La cultura en tus manos

Quijota, a 420 años del Quijote en la Sala Lazaroff

La locura de estar cuerdos

20 octubre, 2025

Por Eldys Baratute.

Foto: Leandro Galetta

En el año 1605 Miguel Cervantes publica Don Quijote de la Mancha, el texto más reconocido de la lengua española. No solo por su cuidadosa redacción, sino por el carácter simbólico de una obra que pasa de ser entretenida e hilarante a una dura crítica a la sociedad. La novela aborda temas como la locura y la búsqueda de la identidad. Publicada durante el Siglo de oro español, Don Quijote de la Mancha refleja las tensiones entre la realidad y la idealización romántica de la vida.

Con más de cuatro siglos de diferencia, Sergio Luján y el Laboratorio de Práctica Teatral estrenan Quijota en la Sala Lazaroff. Una puesta en escena atrevida que, si bien toma a Alonso Quijano y a su alter ego, Don Quijote de la Mancha, como referentes, ofrece, como toda adaptación, una visión propia de este personaje que ha trascendido la literatura para ser llevado al cine, la radio, las artes escénicas, la música y las artes visuales. Me atrevo a decir que Cervantes es uno de los autores más versionados en la historia del arte.

Foto: Leandro Galetta

Conocedor de ese riesgo, Luján estrena con un personaje femenino como protagonista. No hay Sancho Panza aquí, o tal vez sí; no hay Rocinante, o tal vez sí; no hay Dulcinea, o tal vez. Todo puede suceder cuando la trama obedece a la conjugación de lo que ocurre dentro y fuera de la imaginación de esa profesora de literatura que, en sus últimos años, comienza a confundir la realidad con la fantasía y con ello provoca esa misma confusión en el público. ¿Locura, alucinación, esquizofrenia, carencias afectivas, soledad, necesidad de otras realidades, ganas de vivir, de morir, de reencontrase con sus muertos? No hay respuestas para tantas preguntas que intentará ir respondiendo cada uno de los espectadores, quizás cuando lleguen a casa y piensen.

Esa noche tuve el placer de ver actuar por vez primera a Susana Anselmi, una actriz imponente, que incluso cuando no está en escena hace notar se presencia. Con un gesto mínimo, un movimiento de los ojos o de las manos, una sonrisa, una mueca, un desplazamiento tímido por el escenario, hace que la obra sea ella y ella sea la obra. Verla en segundo plano, al fondo, demostrando con el solo gesto de arreglarse el pelo toda la soledad que acompaña al personaje, te obliga no ver a más nadie y quedarte con ese gesto.

De cierta forma, la puesta también es un homenaje a Susana, a su perseverancia en la escena, a su coherencia. De ahí que aparezca parte de su historia en fotos, de ahí que no pueda faltar el homenaje a su amigo Luis Eduardo González González, desaparecido en la dictadura, de ahí que fuera ella quien cantase Le vent nous portera, que es también un homenaje a la vida.

Foto: Leandro Galetta

Al inicio de este texto comentaba que la puesta era atrevida, porque si bien tema y referente son conocidos, Luján elige mostrar lo que sucede en el imaginario de la profesora de literatura, mezclado con lo que ella misma siente. Hay personajes nacidos de sus lecturas, pero también hay nostalgia, recuerdos, ilusiones. Pasajes quizás inconexos, con personajes variopintos, estrafalarios, fantasiosos, que entran y salen de escena de la misma forma en que entran y salen de la cabeza de Anselmi. Distintas épocas, distintas regiones, con seres reales y ficticios, se unen para crear un mundo surrealista, garciamarquiano, místico, universal y al mismo tiempo personal. 

Hay dos momentos de marcado lirismo, en donde la metáfora (esta es una obra sobre la metáfora) llega a un alto nivel. El primero, cuando se superpone el personaje que interpreta Anselmi con el fotograma de ella sobre el telón blanco. De cierta manera todo lo demás se resume a ese instante. El segundo, ya casi al final, cuando la protagonista se muestra tal y como es, sentada en la silla de ruedas, en una fragilidad extrema, junto a su enfermero, quizás Sancho. En ese momento Anselmi no muestra la fragilidad de esa mujer sino la fragilidad de la humanidad toda.

Foto: Leandro Galetta

No puedo dejar de mencionar la música, la banda sonora no es un elemento de transición, no acompaña, no está en segundo plano. La música es Quijota, es Anselmi, la música conecta, hace sinapsis entre los personajes, funciona como hilo conductor y hay momentos que provoca tensión, expectativa. Escuchar el Bolero de Ravel abrazando la Sala fue una invitación a sucumbir a nuestra propia locura.

Igual quisiera señalar un par de detalles a la Quijota. En primer lugar, más allá de la estética que sigue el Laboratorio de Práctica Teatral, al conjugar el teatro con el performance y otras manifestaciones del arte, hay momentos que se vuelven redundantes, sobreexplicativos. Ejemplo claro son los instantes de lectura de los fragmentos de la novela. 

Hay demasiada metáfora en la puesta: armaduras hechas con cartones de huevos, el propio telón(velo) blanco, el pelo que por momentos cae sobre el sombrero, los fragmentos de audiovisuales escogidos, una creyente del panteón yoruba con una pianola, un escenario que se va llenando de trastes como la memoria misma de la protagonista, todo ello para saturarla con la lectura de esos fragmentos imprescindibles para Cervantes pero prescindibles en Quijota.

Foto: Leandro Galetta

Algo más para señalar es el desplazamiento del telón delantero, ese velo no solo funge como parteaguas entre un pasaje y otro, sino que figura como plataforma para la proyección de audiovisuales. Es demasiado plano ese desplazamiento, que por demás se repite muchas veces (necesarias), pero amerita una solución más creativa, menos lineal. 

A Quijota hay que ir a verla, disfrutarla, sentirla, hay que irse de la Lazaroff con el pecho apretado y la cabeza ebullendo, llegar a tu casa y pensar en la obra, llamar a los amigos y debatirla, acosar al director y atormentarlo. Quijota que es Anselmi, que es Luján, que es cada uno de los actores que han vivido su propia locura en la escena. Esa locura que nos mantiene vivo, libres, felices y cuerdos.

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