que no puedo definir, porque no fue de disgusto, quizá un destello de asombro en sus ojos mientras se escuchaba decir “lo máximo que viví de corrido en Brasil”, así que le pregunté si había sentido cierto choque cultural. El titubear de la respuesta me indicó que, esta vez, no me equivoqué: “Si… No… Bueno, sí, es un poco distinto. Con Argentina no tengo problemas porque es más o menos lo mismo, más allá de algún detalle de idiosincrasia y niveles energéticos un poco diferentes, pero Brasil… ¿Cómo explicarlo? No llegué a un lugar con las mismas condiciones que tenía acá, estaba uno o dos escalones más arriba, porque llegás a TV Globo siendo figura, en el rol de actor internacional. Por eso te llaman, si no se arreglan con un brasilero. Ellos te colocan en un lugar de relevancia, con mejor salario, te dan un apartamento con vista al mar, estaba frente a dos islitas preciosas… Entonces no es solo la diferencia de país y de lenguaje, sino que, además, tenés la otra diferencia, la de clase social que te atribuyen. Pero, aparte, es precioso Brasil y, volviendo hacia atrás, como que las cosas se fueron dando con El baño del Papa, de [César] Charlone y Enrique Fernández; es ahí donde se produce ese punto de inflexión en mi vida. Charlone vivía allá, tenía mucho prestigio y un entusiasmo contagioso, y la película tuvo un montón de premios: acá, en Gramado, en San Sebastián, en Huelva, en México… Eso fue grandioso”. 

César Troncoso cuenta que por esa época, por la de El baño del Papa, que fue en 2007, también trabajó en Matar a todos, de Esteban Schroeder, sobre el caso Berríos, y a eso se sumó un rol secundario en XXY, de la argentina Lucía Puenzo. Y los recuerdos de las películas entran a fluir, pero de manera cronológicamente inexacta, como son las cosas que marcan a la gente, que muchas veces no tienen fechas claras, pero suelen tener nombres: Paulo Nascimento, Daniel Hendler, Benjamín Ávila, Buchichio y otros, hasta “unos pibes de Curitiba, uno de ellos era Alyson Muritiba, con quienes hicimos una película llamada Circular, con Roberto Suárez, que también fue. No sé, solo en Brasil debo de tener como doce películas. Siempre, en todos lados donde estuve, Brasil, Argentina, México, en todos los lugares encontré un montón de gente muy linda”. 

El eternauta.

El eternauta

El tiempo iba pasando y yo no encaraba lo que está poniendo a César Troncoso en todas las casas, que no es ni El baño del Papa ni las telenovelas brasileñas. Lo que interesa hoy es El eternauta. Pero yo también debía hacer mi proceso ante este actor que tiene tantas capas como personajes representados. Me explico: hay colegas suyos que, más allá del nombre y el rol que adopten en la ficción, se repiten una y otra vez. Entonces la entrevista es más fácil, porque una ya conoce a la persona. Al actor lo vi un montón de veces, hasta sin querer. Recuerdo haber googleado en algún momento si ese hombre que aparecía en la pantalla era Troncoso. Y cuando no actúa es más difícil de reconocer todavía. Por eso no me llamó la atención cuando dijo que paseaba a la perra, que cuando El eternauta estaba en pleno auge, fue a la feria vecinal con ciertos reparos, pero “no pasó nada, charlé con la gente como siempre”. Y sí, no pasa nada porque es tremendo actor, porque cuando actúa está despegado, pero tiene tan asumido su papel de laburante, que se confunde entre el vecindario. Así que en determinado momento fui al grano, preguntando cómo surgió lo de El eternauta.

“Con El eternauta no sé cien por ciento cómo fue, pero terminó siendo un proyectazo para la República Argentina y para Netflix en particular, en ese espacio audiovisual que se llama Hecho en Argentina, en el que hay un montón de cosas, pero El eternauta, en algún punto, se convirtió en su caballito de batalla y salió muy bien. Es cierto, tiene la figura de Ricardo Darín, que es convocante de la serie, pero, aparte de eso, hicieron muchos castings, hubo mucha gente que los hizo. Y ahí llego yo, creo que convocado por María Laura Berch, que era la directora de castings junto con Iair Said; yo ya había trabajado con ella y un par de veces con el Chino Darín, el hijo de Ricardo, entonces por ahí había un conocimiento que me arrimó a la serie. Después hice todo un proceso de castings, en el que uno fue vía Zoom, después me citaron en Buenos Aires para que me viera el director, Bruno Stagnaro, que también es el guionista, el alma mater. Ese casting lo hice con otro actor, no con Ricardo [Darín]. Volví a Montevideo sin saber mucho, aunque intuía que había ganado puntos como un posible Favalli, y en la tercera convocatoria ya estaba Ricardo y armamos la escena del truco, yo haciendo de Favalli y Darín de Juan Salvo. Había otros actores, pero a la semana y media mi representante me dice ‘quedaste’. Fue muy loco”, dice con una sonrisa.

