La cultura en tus manos

Mario Giacoya. El oficio de pintar y el oficio de vivir

1 octubre, 2025

Fotos: Carina Manfredi.

Mario Giacoya nos esperaba en la puerta de la galería Moretti. Disfrutaba de un cigarrillo cuando nos vio llegar. Parecía aliviado cuando entramos. Obviamente, no le gustaba esperar. Era un hombre de aspecto joven y robusto, aunque superaba largamente la mediana edad. Era un hombre de carácter, con mucha determinación en lo que pensaba, con rasgos de intransigencia, que transmitía franqueza.

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‘Sala de espera’.

Lanzamos una ojeada sobre su obra, que ya tenemos estudiada. Su pintura revela una lúcida postura ante el color y la forma que imagina, con un toque –aunque a él no le guste la etiqueta– de arte naíf. Giacoya refiere que no es naíf porque tiene formación de pintor, lo cual es cierto: en general, los artistas de este género son autodidactas. Sin embargo, existe un espíritu naíf que, a nuestro criterio, se manifiesta en la obra de Mario Giacoya, que comunica con cierta ingenuidad y pureza. Su pintura sobre una policromía alta está contenida en las franjas azules del cielo y en el amarillo de la tierra fecunda. La faja verde del monte balancea este esquema. Siempre está presente la idea de la cosecha. Dentro de estas dos franjas se desarrolla la faena de campo, con personajes descritos con manchas blancas con toques de negro en polleras o pantalones, posiblemente la indumentaria habitual en las chacras, debido a que el blanco rechaza los rayos solares.

Giacoya ha alcanzado una conformación estética que reúne la sencillez de los grandes artistas; simplicidad sin ambages, sin pretensiones, tan eficaz como los hombres y las mujeres a los que retrata en sus tareas rurales. Ha consumado un proceso de depuración plástica que contiene una gran potencia visual, soportado por la limpieza del color y la efectividad de los contrastes. Al mismo tiempo demuestra sutileza en el trabajo con los matices, que nunca recarga, con lo que consigue dar sensación de levedad a su pintura, una especie de sublimación del trabajo que, por otra parte, es uno de los más duros que existen. Un hecho tan noble como los productos que se extraen de la propia tierra. Giacoya eleva su canto. Sus cuadrillas de obreros son parecidas a bandadas de pájaros, los que se reúnen para alimentarse de los rastrojos y que reciben con alegría a los hombres y las máquinas que roturan los campos.

El color de Pareja con la estructura de Antúnez

El proyecto estético y plástico de Giacoya tiene una historia, como la tienen todos. Desde muy joven, en Sarandí Grande, Florida, descubrió su afición por la pintura. Dice en tono humorístico: “Nací con una dificultad de fábrica”, y asegura que por eso hacía dibujo y pintura como terapia, ya que tenía dificultades para tocar la guitarra, por ejemplo. Recuerda con emoción el apoyo

que le brindaban sus padres. Probablemente heredó de su padre, que era sastre, el sentido de la elegancia. El estímulo de sus progenitores fue muy importante para el artista mientras lentamente iba descubriendo su vocación. Menciona, también muy afectuosamente, a su profesor de liceo el arquitecto Pérez Iglesias, a Dardo Salgueiro y a Hanty (escultor del águila de San José), entre las personas de las que recibió un generoso apoyo y consejos. Incluso recuerda calurosamente a su maestro de sexto año de escuela, Fabriciano Bermúdez.

En la época de su adolescencia se había fundado en Florida el grupo Amigos del Arte, que estimulaba una serie de actividades. Se aprecia un dejo de orgullo cuando Giacoya dice que en determinado momento pasó a competir con los mayores. Realizó una témpera sobre una hoja de cuaderno, una obra abstracta que ganó un concurso cuyo premio consistía en una visita a Montevideo para ver museos y galerías. Era verdaderamente “el sueño del pibe” para este canario de Sarandí Grande, quien recorrió con ojos asombrados la capital.

‘Próximo a la vendimia’.

Charlamos mientras tomamos café sobre una mesa de trabajo en la galería Moretti. A menudo, nos golpea con el brazo –sonriendo con picardía– para asegurarse de que hemos entendido lo que piensa y quiere transmitir. Seguramente se está divirtiendo mucho. Cada tanto, se reclina y entrecierra los ojos. Después de sus primeros maestros, nombra a Daymán Antúnez (alumno directo del maestro Joaquín Torres García), a quien refiere como el mayor difusor de la estética torresgarciana en Uruguay. A continuación menciona a Miguel Pareja, una figura entrañable para él, de quien dice que fue un extraordinario docente, a quien coloca como un referente del arte nacional junto con Torres.

Giacoya salta de una época a otra. Parece entusiasmado y algo sorprendido contando su vida. “¡Entonces en el 78 llego a Montevideo! –exclama, como si hubiera hecho un descubrimiento especial–. Vine de Sarandí Grande con una beca. Fui a la galería Aramayo y estaba Pareja. Con él discutía todos los días sobre pintura”. Afirma, sonriendo con picardía, que la pelea “era una manera de hacerlo hablar”. Sin embargo, a pesar de estos trucos para hacer que el maestro se mostrara más comunicativo, Giacoya asegura que Pareja lo hacía investigar y sobre todo insistía: “Tenés que aprender de vos mismo”. Acto seguido, compara a los dos grandes maestros uruguayos: con tono serio y reservado –casi hablando consigo– concluye que Torres se quedó en el tono y el valor, mientras que Pareja encontró el color dentro del valor y el tono, lo que determina una gran diferencia entre estas estéticas. Para Giacoya, sin embargo, estos dos grandes pintores están unidos en la construcción, “si bien el objetivo de Torres era estar en la sección áurea”. Al comentarle que Pareja también utilizaba en ocasiones el compás áureo, Giacoya asiente y subraya: “La construcción es la misma”.

‘La cosecha’.

Luego engancha súbitamente con Antúnez, de quien dice tener una obra en Punta del Este. Lo conoció a los diecisiete años en Sarandí Grande. Cuenta una anécdota muy curiosa y particular sobre Antúnez. Parece que con el objetivo de difundir la doctrina constructiva, llevaba una bolsa de arpillera llena de compases áureos que distribuía en ciudades del interior. “Alguno lo va a usar”, sostenía. Con fastidio no disimulado, exclama estruen- dosamente: “¡El Ministerio de Educación y Cultura le debe un homenaje a Daymán Antúnez!”. Luego, como corolario de esta extraña historia dice, como si no comprendiera: “A pesar de que Torres lo echó del taller”. Al preguntarle los motivos de esta expulsión responde: “Porque era colorado”.

En Sarandí Grande, Giacoya le llevó sus dibujos. Una vez en poder de esta serie, Antúnez le reclamó: “¡Traeme veinte más!”. Una vez cumplido este pedido, volvió a reclamarle otros veinte y algunos más. En otras ocasiones solía decirle: “Vení a ‘paisajear’ conmigo”. Giacoya conserva los consejos de Antúnez durante toda su carrera. Por ejemplo: “Sé simple y ordenado, sacá lo que te molesta o correlo para un costado”.

La relación con Antúnez continuó en Punta del Este, donde actualmente trabaja el artista. Comenta que fue uno de los últimos docentes de la galería Aramayo. Siguiendo la ortodoxia torresgarciana, Antúnez insistía en que el color debe estar colocado dentro de la estructura. Giacoya reúne toda esta enseñanza, la aplica y la desarrolla. “Nunca más usé el compás”, dice.

En 1980 estudió por poco tiempo la figura humana – el desnudo– con Salgueiro. Sin embargo, en este corto lapso aprendió con gran rigor académico las proporciones y el claroscuro.

Uniendo sus recuerdos, cuenta: “Cuando empecé con Pareja parecía un niño y me olvidé de todo lo que sabía. Me hizo ver cómo era dibujar con los ojos cerrados. Esto significaba aprender a ver las luces, las sombras y los matices en el color. Luego el maestro decía: ‘Olvidate y hacé lo que te salga’. También solía decir: ‘Vayan a algún lugar y miren, luego vengan y hagan lo que quieran’. Yo le llevaba los ‘macaquitos’, que eran dibujitos de niños con colores; a los tres meses me dijo: ‘Mario, andá con los más avanzados’”. Con gesto de asombro, Giacoya se incorpora y nos confía: “Sabés que al año me dijo ‘¡pintor!’ (y a muy poca gente le decía así)”. Comenta que él asimiló el color de Pareja con la estructura de Antúnez.