Lo que Troncoso no imaginaba es la proyección que tuvo la serie, más allá de que para él Ricardo Darín es una figura que se impone, y no puede disimular la admiración que le tiene: “En Argentina hay grandísimos actores, está todo el mercado mexicano con un montón de actores muy reconocidos, qué sé yo… Hay actores en un montón de lados, pero la figura de Ricardo Darín me parece que internacionalmente es muy grosa y es el número uno de los que siguen radicados en América Latina, ¿no? Es un actor muy sólido. No se me ocurre otro que tenga tanta presencia internacional y que lo adoren”, manifiesta y recalca: “Porque lo adoran”.

Aun así, con ese concepto de Darín, César llegó a suponer el éxito de El eternauta en Argentina, en el resto de los países de América Latina y en España, “donde cada vez que actúa Ricardo es con localidad desbordada”, pero nunca imaginó la proyección que tuvo la serie en Japón y en los países nórdicos: “Ni que fuera número dos en Francia, atrás de Asterix, o su posición en Netflix Estados Unidos. Paulo Nascimento, que está en Nueva York, me mandó una captura y El eternauta está número tres en el país donde la ciencia ficción siempre estuvo a la cabeza. La verdad que la serie rompió todo”.

Pregunto si le quedó alguna amistad con Darín: “Tenemos un lindo vínculo, la pasamos muy bien cuando estamos juntos trabajando. Y no solo con Darín, con casi todos, porque son tipos y tipas bárbaras. De verdad lo digo, no es una propaganda de la casa productora. Fueron siete meses con un divino clima de laburo. Obviamente había cansancio y alguna molestia puntual por la propia dinámica. Fijate que con Ricardo corríamos como locos, con las ropas esas, con las máscaras en la cara y, la mayoría de las veces, éramos nosotros de verdad, no es que haya cuatro dobles para cada uno. Corríamos con la máscara, con la ropa de bomberos que es pesada, y, sin embargo, siempre hubo buen trato. Creo que había como un convencimiento de que el proyecto valía mucho y entonces todo mundo se esforzaba, pero muy contentos a la vez. Con cualquiera de todo el elenco, da para sentarse a tomar café, para charlar un rato y para hacer chistes, porque son gente encantadora”.

Para dar el tema por saldado, quiero saber cómo influyó –e influye– toda esa experiencia en su casa, en su comunidad, en su entorno: “El otro día hubo una reunión acá, soy socio de la Biblioteca Social del Parque Posadas, que es muy linda y completa. La gente me preguntó si podía dar una charla y yo dije ‘mirá, yo conferencias no sé hacer, pero si hay preguntas las respondo’. Hicieron unos carteles muy lindos poniendo que iba a ir tal día, y se llenó. Me sorprendió que fuera tanta gente. También hay unas cuantas personas que me saludan por la calle, pero todo tranquilo. Mañana [por el jueves 26 de junio] voy a ir a una escuelita acá al lado, me contactó uno de los maestros, que los pibes estaban interesados. Pasan ese tipo de cositas. Y en mi familia me dijeron no sé qué de ‘mirá, qué nivel, actuando con Darín’, pero fue un rato; ya se les pasó y está bien. Mejor que la vida sea relajada y tranquila. No quiero esos sofocos, ya los he visto en otros compañeros y no quiero ese tipo de éxito para mí; no están muy buenos”. 