‘Carnaval 2007’.

Dibujar con los ojos cerrados

En 1980 Susana Aramayo invitó a Giacoya a hacer una exposición individual. “Si tenés cuadros”, le aclaró. Inmediatamente el pintor consultó a Pareja, quien le dijo: “Vos traeme sesenta ejercicios y vamos a ver”. Por entonces trabajaba en un ‘boliche’, el Sherlock Pub, frente a la galería. Un cliente del establecimiento, Enrique Cariaga, le ofreció hacer una exposición en Paraguay en esos días. En ese momento Giacoya le pidió a Ramón Mérica, el dueño del local, que le permitiera hacer una exposición allí, a lo que accedió. Giacoya consiguió los caballetes de la galería Aramayo y armó la muestra, a la que concurrió Pareja, al principio de mala gana, pero “luego se convirtió en la atracción de la noche y estaba feliz”. Giacoya vendió dos cuadros que le permitieron financiar el viaje a Paraguay.

Siguiendo con el recuento de sus actividades, Giacoya refiere varias muestras, entre ellas la Muestra Internacional de Arte Naíf, en 1982. Al año siguiente, Susana y Felipe Aramayo montaron su primera exhibición individual. Recuerda con cariño a este matrimonio y se refiere a Susana como “la madrina del arte”. Con nostalgia afirma que lo apoyaron mucho: le compraban cuadros sólo para ayudarlo. Muchos de ellos fueron encontrados cuando se cerró la galería, lo que confirmó que esas compras eran gestos solidarios. Giacoya entrecierra sus ojos y nombra a los amigos artistas que lo ayudaron: Carlos Prunell, Jorge Ruano, Roberto Cadenas, Emilio Bolinche, Osvaldo Paz, Guillermo Bush, Buriano, Antonio Alza y particularmente Walter Aiello. También recuerda a Gustavo Alamón y al Tola Invernizzi: “Veía un cuadro mío y me dejaba una esquelita: ‘Me gustó mucho’. O al revés: ‘No me gustó’. Sobre Manuel Espínola Gómez apunta: “Había que leer todo el día para hablar con él”. Recuerda con afecto también a Pablo Marx, de Galería Latina.

En relación con su conocimiento del arte, Giacoya cita su encuentro con Ángel Kalenberg, por mucho tiempo director del Museo Nacional de Artes Visuales. Con admiración y entusiasmo sostiene: “Fue un guía para mí”. Al realizar las visitas al museo, él le hacía preguntas y Kalenberg se tomaba tiempo para explicarle. Así recorría la historia del arte universal y la del arte uruguayo. Y subraya que Kalenberg no solía dedicar este tiempo a todo el mundo, sino a quienes demostraban interés por conocer.

En el transcurso de la entrevista con Dossier el artista salta de recuerdo en recuerdo y se sitúa nuevamente en Pareja, apuntando una frase que es toda una tesis pedagógica: “El tema es un pretexto, pero ustedes tienen que saber del tema”. Giacoya explica que los trabajos del campo –su tema predilecto– surgen de las historias de su abuela materna, doña Pabla, quien le contaba anécdotas de su vida, que incluían bueyes, cosechadores y una serie de imágenes del campo y de su gente, de las cuales él se apropió y a las que dio vida en sus pinturas.

‘Segadores’.

Las imágenes producidas por estos relatos se fortalecieron por su iniciativa de observar el campo de Florida, lo que hizo que quiera mucho al terruño y a los personajes que en él se desenvuelven. Este profundo sentimiento por el campo hizo que cumpliera a la perfección el consejo de Pareja: “Para pintar algo, hay que saber del tema”. El artista relata de qué manera se encontró mano a mano con el campo. Fue durante sus días en Sarandí Grande, cuando unos amigos, dueños de unas cuadras de campo, lo llevaban “para abrir tranqueras”. Lentamente les fue tomando el gusto a los amaneceres y a los atardeceres, al verdor de los árboles, al frescor de su sombra, al campo dorado iluminado por el sol. Y a los peones, que él colocará con sus sencillas y mejores galas para hacer la siega o la recolección. Acota con gravedad: “Siempre le hago un homenaje al trabajador del campo como poesía”. Entonces desarrolla su pensamiento filosófico con respecto a la pintura: “Para mí ser pintor tiene que estar relacionado con lo poético”.

Opiniones que importan

Cuando mencionamos el Salón Nacional, responde: “Hace años que no voy. No estoy en desacuerdo con el arte actual, pero creo que el artista tiene que justificar los premios con una serie de obras o con una exposición”. Tampoco aprueba al Museo Nacional de Artes Visuales: opina que se ha convertido en una galería, en tanto en él exponen pintores vivos, lo cual considera en cierta forma una falta de respeto (a los artistas fallecidos).

Sin embargo, considera que las nuevas tendencias en arte deben estar presentes, y esto lo lleva a reflexionar sobre la pintura. Se incorpora un poco en su silla y explica que existe un olvido del oficio, es decir, del hacer, pero también de la teoría del arte, de la filosofía del arte. Subraya la idea de que el arte es en esencia conocimiento del ser humano y transfiere el sentido de esta esencia a la poesía, “sin la cual no es posible comunicar nada”.

También emite opinión sobre la crítica del arte, tema en el que evidencia su susceptibilidad: “Yo me peleé con Amalia Polleri porque dijo que tenía influencias de Van Gogh”. Para aclarar –o confundir– la situación, afirma: “A Van Gogh siempre lo miré como algo sublime”. Y remata: “Todos los críticos debieran ser formadores de los espectadores y debieran ir a los talleres de los artistas”. Aquí sale casi naturalmente el mito del crítico como artista frustrado, y dice: “Vernazza era el único que no era un pintor frustrado”. Sin embargo evalúa positivamente a Roberto de Espadas: “Hacía crítica constructiva, porque siempre sacaba lo bueno”.

‘Camino vecinal’.

En relación con la enseñanza del arte, sostiene: “La Escuela de Bellas Artes es el lugar mejor preparado de Uruguay. Es una carrera universitaria, pero lamen- tablemente no saca pintores, saca gente sensible que necesitará formarse luego en el taller de un artista particular”.

Cuando se le plantea si es posible vivir del arte en Uruguay, su respuesta es positiva. El pintor se coloca en posición nuevamente y explica: “Es posible vivir del arte, pero para ello tenés que considerar al jugador (que es el artista) y un capitán del equipo (la galería). El jugador es el pintor que empieza a vender y que se gana la titularidad”. A continuación lleva este símil futbolero al campo empresarial: “Debe haber una comunión entre las dos partes, y eso te lleva a colocarte en el plano del empresario artístico. Estos proyectos, sin embargo, si se cumplen las condiciones, son siempre a largo plazo”.

Después de tantos años de trabajo, Giacoya sigue haciendo planes, entre ellos dar charlas para estimular a los jóvenes a presentar proyectos. En su ciudad natal tiene experiencias que han dado resultados positivos en este campo. Estas charlas pueden ser “donde sea”, incluyendo escuelas de contexto crítico y, por supuesto, en Florida. El artista sostiene: “Si alguien golpea fuerte, se le tiene que abrir”. Con esta filosofía entiende que es prioridad estimular a los jóvenes en toda actividad y especialmente en el arte, al que considera una herramienta para la educación y para combatir la violencia, junto con el deporte.

Mario Giacoya está festejando este año los cincuenta años de actividad artística. En la comisión de los festejos están presentes Agadu, el Banco Santander, la Intendencia de Florida, la Galería Latina, la Galería Moretti y el hotel Radisson. Seguramente seguirá produciendo obra y encarando proyectos con tanta honestidad y entusiasmo como hasta ahora.

‘Ciclista’.

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