La entrevista estaba llegando a su fin y yo no quería dejar de decirle que, más allá de Darín, a mí me había gustado mucho cómo actuaba él. El comentario de Troncoso fue consecuente con todo lo anterior en forma y contenido: “Claro, lo que pasa es que por más que tus problemas domésticos te lleguen, cuando estás un tiempito viviendo en otro país no tenés mucho para hacer al respecto, un montón de veces no podés resolver nada, pero sí estás al servicio de hacer lo que fuiste a hacer. Si estás en tu país, también tenés que atender otras cosas: pagos de cuentas, crisis que puedan aparecer, comprarle comida a la perra… Hoy vino un cortinero a reparar la persiana y de esas cosas no podés zafar estando en tu casa. Las tenés que hacer porque los demás también tienen su vida y otras complicaciones extras. Estando en el exterior, estás solo para trabajar y eso hace la diferencia. Yo lo disfruto”.  

Por supuesto que no salí de ese apartamento sin elevar mi queja por el truco, que Favalli no cantó como dijo en una parte de la partida, porque había estado revirando el envido con Salvo. Troncoso me confesó que Favalli era un mal jugador de truco, “como yo”, dijo, “en cambio Ricardo es muy bueno”. Salía pensando que Darín sería bueno, pero Salvo no, y para quitar de mi cabeza la fantasía de cómo sería una partida de truco con Darín (con muestra, dicho sea de paso), le pido a César Troncoso si me envía un mensaje con la música que le gusta.

Bajando del ascensor, ya en tierra firme, suena mi celular. Al hombre que está diez pisos más arriba le gusta todo: la bossa nova, samba (¿o zamba?), el rock argentino, Cabrera, Jaime Roos, Rada, flamenco, “además de tango escucho a Piazzolla, que es un poco más otra cosa, me gustan un montón de tangos, pero destaco ‘Nada’, ese que dice ‘nada, nada queda en tu casa natal, solo telarañas que teje el yuyal’. ¡¿Ya te dije que escucho jazz?! Si no lo dije, lo digo”. ¡Al fin le salió el glamour! Justo cuando yo bajaba de la vereda a la calle. 

Entre idas y vueltas, la vida.

Pero siempre volvés.

Sí, vuelvo y trabajo, porque ya me pasó de estar seis meses sin hacer nada.

¿Qué te pasa cuando pasa eso?

Y trato de meter una obra de teatro o algún otro tipo de trabajo, o si no… bueno, nada. Paso en mi casa, bajo a la perra, miro películas, dibujo, barro…

¿Y cómo te sentís?

A veces te ponés un poquito nervioso porque hay una cosa que evidentemente cambió. Yo ya no puedo pensar en mi vida mes a mes a nivel de ingresos, tengo que pensar año a año; es anual. Tenés que razonar de otra manera, pero estar seis meses sin hacer nada es mucho tiempo y eso a mí me pone nervioso y te empezás a hacer preguntas. Además, querés salir de tu casa, porque hay un momento en que no podés. A veces pienso en hacer un curso de algo, serigrafía, por ejemplo, que con el dibujo capaz que se da bien. Y después digo, “¿y si en dos meses te llaman y tenés que largar todo, dejar el curso que comenzaste por la mitad?”. O sea, esas cosas te dan cierta ansiedad.

Pero así es la vida de quienes viven de la actuación, ¿verdad?

Es que el problema este no surge tanto con el cine en sí mismo, sino con las películas que hacés afuera, porque te tenés que ir. Pero si las películas las hacés en Uruguay, capaz que podés negociar. Por ejemplo, hacer la función y a la vez estar en la película. Eso me ha pasado y se puede. 

¿Entonces?

Entonces trato de meter teatro. Además, siempre tengo la sensación de que un día no voy a continuar viajando y, en ese caso, lo que me va a quedar es el teatro en Uruguay. Yo no he hecho teatro en ningún otro lado. Para mí es como cuidar lo propio. De algún modo, lo permanente es eso.

¿Qué te gustaría que viniera?

Tengo, obviamente, la segunda temporada para hacer, y lo que quiero son lindos roles en películas, cobrar un poquito mejor, ponele. No es para cambiar el auto, es para tener un poquito más de tranquilidad para hacer frente a esos seis, siete, meses en el que no te llama ni el loro y poder transitarlos sin preocuparte. Quiero, por supuesto, continuidad de trabajo, y ya está. Ah, y tengo una película uruguayo-boliviana para ser hecha. La fecha tentativa es agosto. Se trata de una coproducción con Uruguay. Estoy en contacto con el productor uruguayo que es Fede Moreira. Se filmaría una parte en La Paz y otra en Montevideo.

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